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El
tema de la ingeniería genética en el diseño de alimentos
de consumo humano trae a mi mente un cuento de Nathaniel Hawthorne (Rappaccini's
Daugther), en el cual se basó Octavio Paz para la escritura de su única
obra teatral: La hija de Rappaccini. Entiendo lo aventurado de esta relación,
porque ¿qué podría relacionar a un maravilloso "poema
dramático", a su vez retomado de una vieja leyenda hindú, con
los productos de la biotecnología finisecular?
Vamos
por partes y a ver si los convenzo de esta muy libre asociación, a la vez
que los invito a pensar en un tema científico desde el prodigio de la literatura… En
la pieza teatral paciana, destaca la existencia de un jardín edénico
que es a fin de cuentas un paraíso subvertido, poblado de especies inventadas
por Rappaccini quien así "corrige a la naturaleza, le añade
riquezas, como si le diese vida a la vida", este amor salvaje al conocimiento
se extiende a la hija de Rappaccini: Beatriz, la cual es convertida en una suerte
de frasco de ponzoña que envenena a todo aquél que se le acerque. Y
es esta aspiración humana por corregir a la naturaleza, a pesar de los
riesgos, la soledad o la muerte, encarnada por Rappaccini (quien acaba perdiendo
lo que más ama), la que hace pensar en las repercusiones en la introducción
de los transgénicos en la industria alimenticia, a la cual se agrega la
dependencia económica y la debilitación de nuestra agricultura.
Algo de lo que Enrique Vargas, del Instituto de Ciencias Biológicas de
la UV conversó con nuestra compañera de Prensa-UV, Elizabeth Vázquez
Narváez, como consta en el no. 38 de Gaceta. Sabemos
que en la actualidad es posible alterar la información genética
original de algunos alimentos (de origen animal o vegetal) con el propósito
de darles mejor sabor, agregarles nutrientes, hacerlos más resistentes
a las plagas o a los rigores de la naturaleza. A estos organismos alterados se
les aplica el adjetivo de "transgénicos". La manipulación
caprichosa de modelos genéticos además de conferir resistencias
a las especies también puede ocasionar nuevas enfermedades y debilidades.
Como señala Enrique Vargas, "si sólo vemos la parte en que
hace resistente a la planta, por ejemplo, frente a un herbicida, todo está
muy bien, pero la pregunta es ¿qué consecuencias puede tener esto
sobre el medioambiente, sobre el suelo o sobre el ser humano? Dada la complejidad
enorme del código genético, incluso en organismos muy simples como
las bacterias, nadie puede predecir los efectos de introducir nuevos genes en
cualquier organismo o planta". El
científico entrevistado nos alerta diciéndonos que: "estas
sustancias que son introducidas en los alimentos transgénicos pueden acarrear
en las personas reacciones de hipersensibilidad, alergias, o interactuar en rutas
metabólicas que no se conocen". Y enfatiza sobre otro tipo de consecuencias:
¿cómo podemos entonces pensar que la ingeniería genética
mejorará la sustentabilidad de la agricultura, o que resolverá los
problemas que afectan al manejo agrícola convencional, que librarán
a los agricultores del tercer mundo de la baja productividad, la pobreza y el
hambre?; más bien parece que la biotecnología busca industrializar
la agricultura en mayor grado e intensificar la dependencia de los agricultores
en insumos industriales. Por
otra parte hay que tomar en cuenta que hay muchos investigadores y científicos
a favor de los organismos transgénicos, ellos argumentan que es una metodología
muy bien establecida, aunque por otro lado, la sociedad civil y un grupo también
importante de la comunidad científica está cuestionando sus efectos.
De ahí que una actividad fundamental es informarse para poder tomar mejores
decisiones y no nos pase lo que a Rappaccini y su culto "irracional"
a la "racionalidad" científica. |