Año 2 • No. 49 • enero 14 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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"No concibo a un artista plástico más artista plástico que yo": Cuevas

 


Aunque ya no luce como l'enfant terrible de antaño, a José Luis Cuevas, al igual que suele suceder con los intelectuales de su talla, los reporteros suelen preguntarle de todo, desde los reciclables temas del candelero político y la actualidad cultural, hasta sucesos de la coyuntura en el mundo, y eventualmente, de su obra. Su reciente visita a Xalapa, en diciembre, no fue la excepción.

Un poco encorvado y de viva luminosidad en el azul de sus ojos, Cuevas nos recordó a aquel infante que conoció el mar por primera vez en Veracruz y bajo cuya impronta lanzara una botella llena de caracoles y dibujos a la espera de que algún náufrago la hallase. Ese infantil propósito tal vez se cumplió simbólicamente y muchos son los náufragos que ahora se salvan amparados en sus dibujos, grabados, esculturas y relatos.

José Luis Cuevas es un hombre con el peso evidente del cansancio de una vida que, en los últimos años, transcurre al vilo del tránsito de un país a otro para abrir exposiciones, dictar conferencias, presentaciones editoriales y un largo etcétera que posiblemente hace esperar más de la cuenta a la piedra litográfica, pero que al fin no niega ante los medios la cruz de su parroquia, la de un ser que le agrada ser visto, escuchado a través de sus anecdotarios, leído en sus cuentos, autobiografías y su Cuevario, así como descifrado a través de esa áspera obra plástica de extraña belleza que le ha valido ser considerado por el New York Times como "el artista más importante del siglo XX".

Luego de algunos comentarios sueltos sobre los últimos cambios en el país, los riesgos de la democracia y de una evaluación positiva sobre la política cultural del actual gobierno federal, donde hizo un llamado a la prudencia en lo referente a los recortes presupuestales a la cultura en tanto que ésta es "el rostro del país en sus diferentes ámbitos", José Luis Cuevas se centró en su tema favorito: él mismo. Por eso, cuando se le preguntó sobre cuáles serían las cualidades del oficio que él ejerce, simplemente dijo: "Yo no puedo concebir a un artista plástico más artista plástico que yo".

Cuevas fue invitado por la UV, como una suerte de preparativo de la Feria Internacional del Libro Universitario 2002 y como parte de la celebración onomástica tanto de la Facultad de Letras Españolas como del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias.

¿Porqué un artista plástico en una celebración de las letras? Porque Cuevas ha demostrado más de una vez su trato con la literatura, en tanto asiduo lector y como persona que frecuenta la compañía de los escritores, de los que se ha nutrido intelectual y afectivamente para la realización de su propia obra.

En la conferencia José Luis Cuevas y la literatura, en Humanidades, el artista habló de sus autores favoritos y de la ilustración que de sus obras ha realizado (Francisco de Quevedo, Franz Kafka y el Marqués de Sade, entre otros). Se refirió a su amistad con escritores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, André Pierre de Mandiargues y Sergio Pitol.

Comentó que en su redescubrimiento de Quevedo hubo una frase en particular ("Érase un hombre a una nariz pegado") la que dio lugar a una importante serie de dibujos posteriormente integrados a la piedra litográfica. Mención aparte merece su identificación con Kafka, del que ha ilustrado La metamorfosis, Cuevas recordó que en 1957, en Filadelfia, mientras se disponía a ilustrar la Carta al padre del escritor checo, se enteró de la muerte de Diego Rivera, el famoso muralista con quien había vivido tantos enfrentamientos. Por eso, al hacer el retrato del padre de Kafka, más y más similitudes iba encontrando entre el personaje y el muralista, de modo que en cierta forma sucedió una catarsis plástica y literaria.

Por último, referimos que antes que Peter Weiss sacara a la luz a su Marat-Sade, el pintor dio a conocer su Cuevas Charenton, realizado tras una estancia en el hospital para enfermos mentales donde fuera recluido el "divino Marqués" y muchos de cuyos grabados los hiciera en un famoso taller en Los Ángeles, durante los días en los que acababa de morir Marylin Monroe y poblaba la imaginación del artista la imagen de la hermosa mujer devorada por los gusanos, en una especie de metamorfosis entre la Justine de Sade y la famosa actriz.