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Aunque
ya no luce como l'enfant terrible de antaño, a José
Luis Cuevas, al igual que suele suceder con los intelectuales de
su talla, los reporteros suelen preguntarle de todo, desde los reciclables
temas del candelero político y la actualidad cultural, hasta
sucesos de la coyuntura en el mundo, y eventualmente, de su obra.
Su reciente visita a Xalapa, en diciembre, no fue la excepción.
Un
poco encorvado y de viva luminosidad en el azul de sus ojos, Cuevas
nos recordó a aquel infante que conoció el mar por
primera vez en Veracruz y bajo cuya impronta lanzara una botella
llena de caracoles y dibujos a la espera de que algún náufrago
la hallase. Ese infantil propósito tal vez se cumplió
simbólicamente y muchos son los náufragos que ahora
se salvan amparados en sus dibujos, grabados, esculturas y relatos.
José
Luis Cuevas es un hombre con el peso evidente del cansancio de una
vida que, en los últimos años, transcurre al vilo
del tránsito de un país a otro para abrir exposiciones,
dictar conferencias, presentaciones editoriales y un largo etcétera
que posiblemente hace esperar más de la cuenta a la piedra
litográfica, pero que al fin no niega ante los medios la
cruz de su parroquia, la de un ser que le agrada ser visto, escuchado
a través de sus anecdotarios, leído en sus cuentos,
autobiografías y su Cuevario, así como descifrado
a través de esa áspera obra plástica de extraña
belleza que le ha valido ser considerado por el New York Times como
"el artista más importante del siglo XX".
Luego
de algunos comentarios sueltos sobre los últimos cambios
en el país, los riesgos de la democracia y de una evaluación
positiva sobre la política cultural del actual gobierno federal,
donde hizo un llamado a la prudencia en lo referente a los recortes
presupuestales a la cultura en tanto que ésta es "el
rostro del país en sus diferentes ámbitos", José
Luis Cuevas se centró en su tema favorito: él mismo.
Por eso, cuando se le preguntó sobre cuáles serían
las cualidades del oficio que él ejerce, simplemente dijo:
"Yo no puedo concebir a un artista plástico más
artista plástico que yo".
Cuevas
fue invitado por la UV, como una suerte de preparativo de la Feria
Internacional del Libro Universitario 2002 y como parte de la celebración
onomástica tanto de la Facultad de Letras Españolas
como del Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias.
¿Porqué
un artista plástico en una celebración de las letras?
Porque Cuevas ha demostrado más de una vez su trato con la
literatura, en tanto asiduo lector y como persona que frecuenta
la compañía de los escritores, de los que se ha nutrido
intelectual y afectivamente para la realización de su propia
obra.
En
la conferencia José Luis Cuevas y la literatura, en Humanidades,
el artista habló de sus autores favoritos y de la ilustración
que de sus obras ha realizado (Francisco de Quevedo, Franz Kafka
y el Marqués de Sade, entre otros). Se refirió a su
amistad con escritores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Julio Cortázar,
André Pierre de Mandiargues y Sergio Pitol.
Comentó
que en su redescubrimiento de Quevedo hubo una frase en particular
("Érase un hombre a una nariz pegado") la que dio
lugar a una importante serie de dibujos posteriormente integrados
a la piedra litográfica. Mención aparte merece su
identificación con Kafka, del que ha ilustrado La metamorfosis,
Cuevas recordó que en 1957, en Filadelfia, mientras se disponía
a ilustrar la Carta al padre del escritor checo, se enteró
de la muerte de Diego Rivera, el famoso muralista con quien había
vivido tantos enfrentamientos. Por eso, al hacer el retrato del
padre de Kafka, más y más similitudes iba encontrando
entre el personaje y el muralista, de modo que en cierta forma sucedió
una catarsis plástica y literaria.
Por
último, referimos que antes que Peter Weiss sacara a la luz
a su Marat-Sade, el pintor dio a conocer su Cuevas Charenton, realizado
tras una estancia en el hospital para enfermos mentales donde fuera
recluido el "divino Marqués" y muchos de cuyos
grabados los hiciera en un famoso taller en Los Ángeles,
durante los días en los que acababa de morir Marylin Monroe
y poblaba la imaginación del artista la imagen de la hermosa
mujer devorada por los gusanos, en una especie de metamorfosis entre
la Justine de Sade y la famosa actriz.
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