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La
característica principal de toda norma jurídica es consignar una
orden o mandato que invariablemente debe cumplirse, aun por los
medios de apremio que el derecho mismo establece previamente.
El estado es el firme garante de la fuerza que generan los grupos
organizados; por consiguiente administra la coacción que reprime
a quien se subleva contra la norma.
Cabe reflexionar que, en cuanto a que las normas son dirigidas de
una manera general a la población, no existe ningún obstáculo para
obedecerlas, desde luego por temor a la sanción; pero tratándose
de normas que imponen al estado respetar los derechos que tiene
el hombre frente a éste, ¿quién exigirá su obediencia? ¿Existirá
una fuerza con cierto grado de superioridad al Estado? Desde luego
que si es la razón la que impera y se manifiesta en normas jurídicas,
más claro, es el derecho que en sí mismo lleva el triunfo en la
razón. Tanto el hombre común, como el aparato gubernamental deben
mostrar sumisión ante la norma, de lo contrario, el despotismo y
la tiranía provocaría su destrucción. Pero no hay que temer esto.
En la remota posibilidad de que ocurriera y pereciéramos, la sociedad
volvería a nacer con un derecho limpio y sano que brillara en todo
su esplendor.
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