Año 2 • No. 50 • enero 21 de 2001 Xalapa • Veracruz • México
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  La historia de una locura
Ariel Ibancovichi (Facultad de Informática)
 

En alguna ocasión, algunos sabios reunidos, estaban discutiendo sobre un hecho que para ellos era de la mayor importancia: la existencia de lo intangible. En este campo estaban muchas cosas, empezando por los sentimientos y terminando con las estrellas, que tan lejanas estaban y, al no poder ser tocadas, no podían ser mesuradas, y por lo tanto, su existencia estaba en franca duda. Largo tiempo duraron las discusiones, tanto, que generaciones pasaron y aquellos románticos que aún creían en cosas tan fútiles como la fe, el amor y la caricia de las miradas, fueron desapareciendo. Así es que, como es natural, el criterio de lo tangible, se impuso sobre cualquier otro. Por supuesto Dios o cualquier cosa relacionada con éste, eran ya cosas del pasado. Todo se convirtió en utilitario y el mundo entero también.

Pero en este presente, existió alguien al que todas esas cosas le parecieron ilógicas. Este era llamado loco por el mundo. Y tanto lo llamaron de este modo, que él mismo lo creyó y, no encontrando a nadie con quien compartir su locura, se aisló en su pequeño mundo.

Cierta noche, volteó al cielo y una de aquellas luces intangibles se mostró a sus ojos más hermosa que ninguna otra. Y es entonces cuando siente algo que él mismo no sabía de que se trataba. Sintió un llamado a su interior, ese interior tan despreciado por los demás, pero intuido por él mismo, en aquellos tan frecuentes momentos de soledad y de introspección: su alma. Este descubrimiento lo llenó de dicha, pues nunca nadie le había dicho de su existencia y es que ésta siempre había estado ahí, esperando el momento de hacerse presente.

Fue entonces que la tristeza lo invadió. Amarga tortura es el alma, cuando la descubres y no tienes con quien compartirla. Brindar cada pedazo de ella, cada pensamiento que de ella emana, cada sentimiento que te inspira, cada palabra que te dice al oído.

Viéndose solo, partió. Algo le decía que en algún lugar tenía que encontrar a alguien que apreciara las cosas que su alma durante tanto tiempo le había dicho durante aquellos días y noches de soledad. También aspiraba a que esta misma persona le compartiera las suyas propias, para así poder crear en donde nadie había creado nada. Era su parecer que al conjugar dos o más pensamientos, podrían llegar a entender lo que para él todavía era un misterio: su soledad.

Y es que había alguien esperando lo mismo de la vida, y era que este alguien también partió en su busca. Y caminando,
caminando los dos, se encontraron. Será que el azar no existe, sólo son eventos, que de tanto repetirse, llega el momento en que felizmente coinciden.

Los dos locos se identificaron de inmediato, y es que ellos notaronen el brillo de los ojos aquel brillo que sólo tienen los que buscan, los que tienen deseos de encontrar; en su sonrisa, la que sólo se muestra cuando el significado y razón de los latidos del corazón van más allá del simple y vulgar bombeo de sangre para el cuerpo.

Y pensaron que ellos mismos podrían encontrar juntos el significado de su locura y convertirla, con el paso del tiempo, en sus propias verdades. Así volvieron a partir, pues ellos creyeron que el destino les pondría en su camino a otros locos, y junto con ellos, crear más verdades, que quizás, podrían convertirse en la verdad de todos.