50
años. Quienes tenemos esa edad o más, hemos andado
buen trecho lleno de vivencias insoslayables. La más importante,
sin duda, fue el movimiento social del 68. Los universitarios de
esa época aprendimos a reconocer las desigualdades existentes,
la ausencia de libertades y el inicio de su conquista; aprendimos
a perder el miedo de expresarnos en los foros que fueran necesarios,
aquilatando el valor de la palabra y su fuerza de emisión.
Aprendimos
a ser hombres. También supimos lo que era el trabajo solidario.
Aquel que se ofrece sin cortapisas para la colectividad, principalmente
a la marginada. Tan fue así que al término de los
estudios de licenciatura, muchos nos fuimos al campo a servir a
nuestros paisanos que no pudieron tener acceso, decíamos,
como nosotros a la educación superior, con quienes nos sentíamos
vergonzosamente en deuda.
Mi
generación, la que estudió en la universidad pública
entre 1967 y 1971 en el Distrito Federal, escogió la sierra
de Chiapas.
Fuimos
a un sitio de gran belleza, a tres mil metros de altura, pero lleno
de miseria y marginación. Se llama, paradógicamente,
El Porvenir. Desde allí, cuando las nubes lo permitían,
veíamos claramente el Océano Pacífico y el
Tacaná, el volcán siempre activo que sirve de límite
a México y Guatemala.
Allí
vivían 340 hombres y 400 mujeres del cultivo de la papa y
el repollo (col), durante los cuatro meses en que los hombres llegaban
a sus casas después de haber cortado el café de las
partes bajas como peones de las haciendas y con la energía
suficiente para embarazar a sus mujeres engrosando la larga lista
de la descendencia familiar. Hasta ese rincón de nuestro
país llegamos agrónomos, médicos, ingenieros,
odontólogos, químicos, abogados, pedagogos, entre
otros.
Decidimos
vivir en las casas de sus habitantes para la mejor integración,
pero llevamos con nosotros alimentos básicos previamente
recolectados en las oficinas federales para no lacerar la precaria
economía familiar. Los resultados fueron inmediatos.
Los
ingenieros civiles construimos baños públicos para
combatir una epidemia de escabiasis por falta de aseo; los agrónomos
hicieron terrazas de cultivo y llevaron variedades de papa de altura
de gran productividad; los médicos dieron cientos de consultas,
aplicaron las vacunas de la época y atendieron exitosamente
ocho partos inevitables; los dentistas hicieron curaciones y extracciones;
los químicos realizaron química sanguínea y
cientos de análisis coproparasitoscópicos; los pedagogos
auxiliaron a los maestros de la primaria, capacitándolos
en nuevas técnicas de enseñanza. Tanto fue el éxito,
que a la vuelta de tres años habíamos creado un método
de trabajo en más de 20 municipios de la sierra chiapaneca.
Víctor
Arredondo, cincuentón también y egresado de universidad
pública, propone un proyecto alternativo que incluye el servicio
social en las comunidades rurales, multidisciplinario, para todos
los estudiantes de la Universidad Veracruzana... Es la universidad
publica. Cometarios a:
mazera2000@yahoo.com.
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Director de Divulgación Artística.
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