Año 2 • No. 51 • enero 28 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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  Santos novohispanos y mexicanos
(David Carbajal López, Facultad de Historia)
 

Ahora que es casi un hecho la canonización de Juan Diego, cabe recordar que, lejos de ser una cuestión totalmente inocente y limpia de intereses terrenales, en un proceso de este tipo confluyen las más diversas cuestiones, inclusive políticas y económicas; los procesos de los novohispanos y mexicanos han sido de los más claros ejemplos de ello.

Contrario al Perú, que tempranamente obtuvo la canonización del arzobispo Toribio de Mogrovejo y de Rosa de Lima, en la Nueva España durante todo el virreinato sólo se obtuvieron las beatificaciones del mártir misionero criollo Felipe de Jesús y del "ejemplar" franciscano lego Sebastián de Aparicio.

Desde luego, no faltaron candidatos. La Nueva España era por entonces un reino americano que, para darse un lugar en el orbe cristiano requería mostrarse como un terreno fértil para la santidad; asimismo, diversos grupos de las élites de la sociedad, corporaciones civiles y religiosas, ciertos sectores del clero, etcétera, apoyaron las causas de algunos personajes en particular, lo cual les proporcionaría, además de abogados y protectores en los cielos, status e inclusive recursos económicos.

Un impresionante trabajo intelectual, de carácter hagiográfico por supuesto, apoyó los procesos hacia la santidad; así, se (re)construía la vida de los venerables, se ubicaban los nuevos santuarios, las reliquias, los testimonios de los hechos maravillosos, los milagros.

Antonio Rubial García en La santidad controvertida nos presenta un análisis de los motivos por los cuales esos intereses y esfuerzos no fructificaron en nuevos santos, el más notorio, la oposición de la Corte de Madrid, que evitó proporcionarle símbolos de identidad a los novohispanos. Además, procesos como el de la Reverenda madre María de Jesús quedaron detenidos por la exhuberancia que la religiosidad barroca cobró - y mantiene - en estas tierras, frente a la ortodoxia que custodiaba la Santa Sede y al catolicismo ilustrado dieciochesco, menos proclive a la aceptación de lo maravilloso.

La Santa Sede finalmente concedió la canonización de Felipe de Jesús en 1862, en un momento en que era necesario fortalecer al catolicismo y al clero ante la reforma liberal. En otras ocasiones, como en la coronación de la Virgen de Guadalupe a fines del siglo XIX, las decisiones del Vaticano han seguido influidas por múltiples factores, no sólo de índole estrictamente religiosa, las canonizaciones efectuadas hace casi dos años y la que se prepara en nuestros días tampoco se alejan de ese modelo, y si bien se siguen criterios de legitimidad, la cuestión de la santidad (y aún la de la existencia histórica de los santos) es más una interpretación derivada de esos factores históricos que una certidumbre objetiva