Año 2 • No. 54 • marzo 4 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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Dos monarquías barrocas
Algo de historia desde España
David Carbajal López
(Estudiante de la Facultad de Historia, IIH-S, desde Palma de Mallorca, España, febrero de 2002.)
 

A pesar de la distancia geográfica, la antigua Nueva España, el reino americano integrado a la Corona de Castilla, experimentó procesos similares a los de otros reinos ibéricos que formaban parte de esa misma Corona, por ejemplo, el reino de Mallorca.

Mientras la Nueva España se empeñó en los procesos de canonización de diversos personajes -Felipe de Jesús, Juan de Palafox y Mendoza, Sor María de Jesús, etc. - y sobre todo en el reconocimiento del culto a la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac; Mallorca promovió durante siglos la causa del "doctor iluminado" Ramón Llul, y luego de "la Beata", actual Santa, Catalina Thomas.

En ambas monarquías la cuestión iba más allá de lo que hoy en día comprendemos como estrictamente religioso. Alrededor de la figura de los venerables se tejían lazos de identidad, que si bien es cierto eran promovidos desde sectores específicos de la sociedad (desde las élites generalmente), en un momento dado llegaron a involucrar a los pueblos.

El perfil de Ramón Llul se aproxima en cierta forma al de los santos novohispanos, salvo por la constante oposición de los padres dominicos a su canonización. Reunió en cambio el apoyo de las principales corporaciones del reino: el Ayuntamiento de Palma, el Cabildo Catedral y desde luego, la Universidad y la Orden Franciscana. El lulismo tuvo también otro apoyo fundamental: la Compañía de Jesús.

Cabe mencionar que también la Compañía estuvo involucrada en las causas novohispanas, aún en la del guadalupanismo, apoyada también por los Cabildos Catedrales y por el Ayuntamiento de la Ciudad de México, y promovida a través del clero secular y sus congregaciones.

Las reformas borbónicas, y en general la segunda mitad del siglo XVIII significaron dificultades en ambos casos: además de la expulsión de los jesuitas, el lulismo fue combatido por los Capitanes Generales Gaspar de Cajigal y Francisco de Paula Bucareli, y aun por el Obispo Francisco Garrido de la Vega. Obispos ilustrados de la Nueva España, como Francisco Antonio Lorenzana y Francisco Fabián y Fuero tampoco simpatizaron con el catolicismo barroco americano, la Real Academia de Historia de Madrid llegó inclusive a declarar el culto guadalupano como supersticioso en 1794.

Sin embargo, la labor en contra de la identidad barroca resultó más efectiva en el Reino de Mallorca, donde el lulismo fue perdiendo vigor mientras se extinguía el siglo XVIII. El guadalupanismo mexicano, en cambio, conoció un nuevo esplendor que llegó a movilizar a amplios sectores de la población en defensa de la religión a principios del siglo XIX. Comentarios a:

davidclopez@hotmail.com