Año 2 • No. 58 • abril 22 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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La realidad de nuestro comportamiento
Brenda Sarquiz Martínez (Facultad de Biología)
 

¿Cuántas veces hemos oído expresiones –tanto buenas como malas– respecto de nuestro comportamiento y cuántas hemos analizado porqué reaccionamos así a diversas situaciones?

La mayoría de respuestas se basarían en los sentimientos, pero resulta que poca atención le ponemos al porqué en el sentido cerebral. Aunque no lo parezca, la morfología determina en mucho las funciones de nuestro cerebro y, por ende, el comportamiento que externemos.

Los registros fósiles de los primeros vertebrados conocidos presentan, en grado primitivo, la configuración del cerebro del hombre actual. Dicha situación es importante, pues los seres que evolucionaron a partir de ellos conservaron, al menos en estructura, el mismo diseño mas no las funciones. Interesa, pues, su evolución posterior, consistente en un crecimiento continuo y con ello una especialización de tres partes.

Al respecto, hay una teoría postulada por el biólogo Paul MacLean, sobre la evolución cerebral a partir de la médula espinal, el cerebro posterior (rombencéfalo) y el medio (mesencéfalo). Dicho proceso trae consigo la formación de tres nuevas capas con morfofisiologías distintas y bien delimitadas, llamándolo “cerebro trino”.

En sus postulados afirma que “estamos obligados a examinarnos a nosotros mismos y al mundo a través de tres mentalidades, donde hay dos que no se relacionan con el habla”.

Ahora bien, cada cerebro corresponde a cada etapa evolutiva de importancia trascendental. El primero, el complejo reptílico, es el más antiguo y lo compartimos con los reptiles y mamíferos; sus funciones abarcan el plano de la agresividad, la territorialidad y la reproducción. Sobre él está el sistema límbico, relacionado con el temperamento y la emotividad (como el miedo, enajenaciones, etc.), regulándose por la segregación hormonal. Por último, la capa superior es el neocórtex, compartido con mamíferos superiores y los primates, siendo en el humano más grande; por lo tanto, como es obvio, en él se hallan las nociones cognitivas.

Éste se encuentra dividido en lóbulo frontal, relacionado con la reflexión; parietal, con nociones espaciales e intercambio de información cerebro-cuerpo; temporal, con percepciones diversas y, finalmente, el occipital, con la vista.

Por otro lado, poco antes del siglo xix, el ecólogo Whitakker había dicho que “la ontogenia recapitula la filogenia”, reforzando lo estudiado por E. Haeckel sobre el desarrollo embrionario de cierto animal estudiado, donde explicaba que los seres vivos tendían a recapitular la secuencia evolutiva de sus antecesores en dicho proceso. Ante esto, el cerebro no se escapa; es decir, en su proceso formativo inició pareciéndose al de un pez, pasando por el de un reptil, un mamífero no primate hasta convertirse en el de un humano.

Por lo tanto, podría decirse que “cada uno de estos cerebros” corresponde a cada etapa evolutiva de importancia trascendental.

Lo cierto es que en nuestro cerebro se unen naturaleza y crianza: además de ser constituido por su propia biología, es desarrollado por el contacto humano y enriquecido por medio de la interacción social. Entonces, ¿hasta qué punto, según nuestras acciones, somos animales?¿podríamos considerar al pensamiento, producto más raro y elevado del cerebro, como el parteaguas entre animal y ser humano?

Éstas, aparte de ser preguntas científicas, son filosóficas, que deberíamos considerar para mejorar nuestro comportamiento con nuestros iguales. Me gustaría saber tus comentarios, escríbeme a brenda@biociencias.org