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¿Cuántas
veces hemos oído expresiones tanto buenas como malas
respecto de nuestro comportamiento y cuántas hemos analizado
porqué reaccionamos así a diversas situaciones?
La mayoría de respuestas se basarían en los sentimientos,
pero resulta que poca atención le ponemos al porqué
en el sentido cerebral. Aunque no lo parezca, la morfología
determina en mucho las funciones de nuestro cerebro y, por ende,
el comportamiento que externemos.
Los registros fósiles de los primeros vertebrados conocidos
presentan, en grado primitivo, la configuración del cerebro
del hombre actual. Dicha situación es importante, pues los
seres que evolucionaron a partir de ellos conservaron, al menos
en estructura, el mismo diseño mas no las funciones. Interesa,
pues, su evolución posterior, consistente en un crecimiento
continuo y con ello una especialización de tres partes.
Al respecto, hay una teoría postulada por el biólogo
Paul MacLean, sobre la evolución cerebral a partir de la
médula espinal, el cerebro posterior (rombencéfalo)
y el medio (mesencéfalo). Dicho proceso trae consigo la formación
de tres nuevas capas con morfofisiologías distintas y bien
delimitadas, llamándolo cerebro trino.
En sus postulados afirma que estamos obligados a examinarnos
a nosotros mismos y al mundo a través de tres mentalidades,
donde hay dos que no se relacionan con el habla.
Ahora bien, cada cerebro corresponde a cada etapa evolutiva de importancia
trascendental. El primero, el complejo reptílico, es el más
antiguo y lo compartimos con los reptiles y mamíferos; sus
funciones abarcan el plano de la agresividad, la territorialidad
y la reproducción. Sobre él está el sistema
límbico, relacionado con el temperamento y la emotividad
(como el miedo, enajenaciones, etc.), regulándose por la
segregación hormonal. Por último, la capa superior
es el neocórtex, compartido con mamíferos superiores
y los primates, siendo en el humano más grande; por lo tanto,
como es obvio, en él se hallan las nociones cognitivas.
Éste se encuentra dividido en lóbulo frontal, relacionado
con la reflexión; parietal, con nociones espaciales e intercambio
de información cerebro-cuerpo; temporal, con percepciones
diversas y, finalmente, el occipital, con la vista.
Por otro lado, poco antes del siglo xix, el ecólogo Whitakker
había dicho que la ontogenia recapitula la filogenia,
reforzando lo estudiado por E. Haeckel sobre el desarrollo embrionario
de cierto animal estudiado, donde explicaba que los seres vivos
tendían a recapitular la secuencia evolutiva de sus antecesores
en dicho proceso. Ante esto, el cerebro no se escapa; es decir,
en su proceso formativo inició pareciéndose al de
un pez, pasando por el de un reptil, un mamífero no primate
hasta convertirse en el de un humano.
Por lo tanto, podría decirse que cada uno de estos
cerebros corresponde a cada etapa evolutiva de importancia
trascendental.
Lo cierto es que en nuestro cerebro se unen naturaleza y crianza:
además de ser constituido por su propia biología,
es desarrollado por el contacto humano y enriquecido por medio de
la interacción social. Entonces, ¿hasta qué
punto, según nuestras acciones, somos animales?¿podríamos
considerar al pensamiento, producto más raro y elevado del
cerebro, como el parteaguas entre animal y ser humano?
Éstas, aparte de ser preguntas científicas, son filosóficas,
que deberíamos considerar para mejorar nuestro comportamiento
con nuestros iguales. Me gustaría saber tus comentarios,
escríbeme a brenda@biociencias.org
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