Año 1 • No. 63 • mayo 27 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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América-Pumas vs. Dibujitos desanimados
Roberto Benítez
Son las 5:45 de la tarde del sábado, es el remate de una semana en la que me sentí particularmente aislado, mi interlocutora favorita decidió ignorarme cada uno de estos días mientras sumergía la nariz en libros más confusos que sus cabellos. Cuando intentaba hablarle, ella solía mirar su pequeño reloj (del que no se desprende ni para dormir), mientras me concedía un par de minutos para escuchar mi monólogo, me dejaba colgado de la frase y me señalaba con los ojos por encima de sus lentes que el tiempo de compensación había concluido. Nuevamente seguía en lo suyo. No le reproché nada porque yo suelo hacer lo mismo, en especial
mientras estoy preparando el estreno de una obra, los detalles finales para un examen de actuación con mis alumnos, o simplemente para un proyecto particular de algún pequeño montaje o lectura dramatizada (además, si le reprochara, juro que no viviría para contarlo y mucho menos para redactarlo, o peor aún, publicarlo –arlo, arlo, arlo).
Pero decía que son, que eran las 5:45 del sábado, confieso que a veces deseo compañía masculina… ¡no me malinterpreten! Me refería a que en esta ocasión mi interlocutora se mostraba dispuesta a compartirme su tiempo y amigos, entre ellos, un Tal-Iván y un noble hombre y un hombre noble a la vez, al famoso Conde de Mascareñas, en cuya mansión arribaríamos a la meta: ver el partido de futbol por todos esperado en la semana, la semifinal América-Pumas, “el clásico joven del futbol mexicano”. Pero yo salgo con que no puedo, debo evadir el reencuentro con las pasiones que manifiesta la afición, ante el singularmente nombrado: “juego del hombre”.
Inevitablemente cancelo el compromiso adquirido con el Conde de Mascareñas, el puma más garra de la comarca, el que ante la bandera azul y oro es, como diría Juan Pablo ii de México: “siempre fiel”. Ella hace pucheros mientras presento mis disculpas telefónicas por el plantón a los cuates, no sin sentir el pesar, pero ni modo, el deber es el deber: “este sábado hay función de los Dibujitos desanimados (la obra que estoy dirigiendo), debo estar a las 7:00 de la noche en La Caja, ni modo, el teatro es el teatro, y ya lo sabemos: la función debe continuar.
Me conformo con ver el primer tiempo del partido, escucho la angustia de los vecinos ante los primeros ataques, la fintas de gol, es clara la confianza que presenta el equipo de casa, es manifiesta su disposición de ir al frente, de ganar. Qué embates asesta el destino, cuán caprichosa es la suerte, cómo juega el azar, a muy pocos minutos de iniciado el juego en un disparo que ni siquiera iba a gol, Miguel España desvía el balón con el pie izquierdo, ¡craso error, horror trágico! Termina por hacer más que cierta aquella frase de: “¡qué mala pata!”.
Sintiendo en carne propia el bochorno del autogol, enfilo hacia la Zona Universitaria, escuchando en todos los radios y televisiones del camino la narración deportiva. Ya no pienso más en eso, yo voy a la función de La Caja; quiero tener la confianza en que hoy tendremos más público que la semana anterior, voy con mi disposición de ir al frente, no me doy cuenta de que ignoro dos factores elementales: una función de sábado en la tarde con nada más y nada menos que una dramática semifinal América-Pumas como contendiente, lo que se agrava con la inadecuada publicidad que favorecerá el fracaso…
Llego a la entrada de La Caja y en la portería se encuentran los técnicos (jefe de foro, iluminador y sonorista) de capa caída ante el apagón que hace inminente que la función se pierda por default, aunque la falta de energía eléctrica no es total, la función debe suspenderse ante el eventual riesgo del equipo de iluminación y sonido.
Me voy a la banca y recuerdo que cuando era estudiante muchas veces se me dijo que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien… Ah, no… quería decir que una función sólo muerto se suspende. En este caso debí comprender que el muerto había hecho acto de presencia, y pues ni modo, ¿qué otra queda más que apechugar? El ánimo decae más cuando observo la llegada de la gente (la mayor parte mujeres que seguramente huían del futbol) que acudía interesada a la obra a pesar de que la promoción no se compara, ni en lo más mínimo, con la de un clásico de futbol. Entonces me siento definitivamente fuera de lugar, peor que Miguel, porque “crímenes son del tiempo y no de España”, ¿será que el teatro estará condenado a ser siempre un secreto de unos cuántos, mientras que el juego de las masas continúa creciendo escandalosamente, acallando todo a su alrededor?
Termino por regresar a casa echándome una cascarita con mis pensamientos, penalizando todo lo ocurrido, pero aún no tiro la toalla, quizá me consolará no haberme perdido, después de todo, el famoso encuentro. Cuando llego a casa, el gol de la ventaja ha hecho de las suyas, mi interlocutora ha huido, la televisión proclama el 2 a 1 que enaltece el vuelo de las Águilas en medio de mil comerciales que se superponen al terreno de juego, e hipócritamente habla de la derrota universitaria; eso sí, una derrota digna después de la gran campaña que tuvo el equipo puma en la presente temporada quien cayó, cual fierecilla domada, con la “frente muy en alto”.
¿Será?, como diría José José, ¿será seguramente por eso por lo que ahora estoy triste?…