mientras
estoy preparando el estreno de una obra, los detalles finales para
un examen de actuación con mis alumnos, o simplemente para
un proyecto particular de algún pequeño montaje o
lectura dramatizada (además, si le reprochara, juro que no
viviría para contarlo y mucho menos para redactarlo, o peor
aún, publicarlo –arlo, arlo, arlo).
Pero decía que son, que eran las 5:45 del sábado,
confieso que a veces deseo compañía masculina…
¡no me malinterpreten! Me refería a que en esta ocasión
mi interlocutora se mostraba dispuesta a compartirme su tiempo y
amigos, entre ellos, un Tal-Iván y un noble hombre y un hombre
noble a la vez, al famoso Conde de Mascareñas, en cuya mansión
arribaríamos a la meta: ver el partido de futbol por todos
esperado en la semana, la semifinal América-Pumas, “el
clásico joven del futbol mexicano”. Pero yo salgo con
que no puedo, debo evadir el reencuentro con las pasiones que manifiesta
la afición, ante el singularmente nombrado: “juego
del hombre”.
Inevitablemente cancelo el compromiso adquirido con el Conde de
Mascareñas, el puma más garra de la comarca, el que
ante la bandera azul y oro es, como diría Juan Pablo ii de
México: “siempre fiel”. Ella hace pucheros mientras
presento mis disculpas telefónicas por el plantón
a los cuates, no sin sentir el pesar, pero ni modo, el deber es
el deber: “este sábado hay función de los Dibujitos
desanimados (la obra que estoy dirigiendo), debo estar a las 7:00
de la noche en La Caja, ni modo, el teatro es el teatro, y ya lo
sabemos: la función debe continuar.
Me conformo con ver el primer tiempo del partido, escucho la angustia
de los vecinos ante los primeros ataques, la fintas de gol, es clara
la confianza que presenta el equipo de casa, es manifiesta su disposición
de ir al frente, de ganar. Qué embates asesta el destino,
cuán caprichosa es la suerte, cómo juega el azar,
a muy pocos minutos de iniciado el juego en un disparo que ni siquiera
iba a gol, Miguel España desvía el balón con
el pie izquierdo, ¡craso error, horror trágico! Termina
por hacer más que cierta aquella frase de: “¡qué
mala pata!”.
Sintiendo en carne propia el bochorno del autogol, enfilo hacia
la Zona Universitaria, escuchando en todos los radios y televisiones
del camino la narración deportiva. Ya no pienso más
en eso, yo voy a la función de La Caja; quiero tener la confianza
en que hoy tendremos más público que la semana anterior,
voy con mi disposición de ir al frente, no me doy cuenta
de que ignoro dos factores elementales: una función de sábado
en la tarde con nada más y nada menos que una dramática
semifinal América-Pumas como contendiente, lo que se agrava
con la inadecuada publicidad que favorecerá el fracaso…
Llego a la entrada de La Caja y en la portería se encuentran
los técnicos (jefe de foro, iluminador y sonorista) de capa
caída ante el apagón que hace inminente que la función
se pierda por default, aunque la falta de energía eléctrica
no es total, la función debe suspenderse ante el eventual
riesgo del equipo de iluminación y sonido.
Me voy a la banca y recuerdo que cuando era estudiante muchas veces
se me dijo que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien…
Ah, no… quería decir que una función sólo
muerto se suspende. En este caso debí comprender que el muerto
había hecho acto de presencia, y pues ni modo, ¿qué
otra queda más que apechugar? El ánimo decae más
cuando observo la llegada de la gente (la mayor parte mujeres que
seguramente huían del futbol) que acudía interesada
a la obra a pesar de que la promoción no se compara, ni en
lo más mínimo, con la de un clásico de futbol.
Entonces me siento definitivamente fuera de lugar, peor que Miguel,
porque “crímenes son del tiempo y no de España”,
¿será que el teatro estará condenado a ser
siempre un secreto de unos cuántos, mientras que el juego
de las masas continúa creciendo escandalosamente, acallando
todo a su alrededor?
Termino por regresar a casa echándome una cascarita con mis
pensamientos, penalizando todo lo ocurrido, pero aún no tiro
la toalla, quizá me consolará no haberme perdido,
después de todo, el famoso encuentro. Cuando llego a casa,
el gol de la ventaja ha hecho de las suyas, mi interlocutora ha
huido, la televisión proclama el 2 a 1 que enaltece el vuelo
de las Águilas en medio de mil comerciales que se superponen
al terreno de juego, e hipócritamente habla de la derrota
universitaria; eso sí, una derrota digna después de
la gran campaña que tuvo el equipo puma en la presente temporada
quien cayó, cual fierecilla domada, con la “frente
muy en alto”.
¿Será?, como diría José José,
¿será seguramente por eso por lo que ahora estoy triste?…
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