aparecieron en cajas cuando me fui a vivir a Cuernavaca, era como abrir la Caja de Pandora de la que salía gente de todo tipo, muertos y vivos”.
Moya, el hombre lleno de historias, es un fotógrafo a quien no le gusta ser el centro de atención, por ello se aleja del protagonismo: “me oponía a que me hicieran un homenaje, porque los homenajes huelen un poco a fiambre. Lo único que quería era exponer las fotos. Me siento muy orgulloso de mi trabajo y aunque el reconocimiento está un poquito de sobra, lo acepto y estoy muy contento”.

Un poco de belleza agregada

Entre intelectuales, militantes, políticos y artistas, se mezclan sin revolverse personajes urbanos que no quedaron en el anonimato y celebridades sin tiempo que van desde el vendedor de barbacoa, el roto que espera el cambio, el pachuco que lava la calle pasada la lluvia, la mujer que reza esperando la respuesta que no llega, fotografías que Moya disfruta por igual: “Para mi fue muy emocionante fotografiar a celebridades, pero también fotografiar a la gente humilde. No es populismo, pues yo estuve muy cerca de los
movimientos sociales de la época, me interesó mucho la vida de los mexicanos anónimos y traté de captarlos con un poco de belleza agregada”.
Para Moya, la tecnología debe verse como un instrumento de trabajo más. En la actualidad, tanto el texto como la imagen son manipulados por el poder y los medios, los que deciden qué se publica y qué no: “ahora hay más libertad que antes para los fotógrafos pero a ellos les llama más el aspecto esteticista y subjetivo que una foto fuerte que enseñe el mundo tal cual es”.