Año 2 • No. 71 • agosto 26 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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Eros y el cine
Roberto Benítez Escobar
Durante julio, el Cine Club de la Universidad Veracruzana presentó un ciclo denominado “Eros y el cine”, en el cual se exhibieron películas de Nagisa Oshima: El imperio de la pasión y El imperio de los sentidos; Shuji Terayama: Los frutos de la pasión; Wallérian Borowczyk: Cuentos inmorales; Peter Greenaway: El libro de cabecera; Jean-Jacques Annaud: El amante; Luis Buñuel: Bella de día; Bruno Barreto: Doña flor y sus dos maridos; y Zalman King: La orquídea salvaje.
Largo ha sido el camino en la industria del cine para abrirse a las sugestivas imágenes de la sensualidad carnal. No obstante que el
cine silente había iniciado la brecha desde principios del siglo pasado, en la década de los treinta, un férreo código “Hays” determinó lo que visualmente era permisible a partir de lineamientos morales estrictos sobre cómo debía abordarse la sexualidad, hasta dónde los actores podían desprenderse de sus ropas para hacerlas ligeras, qué gestos o palabras eran obscenos, etcétera.
A pesar del sinuoso camino, por fin los setenta y su revolución sexual permitieron una apertura inusitada en el registro de los pronunciamientos sexuales, y lo que éstos significaban en el marco de las relaciones íntimas-sentimentales.
Si bien los setenta fueron años de bonanza en la explotación de las imágenes de desnudo y vínculos sexuales, en los ochenta el espectáculo fílmico de masas resentirá su incursión en lo erótico ante la penetración del video, que tornó accesible e inmediata la imagen pornográfica, al ingresar a la intimidad de un espacio casero
sin problemas de clasificación, y ante una censura que continuaría aplicando la “Espada de Damocles” en el cine cotidianamente exhibido en salas comerciales.
Frente a la imagen pornográfica que todo lo evidencia por sus formas de sexualidad, posiciones corporales y despliegue de los fluidos seminales, el cine erótico ha logrado mayor trascendencia porque siempre insinúa y no ilustra peyorativamente; a partir del tratamiento delicado sugiere relaciones íntimas con hondas implicaciones, que no se limitan a la demostración gráfica de la excitación corporal.
De ahí que el material del ciclo “Eros y el cine” vaya más allá del simple acto sexual y su satisfacción inmediata. Las películas ofrecidas sugieren la reunión de Eros y Tanatos, las fantasías sexuales, el descubrimiento y la iniciación sexual adolescentes, el

sadomasoquismo, la relación entre una persona madura y una adolescente, la sensualidad exquisita y la pasión desbordada.
Proponen diferentes aproximaciones a relaciones íntimas no limitadas al forcejeo y la demostración voraz que el cine pornográfico insiste en proponer en el nivel más inmediato de la sexualidad.