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¡Fedra ataca de nuevo!
Roberto Benítez Contreras |
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La gente no advierte hasta qué
punto todos los mitos siguen vivos, latentes,
reiterados como la corriente metálica y subterránea
de nuestra cotidianavulgaridad.
La gente de teatro es la única que
realiza esos esponsales felices entre la leyenda y la vida.
Salvador Novo
Uno
pasa por la vida poniéndole adjetivos a los objetos y a
los sujetos, como una forma de diferenciarlos, delimitarlos o
separarlos del común de los demás; hay momentos
en que tal adjetivación cobra sentido, pero de un tiempo
acá a mí me parece todo esto dudoso. A ver, me explico.
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Pensemos
en un triángulo, pero evoquemos un buen triángulo,
muy preciso, o simplemente correcto, pero ¿por qué
decimos que lo es?, ¿sólo porque tiene sus indispensables
tres ángulos?, bueno, ¿pero no es esa la obligación
de todo triángulo que cometa la sinvergüenzada de ostentar
tal nombre?
¿A qué viene todo esto?, se preguntará el acucioso
lector (otro adjetivo, que más bien a mí me gustaría
aplicar en femenino, nomás por vanidad galana y varonil).
En estas vacaciones vi una obra de teatro (que ya no ha de estar
en cartelera en la Ciudad de México, es decir, ustedes ya
no podrán verla pero sí leer, al estar publicada por
Ediciones El Milagro en su antología Nuevo teatro) la cual
me dejó muy satisfecho como espectador y he ahí otro
adjetivo que me cuestiona: ¿qué no todo espectáculo
teatral –por deformaciones que he de obviar– debería
brindarme ese tipo de satisfacciones, como la de haber degustado
un fino manjar estético?
Pues de una vez les adelanto que no, no siempre me pasa, lo habitual
es que me quede con una añoranza, una cierta frustración
ante el desequilibrio que, como público, llego a captar entre
algunos de los elementos del hecho teatral, es decir, no siempre
encuentro una adecuada maceración y mezcla armónica
entre los ingredientes de la dramaturgia, la escenografía,
la actuación o la dirección, por ejemplo.
Fedra y otras griegas (así llamaba la obra, juro que no es
chiste) me dejó satisfecho como espectador porque efectivamente
logra esa ansiada articulación de elementos que debiera ser
la obligación del teatro, así como el deber de todo
triángulo es poseer tres líneas rectas que se intersecan,
así de simple.
Retorno a la metáfora del triángulo porque me permite
no sólo referirme a los valores per se que debieran poseer
los objetos, artísticos en este caso, y que no siempre se
cumplen, desde el punto de vista de un espectador determinado, sino
también a esos otros triángulos perceptibles en la
misma obra comentada. |
La
dirección está construida con hilo invisible,
como se ha dicho: una buena dirección teatral es aquella
que no se ve ni se siente pero que está allí
para darle
orden y concierto al todo. De los mejores trabajos
de José Caballero, justo sea decirlo |
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El
símil del triángulo se hace presente desde el propio
mito de Fedra, la hija de Minos y Pasifae y hermana de Ariadna (la
que ayuda a Teseo a escapar del laberinto del Minotauro, hermano también
de ambas), la terna empieza desde las particulares circunstancias
de estos tres hermanos encerrados en sus respectivos laberintos visibles
e invisibles; otros triángulos amorosos se suceden entre Fedra,
Ariadna y Teseo, resultando Fedra la elegida en la batalla fraterna
por el amor del héroe que a la vez es protagonista de un enlace
amoroso anterior con la amazona Hipólita, con quien engendró
al casto Hipólito; será la hermosura y la virtud de
su joven hijastro la que despertará la pasión incestuosa
de Fedra, dándose así otro triángulo más
en esta complicada historia, en este caso en cada lado se encuentran
Teseo, Fedra e Hipólito, éste último sacrificado
por Poseidón, merced de la intriga e incontenible fogosidad
de su madrastra.
Este vaivén amoroso y existencial, historia de arrebatos eróticos
y traiciones, se refleja desde la escenografía misma de Fedra
y otras griegas, configurada por una estructura móvil, realizada
espléndidamente por Jorge Ballina, que se completa con el vestuario
e iluminación de Tolita Figueroa y Víctor Zapatero,
respectivamente, menciono esto por principio al ser lo visual lo primero
que impacta en una puesta en escena. Aunque he de decir que toda esta
puesta me huele, me sabe, la siento llena de vanguardia, y lo digo
desde mi modesta perspectiva, en donde veo un trabajo escénico
que está en el punto más avanzado con respecto a las
otras seis o siete puestas que pude ver en estas vacaciones.
El texto dramático es excepcional dentro de la nueva dramaturgia
mexicana, no únicamente trae al presente, revive y renueva,
actualiza el mito de Fedra, ficcionalizando su infancia, adolescencia
y madurez, sino también se compromete con una forma de decir
y de ver el mundo contemporáneo, y lo hace desde la burla y
el juego hasta la más auténtica tragedia, “sin
el menor pudor por” un respeto “pasado de moda”,
hacia los géneros dramáticos. La obra experimenta, indaga,
reflexiona pero sobre todo encuentra y descubre lenguajes, tiempos,
atmósferas, caracteres y formas del ser en su pasión.
Otro acierto es el reparto que va mucho más allá del
compromiso con su labor y llega al virtuosismo en su ejecución,
provocando ese compromiso del espectador tan anhelado por los hacedores
del teatro. Hace sentir, hace pensar, es un teatro vivo y vanguardista.
La dirección está construida con hilo invisible, como
se ha dicho: una buena dirección teatral es aquella que no
se ve ni se siente pero que está allí para darle orden
y concierto al todo. De los mejores trabajos de José Caballero,
justo sea decirlo.
Ojalá éste u otros “manjares estéticos”
triángulos cabales, tengamos la oportunidad de ver en la próxima
muestra nacional de teatro a celebrarse en noviembre 2002 en nuestra
cuidad.
Fedra y otras griegas de
Ximena Escalante
Dirección: José Caballero,
Vestuario: Tolita Figueroa, Escenografía:
Jorge Ballina, Iluminación: Víctor Zapatero
Actuaciones: Arcelia Ramírez, Érika
de la Llave, Ari Brickman, Lucero Trejo, Arturo Reyes, Patricia
Marrero, Arturo Reyes, Guillermina Campuzano, Andrés Weiss,
Guillermo Iván, Fabián Storniolo, Eléa Bárcena
y Aurora de la Lama.
Fotografía: José Jorge Carrión.
Teatro El Granero.
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