Año 2 • No. 71 • agosto 26 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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¡Fedra ataca de nuevo!
Roberto Benítez Contreras

La gente no advierte hasta qué punto todos los mitos siguen vivos, latentes,
reiterados como la corriente metálica y subterránea de nuestra cotidianavulgaridad.
La gente de teatro es la única que
realiza esos esponsales felices entre la leyenda y la vida.
Salvador Novo

Uno pasa por la vida poniéndole adjetivos a los objetos y a los sujetos, como una forma de diferenciarlos, delimitarlos o separarlos del común de los demás; hay momentos en que tal adjetivación cobra sentido, pero de un tiempo acá a mí me parece todo esto dudoso. A ver, me explico.

Pensemos en un triángulo, pero evoquemos un buen triángulo, muy preciso, o simplemente correcto, pero ¿por qué decimos que lo es?, ¿sólo porque tiene sus indispensables tres ángulos?, bueno, ¿pero no es esa la obligación de todo triángulo que cometa la sinvergüenzada de ostentar tal nombre?
¿A qué viene todo esto?, se preguntará el acucioso lector (otro adjetivo, que más bien a mí me gustaría aplicar en femenino, nomás por vanidad galana y varonil).
En estas vacaciones vi una obra de teatro (que ya no ha de estar en cartelera en la Ciudad de México, es decir, ustedes ya no podrán verla pero sí leer, al estar publicada por Ediciones El Milagro en su antología Nuevo teatro) la cual me dejó muy satisfecho como espectador y he ahí otro adjetivo que me cuestiona: ¿qué no todo espectáculo teatral –por deformaciones que he de obviar– debería brindarme ese tipo de satisfacciones, como la de haber degustado un fino manjar estético?
Pues de una vez les adelanto que no, no siempre me pasa, lo habitual es que me quede con una añoranza, una cierta frustración ante el desequilibrio que, como público, llego a captar entre algunos de los elementos del hecho teatral, es decir, no siempre encuentro una adecuada maceración y mezcla armónica entre los ingredientes de la dramaturgia, la escenografía, la actuación o la dirección, por ejemplo.
Fedra y otras griegas (así llamaba la obra, juro que no es chiste) me dejó satisfecho como espectador porque efectivamente logra esa ansiada articulación de elementos que debiera ser la obligación del teatro, así como el deber de todo triángulo es poseer tres líneas rectas que se intersecan, así de simple.
Retorno a la metáfora del triángulo porque me permite no sólo referirme a los valores per se que debieran poseer los objetos, artísticos en este caso, y que no siempre se cumplen, desde el punto de vista de un espectador determinado, sino también a esos otros triángulos perceptibles en la misma obra comentada.
La dirección está construida con hilo invisible,
como se ha dicho: una buena dirección teatral es aquella
que no se ve ni se siente pero que está allí para darle
orden y concierto al todo. De los mejores trabajos
de José Caballero, justo sea decirlo
El símil del triángulo se hace presente desde el propio mito de Fedra, la hija de Minos y Pasifae y hermana de Ariadna (la que ayuda a Teseo a escapar del laberinto del Minotauro, hermano también de ambas), la terna empieza desde las particulares circunstancias de estos tres hermanos encerrados en sus respectivos laberintos visibles e invisibles; otros triángulos amorosos se suceden entre Fedra, Ariadna y Teseo, resultando Fedra la elegida en la batalla fraterna por el amor del héroe que a la vez es protagonista de un enlace amoroso anterior con la amazona Hipólita, con quien engendró al casto Hipólito; será la hermosura y la virtud de su joven hijastro la que despertará la pasión incestuosa de Fedra, dándose así otro triángulo más en esta complicada historia, en este caso en cada lado se encuentran Teseo, Fedra e Hipólito, éste último sacrificado por Poseidón, merced de la intriga e incontenible fogosidad de su madrastra.
Este vaivén amoroso y existencial, historia de arrebatos eróticos y traiciones, se refleja desde la escenografía misma de Fedra y otras griegas, configurada por una estructura móvil, realizada espléndidamente por Jorge Ballina, que se completa con el vestuario e iluminación de Tolita Figueroa y Víctor Zapatero, respectivamente, menciono esto por principio al ser lo visual lo primero que impacta en una puesta en escena. Aunque he de decir que toda esta puesta me huele, me sabe, la siento llena de vanguardia, y lo digo desde mi modesta perspectiva, en donde veo un trabajo escénico que está en el punto más avanzado con respecto a las otras seis o siete puestas que pude ver en estas vacaciones.
El texto dramático es excepcional dentro de la nueva dramaturgia mexicana, no únicamente trae al presente, revive y renueva, actualiza el mito de Fedra, ficcionalizando su infancia, adolescencia y madurez, sino también se compromete con una forma de decir y de ver el mundo contemporáneo, y lo hace desde la burla y el juego hasta la más auténtica tragedia, “sin el menor pudor por” un respeto “pasado de moda”, hacia los géneros dramáticos. La obra experimenta, indaga, reflexiona pero sobre todo encuentra y descubre lenguajes, tiempos, atmósferas, caracteres y formas del ser en su pasión.
Otro acierto es el reparto que va mucho más allá del compromiso con su labor y llega al virtuosismo en su ejecución, provocando ese compromiso del espectador tan anhelado por los hacedores del teatro. Hace sentir, hace pensar, es un teatro vivo y vanguardista.
La dirección está construida con hilo invisible, como se ha dicho: una buena dirección teatral es aquella que no se ve ni se siente pero que está allí para darle orden y concierto al todo. De los mejores trabajos de José Caballero, justo sea decirlo.
Ojalá éste u otros “manjares estéticos” triángulos cabales, tengamos la oportunidad de ver en la próxima muestra nacional de teatro a celebrarse en noviembre 2002 en nuestra cuidad.

Fedra y otras griegas de Ximena Escalante

Dirección: José Caballero,
Vestuario: Tolita Figueroa, Escenografía: Jorge Ballina, Iluminación: Víctor Zapatero
Actuaciones: Arcelia Ramírez, Érika de la Llave, Ari Brickman, Lucero Trejo, Arturo Reyes, Patricia Marrero, Arturo Reyes, Guillermina Campuzano, Andrés Weiss, Guillermo Iván, Fabián Storniolo, Eléa Bárcena y Aurora de la Lama.
Fotografía: José Jorge Carrión. Teatro El Granero.