Esos
documentos coinciden en que la consecuencia más notoria será
la elevación del nivel del mar. En efecto, si los gases de
invernadero se duplican en la atmósfera, la temperatura ambiente
aumentará entre dos y cinco grados celsius, se derretirá
(¿o ya se está derritiendo?) parte de los casquetes
polares ahora emergidos, y el nivel del mar habrá de elevarse
unos centímetros, quizás hasta un metro (los expertos
afirman que se ha elevado 15 centímetros en el último
siglo). Grandes extensiones de tierras bajas pasarán a ser
pantanosas o submarinas.
Así, la mayoría de las costas del Golfo de México
–bajas, arenosas, con extensos humedales adyacentes, a menos
de un metro sobre el nivel del mar– representan la fracción
del territorio veracruzano más vulnerable al ascenso del
nivel del mar. Serán afectados muchos poblados, el agua salina
se infiltrará hasta los mantos freáticos y las centrales
eléctricas costeras (Tuxpan y Laguna Verde) serán
afectadas directamente si aún siguen en operación
dentro de media centuria. Las lagunas de Alvarado y de Tamiahua
pasarán a formar parte del mar.
En cifras gruesas, se perderían más de 600 kilómetros
de playas (y, desde luego, buena parte de la hoy incipiente infraestructura
turística, incluidas la Costa Esmeralda y Veracruz-Boca del
Río), junto con más de 200 kilómetros de caminos
y alrededor de 20 kilómetros de puertos marítimos
actuales. Más de 3 mil hectáreas urbanas se volverán
francamente inundables al igual que cerca de 200 mil de pastizales
y agricultura.
Por otra parte, entre los ecosistemas forestales que serán
más afectados en el país, están los bosques
húmedos y templados de la sierra de Zongolica, y las planicies
costeras se verán sujetas a una gradual desertificación.
La salud y la comodidad de los humanos se verán deterioradas.
Primeramente, es previsible un aumento en la mortalidad por plagas
cuya propagación está relacionada con temperaturas
altas (paludismo, dengue, cólera, etcétera), y segundo,
vectores de enfermedades infecciosas ahora propios de tierras bajas,
se desplazarían hacia mayores altitudes. Si se considera
además el incremento poblacional en el próximo medio
siglo, las necesidades de energía para climatización
de edificios en áreas cálidas se habrán de
multiplicar por 10.
Ya que es de esperarse una geografía diferente de los regímenes
de temperatura y humedad ante un cambio climático, ¿cómo
se redistribuirán las tierras agrícolas veracruzanas?,
o ¿el cambio climático –a final de cuentas paulatino,
no radical– nada habrá de significar ante los embates
del mercado?
Por otro lado, si el protocolo de Kyoto algún día
entra en vigor, la captura de carbono mediante la silvicultura –para
atenuar la contaminación emitida por la quema de combustibles–
será un negocio atractivo. Es decir, que para un agricultor,
en un mercado especulativo mundial de “bonos de carbono”
o “bonos ecológicos”, puede llegar a ser más
rentable reforestar que producir, lo que sería una oportunidad
para la restauración ambiental de vastas regiones de Veracruz.
Por lo anterior, se impone la necesidad de analizar a detalle la
vulnerabilidad y las oportunidades del estado ante un posible cambio
climático. El primer paso será una mesa redonda entre
especialistas pero dirigida al público en general, que se
realizará el 30 de septiembre en Xalapa en el marco de la
Feria Internacional del Libro Universitario. (filu 2002) Sirvan
estas líneas de primera llamada a esa reunión. Comentarios
a: atejeda@uv.mx
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