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Me
considero un saboteador de la literatura: César Aira
Iván Javier Maldonado Rosales
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El novelista argentino presentó en la FILU-2002 cuatro de sus
novelas, publicadas por Editorial Era: Los dos payasos, Un
episodio en la vida del pintor viajero, Los fantasmas
y La prueba |
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En
César Aira vida, lectura y escritura se imbrican. Así
ha terminado 50 novelas que han tenido espléndida acogida
en España, donde este año aparecieron El mago, La
liebre y Varamo.
Aira empieza una novela con una idea vaga, no muy bien definida,
de modo que le dé “la posibilidad de ir improvisando”
a medida que escribe, y la nutre con un diario donde anota “cosas
que me van sucediendo todos los días”. El escenario
de muchas de sus obras es el barrio bonaerense de Flores, donde
vive desde 1967.
Con voz pausada, apunta que escribe en los cafés, mira lo
que pasa, escucha conversaciones, sale mucho a caminar, ve televisión,
lee a los clásicos, “a la buena literatura”.
De ahí le surgen ideas para sus novelas, que “tienen
un curso zigzagueante, un |
poco
imprevisible que ni yo sé a dónde va porque no lo
puedo saber, ya que el material lo estoy tomando a medida que lo
voy escribiendo”. En ello radica su apuesta literaria. Unos
críticos lo adoran, otros lo desprecian.
Si bien César Aira ya se ha consolidado como una de las figuras
relevantes de la actual narrativa hispanoamericana, es capaz de
reírse de sí mismo, de declararse no genio, sino “un
fraude bien hecho”, dada la ambigüedad de la literatura,
pues “juega con la verdad hecha mentira y la mentira hecha
verdad”, o asumirse cual saboteador que construye algo normal,
pero le desafloja unos tornillos. |
La
presencia de César Aira dio enorme realce a la ii Feria Internacional
del Libro Universitario que se llevó a cabo en Xalapa, organizada
por la Universidad Veracruzana. En esta ciudad presentó el
sábado 18 cuatro de sus novelas, publicadas por Era: Los
dos payasos, Un episodio en la vida del pintor viajero, Los fantasmas
y La prueba, que fueron comentadas por el escritor Sergio Pitol
y el editor Marcelo Uribe.
Sergio Pitol, de entrada, hizo patente su admiración por
la escritura de Aira, a quien conoció en 1994 durante un
congreso de escritores celebrado en Mérida de los Andes,
Venezuela. Otros integrantes de la delegación argentina mencionaban
que quizá era la figura más importante de la nueva
literatura de aquel país; “que su escritura era provocativa,
irritante, radicalmente desconcertante y un poco semejante a la
de Gombrowicz”. |

César
Aira, en la FILU |
En
ese congreso, donde los participantes debían hablar sobre
su ars poetica, Aira expuso que sus procedimientos narrativos se
movían en dirección contraria a las convenciones narrativas.
“A él no le interesaba hacer lo que todos hacían
ni seguir las líneas de Balzac, Stendhal o Zolá, a
quienes conocía perfectamente y respetaba con fervor”.
Se remonta a los orígenes para irse hacia una escritura más
estimulante, detesta la literatura comercial y lee muy poco a sus
contemporáneos –aunque pueda parecer snob–; se
nutre de los autores clásicos, de los extravagantes, de los
surrealistas, de los locos. Tal es el material que ocupa para su
Diccionario de autores latinoamericanos, donde incluye a Julio Torri,
Efrén Hernández y Elena Garro.
Pitol comentó que tras su primer encuentro en Venezuela,
Aira le regaló una de sus novelas, Cómo me hice monja;
a partir de ahí, se convirtió en uno de sus lectores
asiduos. “Desde hace muchos años no encontraba ese
escalofrío, esa hinchazón, esa embriaguez que conocía
al recorrer una y otra vez sus páginas”.
La trama, las situaciones y las tribulaciones de los personajes
creados por Aira, subrayó el autor de El arte de la fuga,
“nos arrastran desde el primer contacto. La escritura nos
parece un mero vector, un vehículo que nos conduce a una
velocidad desaforada a la situación final. Los episodios
son tan disparatados, tan excéntricos, tan inconcebibles,
que los prodigios del lenguaje se esconden. Parecen ser sólo
un sostén firme de los procedimientos narrativos. Pero cuando
uno lee la novela, conociendo ya sus peripecias, y sobre todo el
final, es posible describir el lenguaje, tocarlo, paladearlo”.
Por último, Sergio Pitol leyó un fragmento de un ensayo
de Aira, La nueva escritura, en el que desarrolla su idea de la
novela. “Tal como yo lo veo, las vanguardias aparecieron cuando
se hubo consumado la profesionalización de los artistas,
y se hizo necesario empezar de nuevo. Cuando el arte ya estaba inventado
y sólo quedaba seguir haciendo obras, el mito de la vanguardia
vino a reponer la posibilidad de hacer el camino desde el origen.
Si el proceso real había llevado 2 mil o 3 mil años,
el que propuso la vanguardia no pudo funcionar sino como un simulacro
o pantomima, y de ahí el aire lúdico, o en todo caso
‘poco serio’ que han tenido las vanguardias, su inestabilidad
carnavalesca. Pero la Historia abomina las situaciones estables,
y la vanguardia fue la respuesta de una práctica social,
el arte, para recrear una dinámica evolutiva”. |
“Mis
novelas tienen un curso zigzagueante,
un poco imprevisible que ni yo sé a dónde va
porque
no lo puedo saber, ya que el material lo estoy tomando a medida
que lo voy escribiendo”
César Aira |
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Marcelo
Uribe, de Editorial Era, dio lectura a un texto en el que hizo una
invitación a leer las novelas de César Aira, “lección
de economía y brevedad”. Su escritura es una continuación
de su actividad como lector, además de que posee una interminable
y paciente curiosidad por reconstruir todo una y otra vez, a partir
de la lectura y la escritura. No le interesa la fama, sólo
le preocupa escribir.
Aseveró que los libros de Aira apuntan para todos lados,
a diferencia de los autores que publican gran número de títulos
con versiones y variaciones de una sola pasión, de una misma
temática, e incluso muchos críticos lo han calificado
como un excéntrico, un inclasificable. “Es un hombre
de una curiosidad sinfín, que no ha dejado de escribir un
diario donde improvisa y hurga en la realidad, la manipula y nos
la devuelve en forma de novela”.
Detrás de cada una de sus obras hay un intento de ensayar
algo, “de buscar algo, o de comprobar si alguna intuición
suya es verídica”. Sus libros son apasionantes, llenos
de inteligencia, con mundos inventados completamente por él.
Marcelo Uribe precisó que César Aira no tiene un rostro
literario reconocible. “Y en su interminable persecución
de la novela, de narrar, de contar, de alguna forma lo que hace
es ir destruyendo los géneros, los estilos, inventándolo
todo de nuevo con esa sed insaciable y iconoclasta que busca y encuentra,
con la máxima serenidad, con la máxima pasión”.
Un episodio en la vida del pintor viajero cuenta y reinventa algunos
días de descanso en el Cono sur de Johan Moritz Rugendas,
“un maravilloso paisajista alemán que se dedicó
a pintarlo todo”, tal como Aira se ha consagrado a contarlo
todo. Empero, el discurso destruye las expectativas fáciles
de la novela histórica, “para transformarse en uno
de los relatos más intensos sobre el artista y la creación,
y su relación con lo que tiene frente a él, sus modelos,
el mundo y nosotros”.
Los fantasmas es uno de los textos más realistas de Aira,
ya que describe con toda precisión los colores, texturas
y elasticidad del cuerpo de estos seres, así como su comportamiento,
de la misma forma que describe a los personajes de carne y hueso
que conviven con ellos en un edificio en construcción. Así,
el lector acepta la existencia real, verídica y tangible
de ambos, “gracias a la sabiduría y la sutileza de
lenguaje narrativo”. La tensión dramática que
se desata en ese mundo “posee la dimensión trágica
de las mejores obras literarias, de los más lúcidos
narradores”. |
La
prosa de Aira, concluyó Uribe, es brillante, cambiante e
imaginativa, trasluce su interminable afán por narrar. “Es
una especie de adictivo encantador de serpientes, una droga que
nos hace pedir y esperar más y más”.
César Aira, tras agradecer a Sergio Pitol que haya sido su
guía de lecturas, –pues por él conoció
a autores polacos y georgianos–, leyó un pequeño
relato de unas amigas suyas “que tienen una tiendecita de
souvenirs en Buenos Aires”, sacado en fotocopias y editado
en un cuadernillo que, al igual que sus otras publicaciones, colgaban
en un ganchito. Su lectura inspiró a Aira a escribir “una
pequeña novelita para ellas”, titulada La pastilla
de hormona, en la que pudo constatarse el humor, la ironía
y el absurdo característicos de sus textos, así como
la improvisación con la que los engarza, arrancando más
de una carcajada entre los asistentes que colmaron el Pabellón
Central del Gimnasio Universitario de la Universidad Veracruzana.
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“Un
señor cincuentón, barrigón, llamado Rosales,
un día hizo una travesura que lo pintaba de cuerpo entero.
Se tragó una pastilla de hormona de un frasquito que estaba
en el botiquín del baño de su casa. Era un remedio
que le habían dado a la esposa por los trastornos de la edad.
Unas pildoritas de color rosa, minúsculas, satinadas e innumerables
dentro de un frasco de vidrio oscuro con tapa roja.
“Sacó una y la estuvo mirando un momento y se le ocurrió
que, como broma, sin decírselo a nadie, antes ni después,
podía tomársela. Y así lo hizo, sin pensarlo
más. Estaba seguro de que el hurto iba a pasar desapercibido
porque su esposa le había comentado, justamente la noche
anterior, que dos por tres se olvidaba de tomar la pastilla diaria
que le había indicado el médico, así que debía
de haber perdido la cuenta de las que faltaban en el frasco.
“Alzó la vista, y todo lo cómico, lo inmensamente
cómico de la situación se le hizo patente. ¡Qué
risa, qué vivo era, qué se le ocurriría después!
O mejor dicho, ¡qué no se le ha ocurrido ya! Se miró
la cara en el espejo, iluminada por una gigantesca promesa de la
risa. Nadie sabía las cosas que hacía a escondidas.
Pasaba por un señor serio, casi un melancólico, casi
un fatalista, pero tenía una vida secreta, en la que se reía
de todo y de todos, y más que nada se reía de sí
mismo.”
César Aira nació en
Coronel Pringles, un pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires,
Argentina, en 1949, y desde 1967 reside en el barrio bonaerense
de Flores. Hizo estudios de derecho y
literatura, y también se ha desempeñado como traductor.
Tiene publicados más de 50 libros, entre novelas, teatro
y ensayo. Otros de sus textos conocidos son Cómo me hice
monja, Cumpleaños, Diccionario de autores latinoamericanos,
El llanto y Ema, la cautiva.
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