Año 2 • No. 77 • octubre 7 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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Me considero un saboteador de la literatura: César Aira
Iván Javier Maldonado Rosales

· El novelista argentino presentó en la FILU-2002 cuatro de sus novelas, publicadas por Editorial Era: Los dos payasos, Un episodio en la vida del pintor viajero, Los fantasmas y La prueba
En César Aira vida, lectura y escritura se imbrican. Así ha terminado 50 novelas que han tenido espléndida acogida en España, donde este año aparecieron El mago, La liebre y Varamo.
Aira empieza una novela con una idea vaga, no muy bien definida, de modo que le dé “la posibilidad de ir improvisando” a medida que escribe, y la nutre con un diario donde anota “cosas que me van sucediendo todos los días”. El escenario de muchas de sus obras es el barrio bonaerense de Flores, donde vive desde 1967.
Con voz pausada, apunta que escribe en los cafés, mira lo que pasa, escucha conversaciones, sale mucho a caminar, ve televisión, lee a los clásicos, “a la buena literatura”. De ahí le surgen ideas para sus novelas, que “tienen un curso zigzagueante, un
poco imprevisible que ni yo sé a dónde va porque no lo puedo saber, ya que el material lo estoy tomando a medida que lo voy escribiendo”. En ello radica su apuesta literaria. Unos críticos lo adoran, otros lo desprecian.
Si bien César Aira ya se ha consolidado como una de las figuras relevantes de la actual narrativa hispanoamericana, es capaz de reírse de sí mismo, de declararse no genio, sino “un fraude bien hecho”, dada la ambigüedad de la literatura, pues “juega con la verdad hecha mentira y la mentira hecha verdad”, o asumirse cual saboteador que construye algo normal, pero le desafloja unos tornillos.
La presencia de César Aira dio enorme realce a la ii Feria Internacional del Libro Universitario que se llevó a cabo en Xalapa, organizada por la Universidad Veracruzana. En esta ciudad presentó el sábado 18 cuatro de sus novelas, publicadas por Era: Los dos payasos, Un episodio en la vida del pintor viajero, Los fantasmas y La prueba, que fueron comentadas por el escritor Sergio Pitol y el editor Marcelo Uribe.
Sergio Pitol, de entrada, hizo patente su admiración por la escritura de Aira, a quien conoció en 1994 durante un congreso de escritores celebrado en Mérida de los Andes, Venezuela. Otros integrantes de la delegación argentina mencionaban que quizá era la figura más importante de la nueva literatura de aquel país; “que su escritura era provocativa, irritante, radicalmente desconcertante y un poco semejante a la de Gombrowicz”.

César Aira, en la FILU
En ese congreso, donde los participantes debían hablar sobre su ars poetica, Aira expuso que sus procedimientos narrativos se movían en dirección contraria a las convenciones narrativas. “A él no le interesaba hacer lo que todos hacían ni seguir las líneas de Balzac, Stendhal o Zolá, a quienes conocía perfectamente y respetaba con fervor”. Se remonta a los orígenes para irse hacia una escritura más estimulante, detesta la literatura comercial y lee muy poco a sus contemporáneos –aunque pueda parecer snob–; se nutre de los autores clásicos, de los extravagantes, de los surrealistas, de los locos. Tal es el material que ocupa para su Diccionario de autores latinoamericanos, donde incluye a Julio Torri, Efrén Hernández y Elena Garro.
Pitol comentó que tras su primer encuentro en Venezuela, Aira le regaló una de sus novelas, Cómo me hice monja; a partir de ahí, se convirtió en uno de sus lectores asiduos. “Desde hace muchos años no encontraba ese escalofrío, esa hinchazón, esa embriaguez que conocía al recorrer una y otra vez sus páginas”.
La trama, las situaciones y las tribulaciones de los personajes creados por Aira, subrayó el autor de El arte de la fuga, “nos arrastran desde el primer contacto. La escritura nos parece un mero vector, un vehículo que nos conduce a una velocidad desaforada a la situación final. Los episodios son tan disparatados, tan excéntricos, tan inconcebibles, que los prodigios del lenguaje se esconden. Parecen ser sólo un sostén firme de los procedimientos narrativos. Pero cuando uno lee la novela, conociendo ya sus peripecias, y sobre todo el final, es posible describir el lenguaje, tocarlo, paladearlo”.
Por último, Sergio Pitol leyó un fragmento de un ensayo de Aira, La nueva escritura, en el que desarrolla su idea de la novela. “Tal como yo lo veo, las vanguardias aparecieron cuando se hubo consumado la profesionalización de los artistas, y se hizo necesario empezar de nuevo. Cuando el arte ya estaba inventado y sólo quedaba seguir haciendo obras, el mito de la vanguardia vino a reponer la posibilidad de hacer el camino desde el origen. Si el proceso real había llevado 2 mil o 3 mil años, el que propuso la vanguardia no pudo funcionar sino como un simulacro o pantomima, y de ahí el aire lúdico, o en todo caso ‘poco serio’ que han tenido las vanguardias, su inestabilidad carnavalesca. Pero la Historia abomina las situaciones estables, y la vanguardia fue la respuesta de una práctica social, el arte, para recrear una dinámica evolutiva”.
“Mis novelas tienen un curso zigzagueante,
un poco imprevisible que ni yo sé a dónde va porque
no lo puedo saber, ya que el material lo estoy tomando a medida que lo voy escribiendo”
César Aira
Marcelo Uribe, de Editorial Era, dio lectura a un texto en el que hizo una invitación a leer las novelas de César Aira, “lección de economía y brevedad”. Su escritura es una continuación de su actividad como lector, además de que posee una interminable y paciente curiosidad por reconstruir todo una y otra vez, a partir de la lectura y la escritura. No le interesa la fama, sólo le preocupa escribir.
Aseveró que los libros de Aira apuntan para todos lados, a diferencia de los autores que publican gran número de títulos con versiones y variaciones de una sola pasión, de una misma temática, e incluso muchos críticos lo han calificado como un excéntrico, un inclasificable. “Es un hombre de una curiosidad sinfín, que no ha dejado de escribir un diario donde improvisa y hurga en la realidad, la manipula y nos la devuelve en forma de novela”.
Detrás de cada una de sus obras hay un intento de ensayar algo, “de buscar algo, o de comprobar si alguna intuición suya es verídica”. Sus libros son apasionantes, llenos de inteligencia, con mundos inventados completamente por él.
Marcelo Uribe precisó que César Aira no tiene un rostro literario reconocible. “Y en su interminable persecución de la novela, de narrar, de contar, de alguna forma lo que hace es ir destruyendo los géneros, los estilos, inventándolo todo de nuevo con esa sed insaciable y iconoclasta que busca y encuentra, con la máxima serenidad, con la máxima pasión”.
Un episodio en la vida del pintor viajero cuenta y reinventa algunos días de descanso en el Cono sur de Johan Moritz Rugendas, “un maravilloso paisajista alemán que se dedicó a pintarlo todo”, tal como Aira se ha consagrado a contarlo todo. Empero, el discurso destruye las expectativas fáciles de la novela histórica, “para transformarse en uno de los relatos más intensos sobre el artista y la creación, y su relación con lo que tiene frente a él, sus modelos, el mundo y nosotros”.
Los fantasmas es uno de los textos más realistas de Aira, ya que describe con toda precisión los colores, texturas y elasticidad del cuerpo de estos seres, así como su comportamiento, de la misma forma que describe a los personajes de carne y hueso que conviven con ellos en un edificio en construcción. Así, el lector acepta la existencia real, verídica y tangible de ambos, “gracias a la sabiduría y la sutileza de lenguaje narrativo”. La tensión dramática que se desata en ese mundo “posee la dimensión trágica de las mejores obras literarias, de los más lúcidos narradores”.
La prosa de Aira, concluyó Uribe, es brillante, cambiante e imaginativa, trasluce su interminable afán por narrar. “Es una especie de adictivo encantador de serpientes, una droga que nos hace pedir y esperar más y más”.
César Aira, tras agradecer a Sergio Pitol que haya sido su guía de lecturas, –pues por él conoció a autores polacos y georgianos–, leyó un pequeño relato de unas amigas suyas “que tienen una tiendecita de souvenirs en Buenos Aires”, sacado en fotocopias y editado en un cuadernillo que, al igual que sus otras publicaciones, colgaban en un ganchito. Su lectura inspiró a Aira a escribir “una pequeña novelita para ellas”, titulada La pastilla de hormona, en la que pudo constatarse el humor, la ironía y el absurdo característicos de sus textos, así como la improvisación con la que los engarza, arrancando más de una carcajada entre los asistentes que colmaron el Pabellón Central del Gimnasio Universitario de la Universidad Veracruzana.
“Un señor cincuentón, barrigón, llamado Rosales, un día hizo una travesura que lo pintaba de cuerpo entero. Se tragó una pastilla de hormona de un frasquito que estaba en el botiquín del baño de su casa. Era un remedio que le habían dado a la esposa por los trastornos de la edad. Unas pildoritas de color rosa, minúsculas, satinadas e innumerables dentro de un frasco de vidrio oscuro con tapa roja.
“Sacó una y la estuvo mirando un momento y se le ocurrió que, como broma, sin decírselo a nadie, antes ni después, podía tomársela. Y así lo hizo, sin pensarlo más. Estaba seguro de que el hurto iba a pasar desapercibido porque su esposa le había comentado, justamente la noche anterior, que dos por tres se olvidaba de tomar la pastilla diaria que le había indicado el médico, así que debía de haber perdido la cuenta de las que faltaban en el frasco.
“Alzó la vista, y todo lo cómico, lo inmensamente cómico de la situación se le hizo patente. ¡Qué risa, qué vivo era, qué se le ocurriría después! O mejor dicho, ¡qué no se le ha ocurrido ya! Se miró la cara en el espejo, iluminada por una gigantesca promesa de la risa. Nadie sabía las cosas que hacía a escondidas. Pasaba por un señor serio, casi un melancólico, casi un fatalista, pero tenía una vida secreta, en la que se reía de todo y de todos, y más que nada se reía de sí mismo.”
César Aira nació en
Coronel Pringles, un pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires, Argentina, en 1949, y desde 1967 reside en el barrio bonaerense de Flores. Hizo estudios de derecho y
literatura, y también se ha desempeñado como traductor. Tiene publicados más de 50 libros, entre novelas, teatro y ensayo. Otros de sus textos conocidos son Cómo me hice monja, Cumpleaños, Diccionario de autores latinoamericanos, El llanto y Ema, la cautiva.