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Los
libros en línea
Interfase
Gina Sotelo
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El
libro en Internet está hecho de bits, mientras que el de
papel está hecho, además de bits, de átomos.
Cuando compramos un libro de papel pagamos principalmente eso: papel,
un objeto de átomos que sirve de soporte para cierto contenido.
Cuando lo compramos por internet, adquirimos un paquete de datos,
independientemente del contenido literario del autor. ¿Cómo
los autores reciben ésta cuestión? El escritor escribe
una novela y es publicada por un editor en papel. Lo que él
vende por el autor es papel manchado de tinta y encuadernado, independientemente
de la difusión de las ideas. El papel, que no es el libro
sino su soporte, deja constancia de ese movimiento comercial.
En cambio si se vende el libro por Internet, desaparece este componente
mecánico de átomos. Los electrones viajan convertidos
en bits, de una computadora a otra, de un rincón a otro del
mundo, de un punto a otro de la aldea global. Entonces los lectores
pagamos ideas, no papel, ni bits. Y las ideas impresas o electrónicas
se vuelven valor de cambio, es decir, mercancía en papel
o en bits. Por su parte, comprar electrones es ventajoso: más
barato, accesible y mundial.
Por otra parte, si la editorial de papel desaparece sus libros quedan
en las bibliotecas. El papel les da continuidad en el tiempo y en
el espacio. Pero si la que quiebra es una editorial que funciona
en Internet, en el ciberespacio, se volatiliza junto con sus libros;
si hay derechos de autor, nadie puede –sin permiso–
hacerse cargo de la distribución legal de ellos.
El asunto se convierte en algo demencial y hay quien se está
ocupando del asunto (ver “Archiving the Internet”, por
Brewster Kahle, The Internet Archive www.archive.org/ y “Preserving
the Internet”, en Scientific American de marzo de 1997) Se
han propuesto almacenar todo el contenido de Internet. Es un trabajo
enorme, pero factible. Ese esfuerzo está sujeto a los cambios,
algunos de los cuales se dan minuto a minuto. El programa que anima
a este repositorio es lo que llaman un crawler, que recorre la Red
buscando documentos para copiarlos en enormes discos duros, dos
terabytes, es decir, dos cuatrillones de bytes, mientras la Biblioteca
del Congreso tiene cuatrocientos terabytes. Cada vez que una página
cambia guardan una copia. ¿Lo puedes imaginar?
¿Cómo colocar los libros en las bibliotecas del ciberespacio,
en esa nueva Biblioteca de Babel, esa Biblioteca Total que describe
Jorge Luis Borges? Las bibliotecas de papel adquieren uno o más
ejemplares de un libro para que estén disponibles en bibliotecas
públicas y deben adquirir numerosos ejemplares si el libro
es muy solicitado.
En una biblioteca el lector “huele” los signos que están
impresos en el papel. Pero en Internet el lector obtendría
de la biblioteca electrónica lo mismo que del editor electrónico
del libro: bits, pero sin pagar los electrones. En Internet carne
y olor, es decir, papel y bit no tienen diferencias. No se podría,
pues, en el marco actual del derecho de autor y la propiedad intelectual,
almacenar los libros en forma electrónica en bibliotecas
públicas accesibles por Internet. En ellas el libro propiamente
dicho, es decir, sus signos, sus bits, su contenido, no estarían
apresados y apretados en una materia pesada, espesa y tangible como
el papel, sino en la forma lábil y ubicua de un chorro de
electrones, que circularían, aunque no fuera legal, de modo
materialmente libre por todas partes, por el llamado ciberespacio.
Finalmente se convierte en riqueza, pero una riqueza de bien no
emanado de la tierra y ciertamente ha creado una gran fortuna.
Nos leemos en el siguiente Interfase. La dirección arulfo@uv.mx
funciona como foro de preguntas para esta columna. Hasta la próxima.(Alejandro
Rulfo Méndez) |
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