Año 2 • No. 77 • octubre 7 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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Los libros en línea
Interfase
Gina Sotelo

El libro en Internet está hecho de bits, mientras que el de papel está hecho, además de bits, de átomos. Cuando compramos un libro de papel pagamos principalmente eso: papel, un objeto de átomos que sirve de soporte para cierto contenido. Cuando lo compramos por internet, adquirimos un paquete de datos, independientemente del contenido literario del autor. ¿Cómo los autores reciben ésta cuestión? El escritor escribe una novela y es publicada por un editor en papel. Lo que él vende por el autor es papel manchado de tinta y encuadernado, independientemente de la difusión de las ideas. El papel, que no es el libro sino su soporte, deja constancia de ese movimiento comercial.
En cambio si se vende el libro por Internet, desaparece este componente mecánico de átomos. Los electrones viajan convertidos en bits, de una computadora a otra, de un rincón a otro del mundo, de un punto a otro de la aldea global. Entonces los lectores pagamos ideas, no papel, ni bits. Y las ideas impresas o electrónicas se vuelven valor de cambio, es decir, mercancía en papel o en bits. Por su parte, comprar electrones es ventajoso: más barato, accesible y mundial.
Por otra parte, si la editorial de papel desaparece sus libros quedan en las bibliotecas. El papel les da continuidad en el tiempo y en el espacio. Pero si la que quiebra es una editorial que funciona en Internet, en el ciberespacio, se volatiliza junto con sus libros; si hay derechos de autor, nadie puede –sin permiso– hacerse cargo de la distribución legal de ellos.
El asunto se convierte en algo demencial y hay quien se está ocupando del asunto (ver “Archiving the Internet”, por Brewster Kahle, The Internet Archive www.archive.org/ y “Preserving the Internet”, en Scientific American de marzo de 1997) Se han propuesto almacenar todo el contenido de Internet. Es un trabajo enorme, pero factible. Ese esfuerzo está sujeto a los cambios, algunos de los cuales se dan minuto a minuto. El programa que anima a este repositorio es lo que llaman un crawler, que recorre la Red buscando documentos para copiarlos en enormes discos duros, dos terabytes, es decir, dos cuatrillones de bytes, mientras la Biblioteca del Congreso tiene cuatrocientos terabytes. Cada vez que una página cambia guardan una copia. ¿Lo puedes imaginar?
¿Cómo colocar los libros en las bibliotecas del ciberespacio, en esa nueva Biblioteca de Babel, esa Biblioteca Total que describe Jorge Luis Borges? Las bibliotecas de papel adquieren uno o más ejemplares de un libro para que estén disponibles en bibliotecas públicas y deben adquirir numerosos ejemplares si el libro es muy solicitado.
En una biblioteca el lector “huele” los signos que están impresos en el papel. Pero en Internet el lector obtendría de la biblioteca electrónica lo mismo que del editor electrónico del libro: bits, pero sin pagar los electrones. En Internet carne y olor, es decir, papel y bit no tienen diferencias. No se podría, pues, en el marco actual del derecho de autor y la propiedad intelectual, almacenar los libros en forma electrónica en bibliotecas públicas accesibles por Internet. En ellas el libro propiamente dicho, es decir, sus signos, sus bits, su contenido, no estarían apresados y apretados en una materia pesada, espesa y tangible como el papel, sino en la forma lábil y ubicua de un chorro de electrones, que circularían, aunque no fuera legal, de modo materialmente libre por todas partes, por el llamado ciberespacio. Finalmente se convierte en riqueza, pero una riqueza de bien no emanado de la tierra y ciertamente ha creado una gran fortuna.
Nos leemos en el siguiente Interfase. La dirección arulfo@uv.mx funciona como foro de preguntas para esta columna. Hasta la próxima.(Alejandro Rulfo Méndez)