Año 2 • No. 78 • octubre 14 de 2002
Xalapa • Veracruz • México
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La mujer detrás del apellido...
La fotografía le permitió al mundo la posibilidad de representar la realidad sin necesidad de intermediarios, de ser algo mucho más que un pincel que, con un poco de luz y algunos pases de alquimia, podría reproducir las copias más fieles de la realidad visible. Es la fotografía la que tiene el orgullo de ser la única poseedora de la mirada objetiva, el testigo privilegiado capaz de detener el tiempo.
Sin embargo, ya no es suficiente hablar de la fotografía como técnica artística, ahora es importante resaltar la importante relación que existe entre la cámara y la realidad, al asumir, entre otras cuestiones, que detrás del aparato hay un ojo creador que toma importantes decisiones.

Dentro de este amplísimo margen de testimonios fotográficos, de las miradas que los creadores de imágenes nos han hecho comprender no como una verdad per se, sino como el camino que se tiene para encontrarla, nos enfrascaremos en reconocer una mirada imaginativa y viajera, la mirada transparente y audaz de una mujer, Lola Álvarez Bravo, la mujer que existe detrás del apellido.
Lola Álvarez Bravo, Dolores Martínez de Anda, nació en Lagos de Moreno, Jalisco, en el año de 1907. Conocía a Manuel Álvarez Bravo desde niña y se casó con él en 1925, para despuéss irse a vivir a Oaxaca, lugar en el que el contacto con el pueblo y sus artesanías conmueve la sensibilidad artística del matrimonio, quienes a causa de la escasez económica en la que vivían, y al irse aficionando a la fotografía, tienen que compartir la misma cámara fotográfica, aunque en un principio Manuel no le permite a Lola grandes posibilidades de acción en este campo; hay que recordar que el mundo de la fotografía era un mundo de hombres. Sin embargo, aprende poco a poco de él la técnica de la fotografía.

El matrimonio Álvarez Bravo frecuentaba a los intelectuales y artistas del momento, entre los cuales se encontraban el doctor Atl y Diego Rivera, entre muchos otros, permitiéndose tener un mayor movimiento dentro del ambiente de las artes mexicanas. Lola se separó de Manuel Álvarez Bravo en 1935 y comenzó a trabajar en la Secretaría de Educación Pública, iniciándose como fotógrafa en la revista El maestro rural. Fue nombrada del Departamento de Fotografía del Instituto Nacional de Bellas Artes, y muy amiga de Frida Kahlo y de María Izquierdo.
Lola Álvarez Bravo trabajó en el Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad, en 1955 tomó parte en la exhibición “The Family of Man”, organizada por Edward Steichen para el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Su pasión por el arte la
llevó a abrir la Galería de Arte Contemporáneo, en la cual Frida Kahlo realizó la primera exposición individual de una mujer en México, en 1953.
Su libro Escritores y Artistas fue publicado en 1982, así como el de Recuento fotográfico. Esta gran artista y fotógrafa murió en la ciudad de México en 1993.
Lola Álvarez Bravo pertenece a una generación de mujeres educadas en los años posteriores al porfiriato, y en los primeros de la revolución, marcadas aún por la moral decimonónica. Para una mujer como ella el único camino posible de la emancipación, fuera de las labores propias de su sexo, era el matrimonio. Ser musa de un artista ofrece, en los años veintes y treintas, ventajas ineludibles, como en este caso, el abrirse camino dentro del ambiente del arte mexicano, ventaja y opción que esta mujer apasionada por el arte no dejo pasar por alto.
Después de ser compañera y musa de un importante artista Lola decidió generar arte por su cuenta, de manera auténtica y solitaria, caminando por las calles, fotografiando a hombres y mujeres por igual desde su acostumbrada cotidianeidad, encontrando en muchísimas ocasiones la belleza aún en lugares en los que anteriormente sólo se apreciaban rasgos de pobreza y suciedad.
Lola fotografiaba a la gente sin que ésta se enterara, de lado o de espaldas, sorprendiéndolos en un minuto de su intimidad, con una mirada profundamente humana y respetuosa, espontánea, transmitiendo mediante la imagen sus sentimientos de la manera más sincera, con la mirada propia de un testigo fiel y silencioso cuya única pretensión es transmitir aquello en lo que cree y lo que siente, dotando a la fotografía de un extraño poder sentimental.
En lo que respecta a sus ampliamente reconocidas fotografías casi feministas, cabe hacer notar la fuerza que Lola emana de las mujeres y de sus cuerpos, ellas son dueñas de sí mismas y su físico es un estandarte de vitalidad personal y síquica; Lola fijó las texturas de la miseria y sobre todo brincó obstáculos, se vio a si misma tal y como era, una mujer capaz, como mujer bella y sensual entendía a la perfección los atributos femeninos y esto le permitió retratarlos de manera magistral.
Pionera, era una mujer fuerte y capaz de hacer todo ella sola, de inigualable sencillez, sin deudas con nadie y sin intención de agradar a ninguna persona en especial, ella misma reconoció tener una sola deuda con la vida, la de conocer a sus amistades, de quienes aprendió infinidad de cosas y quines le abrieron las puertas del arte para poder llegar a hacer lo que era para ella su verdadera y quizás única pasión, el arte y la fotografía.
Conservó por siempre su apellido de casada, ya que según ella esta era una manera de reconocer sus orígenes, no sólo sentimentales, sino profesionales. Con ello adoptó toda una línea de conducta, un estilo y, sobre todo, una ética, retratando, como ella misma lo decía, a un México que ya no existe, un México que dada su ausencia dotaba de valor a sus fotografías.
Una mujer excepcional que dio a nuestro país no sólo algunas de sus más hermosas fotografías, sino además un espacio femenino en el arte, papel blanco para imprimir, un lente para ver y abrir el paisaje de México; nos ha hecho atravesar sierras a caballo, subirnos en coche y en camión, investigar, llenarnos de energía, escribir, actuar, fotografiar, ser dueños de nuestra vida y nuestro cuerpo, y sobre todo retó a la sociedad con su ejemplo… y desde luego que ganó la batalla.