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Bush contra el mundo…
El Protocolo de Kyoto
Adalberto Tejeda Martínez (Facultad de Ciencias Atmosféricas)
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La
política exterior de la administración Bush ya era
autoritaria e intolerante antes de que derribaran las Torres Gemelas
de Nueva York. En ese afán de dominio, el ataque terrorista
le dio el mejor pretexto, pero el primer signo de que el gobierno
actual de Estados Unidos no tiene el menor compromiso con la comunidad
de naciones fue la negativa a ratificar el Protocolo de Kyoto.
No está de más recordar que el protocolo fue firmado
en 1997 por 84 países. Su objetivo es reducir para 2010 las
emisiones de gases que provocan el calentamiento global hasta los
niveles de 1990, excepto en las regiones subdesarrolladas, cuyo
crecimiento económico requiere aumentar el consumo de combustibles.
Se volverá obligatorio (es un decir, pues para eu nada es
obligatorio) cuando lo ratifiquen 55 parlamentos de países
que sumen 55 por ciento de las emisiones de gases invernadero. Ya
ha sido aceptado por 93 países con 37.1 por ciento de las
emisiones mundiales.
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Con
motivo de la Cumbre de Johannesburgo, a la Unión Europea
(ue), Japón y la mayor parte de los países del tercer
mundo, que meses antes habían aceptado el Protocolo, también
se sumaron China, India, Chile, Brasil, Eslovenia y Bulgaria, entre
otros, y la Federación Rusa declaró que lo hará
en breve.
En sus últimos meses como presidente, Clinton no pudo convencer
al Senado de eu de ratificar el protocolo. El 13 de marzo de 2001,
un mes después de haber tomado posesión como presidente,
Bush manifestó por escrito su complacencia con la postura
senatorial. Puso por delante los intereses de la producción
y el consumo energéticos de su país.
Argumentó que las medidas restrictivas en la quema de combustibles
no afectarán al 80 por ciento de la población mundial
–como la china y la hindú, las más abundantes
del orbe– y que el bióxido de carbono no es considerado
por la legislación estadounidense como un contaminante.
Omitió decir que eu tiene las emisiones más altas
del mundo: per capita son 1.5 veces mayores que Alemania, el doble
que Francia, el cuádruple que México, y en el volumen
mundial representan la quinta parte. Tampoco aclaró que si
el bióxido de carbono no es un contaminante local sí
lo es cuando se acumula en la atmósfera planetaria, pues
provoca el calentamiento del planeta, según las prospecciones
computacionales a partir de modelos
físico-matemáticos.
Inmediatamente, la comunidad científica empezó a hacer
públicos argumentos en contra de las apreciaciones de Bush.
La revista especializada Climate Policy, en su número inaugural
de mediados de 2001, incluyó el texto del inglés Michael
Grubb Los siete mitos contra el Protocolo de Kyoto.
Los límites a las emisiones que propone el protocolo no son
insignificantes para el medio ambiente
–empieza por apuntar Grubb–, son el inicio de una dinámica
y ponen las bases para futuras negociaciones en vías de reducir
la contaminación atmosférica mundial. En segundo término,
los países en desarrollo sí están involucrados.
Los “mecanismos de desarrollo limpio” (la preservación
de bosques y el fomento a las fuentes de energía renovables
a cambio de fondos financieros, por ejemplo) implican diferentes
papeles para uno y otro tipo de países, pero a todos les
asigna responsabilidades.
Además, las reducciones que propone el protocolo no son imposibles
de alcanzar por las naciones industrializadas, pues los plazos son
razonables (más de cinco años); para establecerlas
se tomó el consenso de todos los participantes en la reunión
de Kyoto, y son flexibles, ya que permiten el intercambio de “bonos
de captura de carbono”: quien disminuya sus emisiones por
debajo del mínimo podrá vender bonos a quienes requieran
emitir por arriba de su tope máximo; quien capture carbono
con el crecimiento de bosques, le podrá vender captura de
carbono a quien emita en exceso.
El protocolo es un conjunto de medidas armonizadas y no un caudal
de buenos propósitos; llevarlo a cabo no será oneroso
para las finanzas mundiales ni un obstáculo para las negociaciones
internacionales en bien del medio ambiente, sino que las propiciará.
Finalmente Grubb decía, hace un año, a pesar de la
negativa estadounidense, el protocolo no estaba muerto. En efecto.
La lenta pero incesante suma de anexiones, la insistencia de la
ue por la ratificación, la acumulación de evidencias
acerca de la necesidad de moderar el deterioro climático
a riesgo de sufrir consecuencias no del todo claras (las inundaciones
europeas de este verano, por ejemplo), las voces de parte de la
comunidad científica estadounidense a favor de la ratificación
del protocolo, permiten prever que la postura de la administración
Bush se mantendrá invariable por mucho tiempo, pero será
cada vez más solitaria.
Para mayor información: www.climatepolicy.com.
Comentarios a: atejedam@aol.com. |
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