Año 2 • No. 78 • octubre 14 de 2002
Xalapa • Veracruz • México
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Bush contra el mundo…
El Protocolo de Kyoto
Adalberto Tejeda Martínez (Facultad de Ciencias Atmosféricas)
La política exterior de la administración Bush ya era autoritaria e intolerante antes de que derribaran las Torres Gemelas de Nueva York. En ese afán de dominio, el ataque terrorista le dio el mejor pretexto, pero el primer signo de que el gobierno actual de Estados Unidos no tiene el menor compromiso con la comunidad de naciones fue la negativa a ratificar el Protocolo de Kyoto.
No está de más recordar que el protocolo fue firmado en 1997 por 84 países. Su objetivo es reducir para 2010 las emisiones de gases que provocan el calentamiento global hasta los niveles de 1990, excepto en las regiones subdesarrolladas, cuyo crecimiento económico requiere aumentar el consumo de combustibles. Se volverá obligatorio (es un decir, pues para eu nada es obligatorio) cuando lo ratifiquen 55 parlamentos de países que sumen 55 por ciento de las emisiones de gases invernadero. Ya ha sido aceptado por 93 países con 37.1 por ciento de las emisiones mundiales.
Con motivo de la Cumbre de Johannesburgo, a la Unión Europea (ue), Japón y la mayor parte de los países del tercer mundo, que meses antes habían aceptado el Protocolo, también se sumaron China, India, Chile, Brasil, Eslovenia y Bulgaria, entre otros, y la Federación Rusa declaró que lo hará en breve.
En sus últimos meses como presidente, Clinton no pudo convencer al Senado de eu de ratificar el protocolo. El 13 de marzo de 2001, un mes después de haber tomado posesión como presidente, Bush manifestó por escrito su complacencia con la postura senatorial. Puso por delante los intereses de la producción y el consumo energéticos de su país.
Argumentó que las medidas restrictivas en la quema de combustibles no afectarán al 80 por ciento de la población mundial
–como la china y la hindú, las más abundantes del orbe– y que el bióxido de carbono no es considerado por la legislación estadounidense como un contaminante.
Omitió decir que eu tiene las emisiones más altas del mundo: per capita son 1.5 veces mayores que Alemania, el doble que Francia, el cuádruple que México, y en el volumen mundial representan la quinta parte. Tampoco aclaró que si el bióxido de carbono no es un contaminante local sí lo es cuando se acumula en la atmósfera planetaria, pues provoca el calentamiento del planeta, según las prospecciones computacionales a partir de modelos
físico-matemáticos.
Inmediatamente, la comunidad científica empezó a hacer públicos argumentos en contra de las apreciaciones de Bush. La revista especializada Climate Policy, en su número inaugural de mediados de 2001, incluyó el texto del inglés Michael Grubb Los siete mitos contra el Protocolo de Kyoto.
Los límites a las emisiones que propone el protocolo no son insignificantes para el medio ambiente
–empieza por apuntar Grubb–, son el inicio de una dinámica y ponen las bases para futuras negociaciones en vías de reducir la contaminación atmosférica mundial. En segundo término, los países en desarrollo sí están involucrados. Los “mecanismos de desarrollo limpio” (la preservación de bosques y el fomento a las fuentes de energía renovables a cambio de fondos financieros, por ejemplo) implican diferentes papeles para uno y otro tipo de países, pero a todos les asigna responsabilidades.
Además, las reducciones que propone el protocolo no son imposibles de alcanzar por las naciones industrializadas, pues los plazos son razonables (más de cinco años); para establecerlas se tomó el consenso de todos los participantes en la reunión de Kyoto, y son flexibles, ya que permiten el intercambio de “bonos de captura de carbono”: quien disminuya sus emisiones por debajo del mínimo podrá vender bonos a quienes requieran emitir por arriba de su tope máximo; quien capture carbono con el crecimiento de bosques, le podrá vender captura de carbono a quien emita en exceso.
El protocolo es un conjunto de medidas armonizadas y no un caudal de buenos propósitos; llevarlo a cabo no será oneroso para las finanzas mundiales ni un obstáculo para las negociaciones internacionales en bien del medio ambiente, sino que las propiciará.
Finalmente Grubb decía, hace un año, a pesar de la negativa estadounidense, el protocolo no estaba muerto. En efecto. La lenta pero incesante suma de anexiones, la insistencia de la ue por la ratificación, la acumulación de evidencias acerca de la necesidad de moderar el deterioro climático a riesgo de sufrir consecuencias no del todo claras (las inundaciones europeas de este verano, por ejemplo), las voces de parte de la comunidad científica estadounidense a favor de la ratificación del protocolo, permiten prever que la postura de la administración Bush se mantendrá invariable por mucho tiempo, pero será cada vez más solitaria.
Para mayor información: www.climatepolicy.com. Comentarios a: atejedam@aol.com.