Año 2 • No. 81 • noviembre 4 de 2002 Xalapa • Veracruz • México
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En México..¡Celebramos la muerte!

Dicen que para morir, el único requisito es estar vivo. Y es que polvo somos y en polvo nos convertiremos. La muerte es el destino inexorable de toda vida.
A lo largo de la historia uno de los temas fascinantes por excelencia no es el hecho de morir, importa más lo que sigue al morir, lo que hay “del otro lado”. Ese otro mundo sobre el que hacemos representaciones, costumbres y tradiciones que se convierten en cultura.
La muerte está en todo el mundo
En culturas tan antiguas como la china y egipcia el culto a los muertos era un símbolo de unidad familiar. Les rendían culto construyendo templos y pirámides. En China, por ejemplo, en los aniversarios, se quemaba incienso, se encendían velas y colocaban ofrendas de alimentos sobre un altar. Eran los días en los que recordaban las grandes deudas que se tenían con los antepasados.
Los egipcios creían que el individuo tenía dos espíritus y que cuando uno fallece,
la fiesta de muertos, tal cual la conocemos nosotros, está vinculada con el calendario agrícola prehispánico, porque es la única fiesta que se celebraba cuando iniciaba la recolección o cosecha. Es el primer gran banquete después de la temporada de escasez de los meses anteriores y se compartía hasta con los muertos.
En la cultura náhuatl se consideraba que el destino del hombre era perecer, concepto que se detecta en los escritos que sobre esa época se tienen, por ejemplo, en los poemas del rey y poeta Netzhualcóyotl.
El culto a la muerte es uno de los elementos básicos de la religión de los antiguos mexicanos. Creían que la muerte y la vida constituyen una unidad. Para los pueblos prehispánicos la muerte no es el fin de la existencia, es un camino de transición hacia algo mejor.

Llegaron los altares de vida
No hay hogar o templo mexicano que, a partir del 31 de octubre, deje de levantar hermosos altares formados de c
arrizo u otate que se cubren con flores y se colocan frutas para dar encanto a la vista y regocijo al espíritu.
El mexicano despliega toda su creatividad e ingenio para atraer a las ánimas que no tienen familiares en la tierra a través de la elaboración de calaveras, panes de muerto, jarras con agua, agua bendita, velas y veladoras que se colocan en los altares.
La finalidad de los altares de muertos es recordar a los seres queridos ya fallecidos. A los niños se les conmemora el 1 de noviembre con alimentos especiales para ellos y se les recibe con un olor penetrante a mirra. Se esparcen flores de la puerta al altar para que el niño identifique su hogar y como señal de bienvenida; durante este tiempo hay mucha alegría en la familia.
El 2 de noviembre doblan las campanas para anunciar la partida de los difuntos y las familias, con incienso y copal, alumbran su regreso. A partir del día 3 comienza el intercambio de ofrendas entre parientes y compadres. Se manda a los hijos con canastas de pan y fruta a la casa del tío, del padrino o el hermano para que les den lo que queda de la ofrenda; de allí viene la tradición de “dar la calavera”.

Día de Muertos en la Casa de la Cultura-Coatepec
Una celebración sincrética a la vida fue la muestra “Altares de vida”, que se realizó la semana pasada en la Casa de la Cultura-Coatepec. En ella, los asistentes tuvieron oportunidad de conocer más sobre las ofrendas a los muertos y su significado, los orígenes de la evangelización y cómo la fusión de dos culturas ha generado una bella tradición que en vez de morir parece fortalecerse con el tiempo.
Como inicio del programa, el maestro René Ramírez Ordóñez, responsable de los Talleres Libres de Artes de la uv en Coatepec, dio lectura a un texto del antropólogo Roberto Williams García en el que destaca esta tradición del pueblo mexicano que en ningún momento desprecia la vida al honrar a la muerte, sino se aferra a ella a través de sus altares.
Siguió la ceremonia de los “Altares de vida”, en la que se cantó y rezó a la manera que se hacía cuando los franciscanos llegaron a América. El grupo prehispánico-mestizo Xóchitl-cuicatl interpretó esa música con ocarinas.
Tras el recorrido por la muestra de altares, en la que participaron la Universidad Veracruzana, el Instituto Veracruzano de Cultura y la Secretaría de Educación y Cultura, se llevó a cabo un fandango a cargo del grupo Los Utrera, el ofrecimiento de la “calavera” al público asistente y la inauguración de la muestra Entre vivos y muertos, del taller de dibujo y pintura de la maestra Gabriela Peralta.

La Unapei y un altar diferente
En día de muertos, altares fueron y vinieron: chicos, medianos y grandes, coloridos y descoloridos, pero de entre todos sobresalió el de la Unidad de Apoyo Académico para Estudiantes Indígenas de la Universidad Veracruzana. La diferencia entre esta muestra de altares y las demás, fue que, a diferencia de otros altares que tratan de “rescatar” la tradición, en éstos, los muchachos indígenas encontraron el espacio donde pudieron transmitir las tradiciones vivas de sus comunidades, como el de la zona de Chicontepec que representó el típico altar nahua del norte.