Año 2 • No. 82 • noviembre 11 de 2002
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


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Sobre nuestro patrimonio cultural
Ana Katalina Celis Hernández (estudiante de Antropología)
Mucho se habla de las riquezas naturales y culturales de nuestro país pero ¿bajo qué concepto las consideramos realmente “nuestras”?
Reflexionar sobre este tema no es perder el tiempo cuando todos los mexicanos nos damos cuenta en diferentes momentos y por tan distintas formas, que el nuestro es un país rico y variable tan sólo al contemplar en una mirada alguno de sus rincones. Así, hablar de Patrimonio Cultural en un país con las características del nuestro debiera significar algo más que tan sólo hacer referencia a la unesco y comentar la importante participación que ha tenido México dentro de la “Convención sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural” contando hasta el presente año con 23 sitios y bienes inscritos en categoría de Patrimonio Mundial de la Humanidad; si bien es importante hacer mención de datos como estos (sobretodo cuando poca gente los conoce), a mi parecer el detener el comentario en ello es caer en una monotonía que ya se ha vuelto costumbre al interior de los discursos sobre Patrimonio Cultural en México.
Resulta lamentable ver que en el país los portadores, representantes y/o herederos de este Patrimonio Cultural seamos los que menos conocimiento tenemos sobre las formas de protegerlo y conservarlo aunado al hecho de que nuestra defensa a manera de protestas, paros y críticas espontáneas (surgidas al calor del momento) sea reflejo de los vacíos internos de estas obsoletas formas de lucha que finalmente son carencia de propuestas.
Hablar de Patrimonio Cultural es amplio y polémico, siendo así que por esta ocasión me propuse intentar responderme a lo siguiente: ¿Si somos– y de esto a los antropólogos e interesados no nos queda duda– un país tan rico como lo representa la imagen que nos hacemos del México cultural (no cabiendo la idea de que sólo sea eso: una imagen), por qué es que el tratamiento de nuestro Patrimonio nos conduce a tanto discurso sin propuesta y a tantas discusiones sin acuerdos?
Me planteo el problema partiendo de la existencia de una “epidemia” de desinterés al interior de nosotros mismos como pueblo mexicano. Si la indiferencia ha persistido es porque la ignorancia prevalece, pienso: uno no logra interesarse en lo que desconoce y si aunado a ello está el hecho de que la información no sea la correcta (o en su caso, los caminos los directos) el esquema del asunto luce más amplio pero también con mayor claridad
(nótese que no he hablado de una facilidad para resolverlo).
Entonces comenzar con una difusión de lo que es nuestro Patrimonio Cultural no es del todo erróneo aún cuando la experiencia parezca señalar lo contrario. Si partimos deshaciéndonos de todos aquellos infundados sentimentalismos es porque se contempla la posibilidad de que sea el mismo pueblo quien se adjudique la pertenencia a los bienes que hoy se le proponen como Patrimonio (considerando que más adelante sea él mismo quien otorgue esta categoría a otros) lo cual por inercia del mismo proceder, en el mejor de los casos, crearía en él la obligación de conservarlo y a su vez protegerlo.
Me doy cuenta, todo luce muy bonito pero –me preguntarán– ¿a dónde quiero llegar?; pues bien:
1.- creo en una necesidad urgente de que los mexicanos sepamos de qué se nos habla cada vez que escuchamos tratar el tema de nuestro Patrimonio Cultural, en principio para que dejemos de caer en el error de creer que se trata de un slogan más de algunas organizaciones; 2.- por medio de estas líneas quiero emitir la convicción que tengo al creer en la relevancia que puede tener el papel de nuestro Patrimonio como un impulso hacia el desarrollo de México si tan sólo supiéramos lo que éste significa y vale para el presente que vivimos, y 3.- hacer manifiesta mi opinión sobre lo inviable que hoy resulta la lucha entre quienes se dicen veladores de los intereses de nuestro país (sobretodo de los netamente económicos) y quienes se han adjudicado una “mera defensa” del Patrimonio Cultural que al no buscar el diálogo en beneficio de ambas partes y en su lugar aferrarse a una continua lucha infundada y sin término, nos dejan en la misma situación por carecer de propuestas.
Hoy por hoy si fuéramos capaces (todos como un pueblo) de ver al Patrimonio Cultural como un estado de conciencia social sobre el valor que le otorgamos a nuestro presente y a lo que en él perdura de su pasado, estoy segura de que estaríamos en otro nivel de esta conversación. Es más, un artículo como éste no sería necesario y, sin embargo, planteándome una realidad, me lo he creído imprescindible (sin aires de pedantería).