Medir
el tiempo es algo que nos ha apasionado siempre, pero que de la
misma forma nos ha llevado a una dependencia de grandes proporciones,
y no lo digo sólo por los millones de personas que llevan
(llevamos) un reloj de pulsera que nos trae como locos.
Sino por las innumerables fechas y horas que nos han normado, regulado
y a veces hasta nos han torturado o alejado del único fin
para el cual fue creado, unificar. Por que una cosa es normar y
otra unificar, como dice una ex alumna “es una convención
necesaria para ciertas cosas como los negocios o la comida, pero
para otro tipo de cuestiones más subjetivas pues no debiera
tomarse mucho en cuenta, como el amor o la amistad o el olvido”
y en verdad, ¿cuál es el tiempo de una de estas cosas...cuándo
amar y cuándo olvidar?
Y... bueno, tal vez sea ha hecho todo lo contrario y han tomado
al señor éste muy en serio para todas las cosas, pues
sería difícil encontrar actualmente alguna cultura
que no tome al tiempo como referencia, ya sea a través de
una relación dominante o totalmente distanciada de él.
El caso es que está allí.
Para entender un poco más de esto, quiero citar a una gran
intelectual de quien nuestro país fue testigo de su lamentable
pérdida, Ikram Antaki escribió: “Quizá
el Big Bag no es el comienzo del Universo... no se puede hablar
del tiempo antes de que haya un soporte al tiempo, una materia.
Todo está sometido al tiempo, todas las cosas de las cuales
podemos hablar.” Pero, ¿en realidad nos unifica el
hecho de estar midiendo el tiempo?, en un primer término
pues sí. La entrada a un espectáculo y todo lo demás,
pero en lo global, los judíos y los cristianos llevan cuentas
tan diferentes del tiempo, y ni qué decir de los chinos y
otras religiones que sobreviven actualmente (al paso del tiempo).
Entonces estamos en un círculo que nos encierra dentro de
su ciclo, ahora algunos dependiendo de la cultura, contamos el tiempo
de una forma pero antes lo hicimos de distinta manera y muy seguramente
lo haremos de otra en unos cuantos años. Estamos en un círculo
lleno de otros que dan vueltas dentro de ellos mismos, como en una
máquina de Da Vinci o un calendario azteca o por lo menos
un reloj en la pared de alguna cocina.
|