Año 3 • No. 94 • marzo 10 de 2003
Xalapa • Veracruz • México
Publicación Semanal


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El secreto de Lisístrata
Claudia Domínguez
Aunque sea por un solo día, varios conocieron las agallas de Lisístrata, los periódicos comentaron la puesta en escena, a medio camino entre el performance, el panfleto y el manifiesto pacífico-teatral que en varias partes del mundo se hizo el trinitario 3 de marzo de 2003 de una de las más populares comedias de Aristófanes, dramaturgo heleno nacido en 445 a. C., en donde vuelve a manifestar como en Los acamenses y en La paz, su oposición a la guerra del Peloponeso, es decir, entre la antigua Grecia y Esparta. Como dato curioso para los amantes de las coincidencias y las coordenadas que la historia nos tiende, uno de los puertos griegos, ubicado en la isla de Creta, se llama Iráklion.
Para los que gustan de hurgar entre los clásicos, seguramente la referencia a Lisístrata los habrá hecho sonreír globalmente en la antesala de una posible conflagración: por su asamblea mujeril, muy a tono con el tercer milenio en el que las mujeres sobrepasan numéricamente a la población masculina y arriban cada vez más a sitios en donde su opinión tiene influencia y pueden decidir más allá del menú del día o del color de su falda; por su huelga de “piernas cerradas” que paradójicamente es una llave para la bienvenida al placer, al deseo elemental de que los seres amados se encuentren vivos y no insertos en el absurdo bélico que pugna no por la vida de todos los días, no por una forma más humana de vivir sino por los principios del poder y de la muerte… ¡Vaya, una guerra que no es ni siquiera por el rostro perturbador de Helena, que tenía más mérito que los yacimientos de petróleo irakíes!¡Si fuera al menos por el vellocino de oro, custodiado por el dragón que nunca dormía hasta que Medea lo hizo contar borreguitos!

Los que no conocían a Lisístrata (lamentablemente los clásicos se vuelven los secretos mejor guardados de la Historia, pero como dice Fox-Rousseau, si uno no lee es más feliz –lo que comprueba, una vez más, la hipócrita campaña de México hacia un país de lectores, ¿o será de electores?) quizá se asombren de las explícitas descripciones del deseo de hombres y mujeres, de las abiertas alusiones a juguetes sexuales (las sex shop no son cosa de hoy), de los personajes masculinos figurada y literalmente inflamados de deseo ante la vigilia amatoria impuesta como estrategia a favor de la paz (la guerra o el amor, tal es la disyuntiva lisistratiana, antecedente de la de Lennon), y toda una serie de elementos que tienen mucho de erótico y hasta de pornográfico si se quiere ver así lo que sucede en la entrepierna de los personajes. Y más si consultamos alguna edición que reproduzca las ilustraciones de 1896 del inglés Aubrey Beardsley, como la que sacó la editorial Premiá y que todavía puede adquirirse al precio de tres Coca-Colas enlatadas en tiendas de libros usados.

En fin, con todo esto lo único que deseaba era pensar por escrito sobre la condena de repetir la historia (como que el nombre de Bush me suena en otro tiempo y en otra Guerra del Golfo Pérsico o, ¿estaré envejeciendo y todo lo veo como una eterna repetición?, ¿un remake o será la saga de la Guerra de las galaxias?) y sobre la inmensa riqueza de los clásicos que aún tienen tanto que decirnos. Tienen tanto que decirnos, que decirnos, que decirnos, que decirnos…