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Si
–como afirmaba Robert Musil– la lectura permite lograr
la salvación del espíritu, la escritura es el vehículo
para realizar tan azarosa travesía: convertirse en un ser
a partir de la nada o viceversa. El mal de Montano, novela reciente
del escritor español Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948),
ganadora del Premio Herralde de Novela 2002, compendia los efectos
nocivos que sufren los autores enfermos de literatura (alta literatosis,
según Onetti). Su protagonista, el escritor Rosario Girondo,
afectado por este padecimiento, decide canalizarlo al asumirse como
la literatura misma con el fin de librar una batalla contra sus
enemigos y corrompedores. |
En
dicha empresa, Girondo no está solo: forma parte de una legión
(ágrafos, heterónimos, bartlebys). Los cinco capítulos
de la novela (“El mal de Montano”, “Diccionario
del tímido amor a la vida”, “Teoría de
Budapest”, “Diario de un hombre engañado”
y “La salvación del espíritu”) hilvanan
un tapiz de autores que reflexionan sobre el arte y la vida, el
desasosiego, la duda, el extravío, la búsqueda por
encontrar sentido a la existencia.
Durante la lectura de El mal de Montano –cuya estructura
engarza autobiografía, crónica, diario íntimo,
ficción, memoria, notas de (re)lectura– también
asistimos a la transformación de Girondo, somos testigos
de las huellas que le infringen tanto la odisea homérica
como la del hombre sin atributos de Musil, vemos sus pasos errantes
por una carretera perdida, participamos de su intención por
disolverse en la escritura. A pesar de su condición, comparte
una idea que expresó Calvino al leer los diarios de Pavese:
“encontramos también […] el término opuesto
a la desesperación y a la derrota: una paciente, tenaz tarea
de autoconstrucción, de claridad interior, de mejora moral,
que se debe alcanzar por medio del trabajo y la reflexión
sobre las razones últimas del arte y de la vida propia y
ajena”. |