Yo tenía el don y desde chico lo sabía; valoraba
muchísimo mi trabajo, porque mis amigos me cuentan
que cuando tenía siete años les prestaba mis dibujos
para que los vieran, pero eso sí, numerados. Toda mi
vida he vivido de mi pintura, mal o bien, pero he viajado mucho y tengo una casa muy bonita en México en
la colonia Roma.
En una de esas, trueno en Arquitectura y conozco
a Diego Rivera quien, entre insultos y bromas como
era característico en él, me alienta para que me dedique a la pintura, aunque él no fue mi maestro. Yo he
aprendido a pintar haciendo lo contrario de lo que me
enseñan mis maestros. En la Escuela de Arquitectura,
al pasar los años me dieron un premio nacional de la
Universidad muy prestigiado, hicieron una ceremonia
maravillosa y allí me encuentro, todavía joven, con el
director de aquella época: el gringo del Moral, y con el
gran arquitecto Villagrán García. (Ambos fueron grandes maestros del estilo Bauhaus, que era el que ellos
nos enseñaban y que a mí me encanta –ahí están como
muestra mis viajes a Chicago–, pero no para seguir ese estilo porque yo hacía otras cosas que por mí mismo
descubría.)
Y Del Moral me dice “¿pero qué hace usted aquí?”
Y le contesto “Pues aquí estoy por haber hecho exactamente lo contrario de lo que usted me enseñó a hacer”.
Y me responde “es que yo nunca he visto su pintura”.
“¡Pues véala!”, le contesto. Esas cosas me han pasado
muchas veces. Soy gente con suerte, porque hay gente
que tiene mucho valor y jamás logra reconocimientos.
Dicen que en la vida hay que estar in the right place at the
right time y estoy totalmente de acuerdo.
Nueva York, París, Barcelona, Veracruz: un artista
asomado a la cultura
No hay un año en que no haya viajado y sigo enamorado de eso, pero como he tenido una familia numerosa
nunca he vivido fuera; no habría podido porque nunca he tenido dinero para hacerlo. Lo he pensado, pero
mi familia ha estado atendida por mí, y sobre todo yo
he estado atendido y sigo atendido por ella..
Yo viajaba porque era pintor y porque era pintor
viajaba, ambas cosas, pero, desde luego, no viajaba para
ir a una playa o a un hotel de lujo, o para hacer turismo
en las piscinas de Miami. ¡A mí me valen!… Yo, mis museos, ópera, ballet, sinfónica. Viajo para ver cultura.
Adoro a los parisinos, pero para que ellos te sonrían tienes que hacerte parisino, o sea que, o aprendes
francés y dices bonjour, o te mientan la mère; pero nada
de que son odiosos; y tienen razón porque París es la
gran ciudad y ellos lo saben.
Además de la cultura, lo que me fascina de París
es la gente, que es muy bonita: hombres y mujeres. En
Estados Unidos también hay bellezas pero una que
otra. Nueva York se cuece aparte porque es la ciudad
que más me motiva, no sé si es la que más me gusta
pero por alguna razón todo pasa ahí. Quizá París sea el
más bello museo pero la ciudad más moderna es Nueva York, entendiendo por modernidad adelanto, progreso, vanguardia. Y me fascina porque en la mañana
puedes ir al museo de Andy Warhol o al de Rocco, y
por la noche ver El lago de los cisnes montado con igual pulcritud y perfección. Mis ciudades son Nueva York,
París y Barcelona, porque esta ciudad también tiene
lo suyo; es una ciudad asomada a la cultura, aparte del
encanto del art nouveau, que brota, por todos lados.
La vida adulta de un ciudadano del mundo deslumbrado por la belleza
Y de la Ciudad de México, qué digo. Ha sufrido grandes transformaciones. Ahora, a pesar del crimen y el
horror, de la inseguridad, etc., el Centro Histórico
tiene tal belleza que da gusto vivir ahí. Cada vez que
voy al Museo Cuevas, al Munal, a Bellas Artes, siempre
llego fascinado.
O lo contrario: México es una ciudad muy fea y
muy bonita a la vez; pero lo feo te muerde. Por ejemplo, ahora en Xalapa estoy viendo esta araucaria y estas flores que son divinas, pero lo feo de esta ciudad,
la entrada de Xalapa o la salida de México, es terrible, no nada más la pobreza sino la inmundicia, veo
basura y me horroriza. No necesito borrar la fealdad
porque la belleza se impone, ¿no? Llega un momento en que la belleza te deslumbra y entonces, cuando
empiezas a ver Xalapa tan caótica que no logras ver
una calle pareja, todo es un relajo, pero esa alegría,
esos colorines y esas culturas heterogéneas son algo
divertido, y como todo está irrumpido por la naturaleza –porque la naturaleza sí que es generosa en este
estado–, se traduce en un estado de ánimo. En Xalapa
la gente es buena, creo que es buena porque tiene un
medio bonito y lo bonito y lo bueno se hermanan.
Vivo y sigo fascinado con el hecho del embellecimiento de México. Este país tiene más de doce ciudades
declaradas patrimonio de la humanidad y creo que es
el sexto centro patrimonial más importante del mundo,
junto con la India y la Gran Bretaña, ¡caray! Pero no soy
patriota; no soy ni muy español, ni muy mexicano, ni muy
parisino: soy totalmente ciudadano del mundo; porque
en Nueva York me siento como en mi casa, en París más
y en México muy bien, pero claro que en donde vives
te encuentran tus problemas: si en China, tus problemas
son en chino; si en Inglaterra, en inglés. No es por el lugar sino por el tiempo que pasas en ese lugar, así que no
puedo evitar tener muy malos ratos en México.
El futuro, una vejez divertida, prolífica y sin pendientes
Tengo también la suerte de gozar de salud y al tenerla
sigo pintando, cuento con mucha producción; el último cuadro de un metro lo pinté hace tres semanas, y
mi producción del último año consta de alrededor de
diez cuadros de gran formato, más la obra pequeña.
Sin ser alguien que trabaja como burro, produzco mucho porque siempre he sido disciplinado y ordenado,
cosa curiosa. Soy artista, pero que no me muevan un cenicero de lugar porque me enojo, la ropa que no
esté combinada me choca, el desorden y el caos no me
van, ni la pobreza, y la bohemia menos: odio la bohemia, la improvisación me enferma. Cuando me hacen
una exposición tengo todos los cuadros listos desde un
año antes, y no es que trabaje mucho, precisamente
por eso trabajo poco, porque conservo un orden.
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