MISCELÁNEA
¿Escribir o no escribir?
The Wall. Live In Berlin
Raquel Velasco*
A partir de la subversión, el exceso y la experimentación llevada a los límites de la demencia, a mediados de los sesenta tuvo lugar la expresión de una
psicodelia generalizada, la cual exhibía el cansancio
generacional de quienes habían crecido en medio de
los mecanismos de control social instaurados luego de la
Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría;
psicodelia que ofrecía una propuesta subterránea y
simbólica para combatir el silencio, donde el arte, la
moda, la extravagancia, las drogas y la música como
formas de hermandad ofrecían desterrar las fronteras
territoriales y organizar la comprensión del mundo
desde un umbral donde prevalece el ansia por alcanzar la libertad.
Inmersos en esa realidad y hartos de la violencia
como respuesta a la falta de diálogo y de la imposición como montaje de paz, en Inglaterra, un grupo
de jóvenes alzó su propuesta de cambio al integrar la
hoy mítica banda Pink Floyd. Esta agrupación, famosa
por sus producciones Dark Side of the Moon (1973), Wish
You Were Here (1975) y Animals (1977), entre otras, con
The Wall (1979) logra que lo sugestivo de su proyecto musical no sólo trascienda la concepción ordinaria
del disco –al articular una ópera rock con oberturas,
transiciones y temas reconocibles– sino que también
adquiera una dimensión política explícita en el contenido pero abierta a la interpretación. The Wall llegó
a organizar en el subconsciente de sus seguidores la
desordenada exigencia de una transformación, y puso
letra, y posteriormente imagen (con la versión cinematográfica de Alan Parker en 1982), al conflicto que
venía con la alienación de colectividades. Años más
tarde, The Wall viviría su propia guerra cuando Roger
Waters decide separarse de Pink Floyd y la controversia por los derechos de esta obra debió ser resuelta en
los tribunales. Waters ganó la demanda pero también
se vio en la necesidad de combatir la ausencia musical
de la banda y The Wall tuvo que entrar en un nuevo
proceso de cambio.
No obstante, la coincidencia en ocasiones resulta
epifanía. Relacionado desde su origen con el Muro de
Berlín, The Wall cobró una enorme resonancia al venirse abajo los regímenes sostenidos por la ex Unión Soviética y con éstos el muro de la vergüenza. Alemania
volvía a unificarse el 9 de noviembre de 1989 después
de 28 años de separación, y Waters tuvo una visión que
se concretaría ocho meses después: la realización de
un multitudinario concierto en Potsdamer Platz. El 21
de julio de 1990 más de 350 mil espectadores se reunieron en este espacio definido por su neutralidad,
justo frente a lo que quedaba del Muro de Berlín, para
festejar la caída del totalitarismo. Scorpions era la banda encargada de pronunciar los primeros acordes de
la liberación.
Entonces llegó el momento en que el fraseo del
bajo y la voz de Roger Waters convergieron en una exclamación compartida: All in all it was just a brick in the
wall; a este grito se sumó también el melancólico saxofón de Garth Hudson, alcanzando un clamor musical
que retumbaba junto con las aspas de un helicóptero
de esa Alemania que solía ser antesala de la muerte y
ahora se convertía en el lugar de la reconciliación.
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El Muro de Berlín en la actualidad / Fotos: Gerta Stecher |
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En ese instante, The Wall. Live in Berlin se constituía
como un performance multigeneracional y poliestético.
La monumentalidad del tradicional inflable del cerdo,
el teacher de 35 metros de altura, el sonido proyectado a
la inmensidad por poderosos amplificadores y la fusión
de la música con la euforia de los asistentes, hicieron
amalgama con las pantallas gigantes que transmitían
los gráficos multimedia de Gerald Scarfe, los cuales se
fusionaron con los restos de graffitis que prevalecían
en el fragmento de muro que enmarcó el escenario de
este concierto. Ahora las cruces que representan a los
ejércitos de la muerte, el martillo como símbolo de la
dominación fascista y la alucinación creativa del imaginario visual del oeste de Alemania formaban parte de
un todo que en medio de la confusión abría paso a uncasi inconsciente entendimiento del pasado inmediato. Mientras, el bajo de Waters continúa su fraseo, que
deviene memoria.
* Maestra en Literatura Mexicana y doctora en historia y Estudios Regionales por la UV. Es miembro del SNI.
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