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Por otra parte, Arreola, profundo orfebre de la
palabra como Rulfo, cambió también el rostro del
cuento en México. Varia invención, Confabulario y Bestiario son, como El llano en llamas, una antología de
este género. Al igual que sucede con Rulfo, Arreola
ha sido reconocido por escritores importantísimos.
Julio Cortázar, otro grande del género, lo admiraba
y llegó a cartearse con el jalisciense. José Emilio Pacheco, Premio Cervantes 2009, ha dicho en reiteradas ocasiones que cuando llegue al infierno dirá que
fue el amanuense de Arreola, por aquello de que éste
no escribió Bestiario, sino que lo dictó precisamente a
Pacheco. En la antología se incluyen los cuentos “No
oyes ladrar los perros”, de Rulfo, y “Pueblerina”, de
Arreola.
Me he detenido en comentar a estos dos autores
porque, como mencioné, con ellos inicia la antología.
Y, obviamente, ese lugar lo ocupan no sólo por cuestión de cronología, porque ambos sean jaliscienses o
hayan nacido casi en el mismo año, 1917 y 1918, respectivamente; sino porque, al leer los cuentos de uno
y otro, se experimenta la sensación de que el lenguaje
se crea de nuevo, de que esa textura verbal que es la
palabra inicia un nuevo camino cuando es nombrada
en sus ficciones, que no es una palabra ya hecha, de
cementerio, sino una palabra siendo, que nace. En sus
páginas está latente la cualidad que el propio Rulfo
exigía de un cuentista: que la escritura de un relato
fuese sintética, que tuviera claros rasgos del buen
poeta. Los registros técnicos, estilísticos y temáticos de los cuentos de Rulfo y Arreola hacen afirmar, efectivamente, que con ellos se inicia la modernidad del
cuento en México.
Ahora bien, respecto a Serna, éste se dio a conocer
como cuentista en 1993 con Amores de segunda mano, el
cual lo ubicó pronto como un joven avezado en el arte
de contar, de aquí es tomado el cuento incluido en
la antología: “Hombre con minotauro en el pecho”.
Años más tarde, en 2001, se publica El orgasmógrafo,
libro que, me parece, es una de las mejores muestras
del cuento actual en México. Poseedor de un humor
picante, casi negro, y de un pulso narrativo capaz de
irnos descubriendo lentamente los mecanismos secretos de sus personajes, Serna condensa en sus cuentos
la vida de seres agobiados por su propia existencia. Es
el caso, en “Amores de segunda mano” , de una puta ya
vieja y un homosexual que para hacer el amor necesitan que les aplaudan; o, en “El orgasmógrafo” , de una
sociedad futura, ubicada en 2084, donde el gobierno
totalitario exige semanalmente a hombres y mujeres,
para darles comida, una cuota de orgasmos. Metáfora
simbólica y siniestra del poder que necesita del semen
de los ciudadanos para perpetuarse. A este régimen se
opone una virginal joven creyente del amor platónico
que logra enfrentar al sistema policiaco e ir despertando poco a poco conciencias. El sistema ficcional de
Serna a menudo es cruel, pero no falto de esperanza.
Tiene, en todo caso, un poco de nosotros, de nuestras
miserias, sueños y miedos, de nuestra visible violencia
y soterrada ternura, que es lo que nos hace reconocernos entre sus páginas.
De Rulfo y Arreola a Enrique Serna corren muchas historias en la Antología del cuento mexicano de la
segunda mitad del siglo XX. El cuento, que antiguamente convocaba a hombres y mujeres en torno al fuego
para hacer más llevaderos los pesares, para transmitir
el conocimiento y arrancar alguna sonrisa luminosa
a los presentes, sigue convocándonos para examinar
con gusto cómo nos hemos contado historias. Toca al
lector completar la antología que propone Muñoz, es
decir, disfrutar la lectura de los cuentos de estos 21 escritores de quienes en esta reseña se ha dicho apenas
poca cosa.
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