Núm. 13 Tercera Época
 
   
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ALBERTO CONTRERAS
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          Por otra parte, Arreola, profundo orfebre de la palabra como Rulfo, cambió también el rostro del cuento en México. Varia invención, Confabulario y Bestiario son, como El llano en llamas, una antología de este género. Al igual que sucede con Rulfo, Arreola ha sido reconocido por escritores importantísimos. Julio Cortázar, otro grande del género, lo admiraba y llegó a cartearse con el jalisciense. José Emilio Pacheco, Premio Cervantes 2009, ha dicho en reiteradas ocasiones que cuando llegue al infierno dirá que fue el amanuense de Arreola, por aquello de que éste no escribió Bestiario, sino que lo dictó precisamente a Pacheco. En la antología se incluyen los cuentos “No oyes ladrar los perros”, de Rulfo, y “Pueblerina”, de Arreola.

          Me he detenido en comentar a estos dos autores porque, como mencioné, con ellos inicia la antología. Y, obviamente, ese lugar lo ocupan no sólo por cuestión de cronología, porque ambos sean jaliscienses o hayan nacido casi en el mismo año, 1917 y 1918, respectivamente; sino porque, al leer los cuentos de uno y otro, se experimenta la sensación de que el lenguaje se crea de nuevo, de que esa textura verbal que es la palabra inicia un nuevo camino cuando es nombrada en sus ficciones, que no es una palabra ya hecha, de cementerio, sino una palabra siendo, que nace. En sus páginas está latente la cualidad que el propio Rulfo exigía de un cuentista: que la escritura de un relato fuese sintética, que tuviera claros rasgos del buen poeta. Los registros técnicos, estilísticos y temáticos de los cuentos de Rulfo y Arreola hacen afirmar, efectivamente, que con ellos se inicia la modernidad del cuento en México.

          Ahora bien, respecto a Serna, éste se dio a conocer como cuentista en 1993 con Amores de segunda mano, el cual lo ubicó pronto como un joven avezado en el arte de contar, de aquí es tomado el cuento incluido en la antología: “Hombre con minotauro en el pecho”. Años más tarde, en 2001, se publica El orgasmógrafo, libro que, me parece, es una de las mejores muestras del cuento actual en México. Poseedor de un humor picante, casi negro, y de un pulso narrativo capaz de irnos descubriendo lentamente los mecanismos secretos de sus personajes, Serna condensa en sus cuentos la vida de seres agobiados por su propia existencia. Es el caso, en “Amores de segunda mano” , de una puta ya vieja y un homosexual que para hacer el amor necesitan que les aplaudan; o, en “El orgasmógrafo” , de una sociedad futura, ubicada en 2084, donde el gobierno totalitario exige semanalmente a hombres y mujeres, para darles comida, una cuota de orgasmos. Metáfora simbólica y siniestra del poder que necesita del semen de los ciudadanos para perpetuarse. A este régimen se opone una virginal joven creyente del amor platónico que logra enfrentar al sistema policiaco e ir despertando poco a poco conciencias. El sistema ficcional de Serna a menudo es cruel, pero no falto de esperanza. Tiene, en todo caso, un poco de nosotros, de nuestras miserias, sueños y miedos, de nuestra visible violencia y soterrada ternura, que es lo que nos hace reconocernos entre sus páginas.

          De Rulfo y Arreola a Enrique Serna corren muchas historias en la Antología del cuento mexicano de la segunda mitad del siglo XX. El cuento, que antiguamente convocaba a hombres y mujeres en torno al fuego para hacer más llevaderos los pesares, para transmitir el conocimiento y arrancar alguna sonrisa luminosa a los presentes, sigue convocándonos para examinar con gusto cómo nos hemos contado historias. Toca al lector completar la antología que propone Muñoz, es decir, disfrutar la lectura de los cuentos de estos 21 escritores de quienes en esta reseña se ha dicho apenas poca cosa.

 
 
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