MISCELÁNEA
El género Carlos Monsiváis
Germán Martínez Aceves*
Así lo definió Octavio Paz en 1978, y José Emilio Pacheco lo corroboró muchos años después: “Carlos
Monsiváis es un nuevo género literario”. Mejor precisión no podía haber para un escritor inabarcable, ubicuo, con memoria recipiente a cualquier dato, imagen
y palabra.
Poco después del mediodía del 19 de junio de
2010, la noticia empezó a recorrer las salas de redacción, el Twitter, el Facebook, los chats, los mensajes
por celular, las llamadas por teléfono; hasta los cronistas del partido Camerún-Dinamarca correspondiente al Mundial de Futbol lo comentaban: “falleció Monsiváis”. Habían pasado dos meses desde que Don
Ubicuidad había ingresado al hospital en estado grave, aquejado de una fibrosis pulmonar. De esa prolongada cita con la Huesuda de Posadas nunca regresó a
las calles, a los libros, a los periódicos, a las revistas, a
la televisión, al cine, a las conferencias, a las marchas,
a la gran carpa de la clase política, para pescar frases
del “desfiguro del poder” y hacer su gustada sección “Por mi madre, bohemios”.
Monsi nace en el esplendor del México posrevolucionario. Era 1938 y Lázaro Cárdenas, en un arrebato
consecuente de espíritu nacionalista, expropió el petróleo; la XEW se apropiaba de los sentimientos de la sociedad provinciana que daba forma a la gran Ciudad
de México, para convertirse desde ahí en La Voz de la
América Latina; Octavio Paz publicaba su poesía por
primera vez; Cantinfl as y Manuel Medel tejían el lenguaje para la pantalla grande en Águila o Sol ; se estrenaba
la versión fílmica de Las aventuras de Tom Sawyer basada en la novela de Mark Twain; Jorge Negrete aún no
era el rival de Pedro Infante; Horacio Casarín comenzaba a ser el futbolista que desde el Atlante le hacía
contrapeso al Asturias; llegaban los primeros grupos
españoles de exiliados que huían de la dictadura de
Francisco Franco; Silverio Pérez recibía la alternativa
en Puebla y Agustín Lara descubría que “el hastío es
pavorreal que se aburre de luz en las tardes”. Monsiváis nace en un México idílico y muere en pleno ritual
del caos. Un amor perdido que transita por escenas de
pudor y liviandad.
Antes de que los científicos descubrieran y ampliaran la capacidad de los discos duros para las computadoras, Monsiváis ya devoraba todo tipo de lecturas e
imágenes para almacenarlas en su privilegiada memoria. No en balde Sergio Pitol le decía Mr. Memory y Juan
Villoro reveló, para documentar el mito, en la inauguración del Festival de la Lectura en mayo de 2009 en
la USBI-Xalapa, que cuando los ingenieros diseñaban la
plataforma informática Google, recurrieron a la asesoría de Monsiváis.
El género Carlos Monsiváis nace en las páginas
del suplemento La Cultura en México de la revista Siempre!, dirigida por José Pagés Llergo. El estilo periodístico cultural-político que alentaba Fernando Benítez
desde esas páginas dio rienda suelta a ese joven de
humor ácido y constructor de frases poco ortodoxas
que miraba al mundo desde sus gruesas gafas y su inalterable cabello despeinado.
La década de los sesenta daba paso a la segunda
mitad del siglo XX y a la ruptura del México bronco y
pachanguero que había institucionalizado a la Revolución. Sea cual fuere México, Monsiváis estaba ahí para hacer la crónica. Los ensayos también fluían,
las entrevistas, las participaciones en diversas mesas,
la apertura de caminos a cuanto medio de comunicación se le ocurriera. “Todo está en todo” titularía
Sergio Pitol la conversación que sobre sus obsesiones
literarias sostiene con Monsiváis y que publica en Una
autobiografía soterrada. Parafraseando: Monsi está en
todo… menos en el futbol y los toros.
No había acto de masas que no pasara por una
crónica de Monsiváis, ni declaración de algún político que no fuera diseccionada por el fino bisturí de su
ironía. En las crónicas monsivaisianas palpita el pulso del país: José Luis Cuevas en la Zona Rosa; Pérez
Prado en el Blanquita; el Movimiento estudiantil de
1968 (tatuaje en el corazón de Monsi, a manera de
homenaje); Raphael en la Alameda; la sociedad civil
que se organiza en el terremoto de 1985; El Santo en
la Arena México; el movimiento cardenista de 1988,
acuchillado por un fraude electoral; los calendarios
de Gloria Trevi; la movilización contra el desafuero
de Andrés Manuel López Obrador; Pedro Infante “que reparte carisma a domicilio”; el Subcomandante Marcos y el EZLN; Spencer Tunick, que desnuda a
los mexicanos en pleno Zócalo; el voto útil que volvió inútil la esperanza de un cambio de gobierno... La
visión de Monsiváis siempre estaba inscrita en periódicos, revistas y libros. Eran necesariamente días de
guardar.
Durante el Movimiento estudiantil de 1968, Monsiváis comenzó a reunir una antología de frases de los
políticos, los personajes de la Iglesia católica y de la “alta sociedad” para publicarlas en el suplemento La
Cultura en México. Así nace la sección “Por mi madre,
bohemios” como “un homenaje posible a los detentadores del espacio público, a los especialistas en sermones cínicos, reprimendas morales, orientaciones
patrióticas, consejos a las nuevas generaciones, homilías, arrebatos líricos, andanadas contra pérfidos,
perversos y pervertidos”. En 1972 se publica en forma “Por mi madre, bohemios” y se mantiene viva hasta
1987 en La Cultura en México. En 1989 resurge en La
Jornada y años más tarde aparece en la revista Proceso,
donde se publica hasta marzo de 2010.
En la Feria Internacional del Libro Universitario
2003, dedicada a la comunicación en el siglo XXI, la
Universidad Veracruzana le otorgó la Medalla al Mérito al periodista español José Luis Cebrián, al maestro
Pablo Latapí Sarre y a Carlos Monsiváis. En esa ocasión, el cronista por antonomasia dijo que “era tal la
explosión de escuelas de comunicación que, en el momento de compartir la comida, en cada familia existía un moderador con formación de comunicólogo”.
Cuatro años más tarde, la misma casa de estudios le
conferiría el doctorado honoris causa. En su discurso,
haría una defensa de las universidades públicas:
*Coordinador de actividades de la Feria Internacional del
Libro Universitario de la UV.
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