Aclimatan la pluralidad y la renovación ideológica
y teórica, y son la representación nítida del Estado
laico y las razones de ser del laicismo. Preservan y
enriquecen críticamente el interés por lo nacional
en materia de debates, lectura, ediciones críticas,
tradiciones intelectuales, visiones de la historia,
información múltiple sobre el desarrollo de las
ciudades y el país; esto sin descuidar lo que siempre ha sido central de los procesos de enseñanza
superior latinoamericana, el conocimiento de lo
internacional.
La Palabra y el Hombre no podía mantenerse incólume
ante la pluma de Monsiváis,
1
aunque, a decir verdad,
nunca formó parte de su consejo editorial pese a que,
como es sabido, Monsi acostumbraba fi gurar en el directorio de cuanta revista cultural surgía.
En estos días de ausencia de Carlos Monsiváis, los
adjetivos sobre su obra se repiten y las lamentaciones
sobre su desaparición son continuas; sin embargo, nadie ha revisado que ya se había adelantado y traído la
crónica del 2210 titulada “Lágrimas de piedra en el
Bicentenario”, publicada en su libro Apocalipstick. Ahí anota: “El Comité Organizador de los Festejos Luctuosos del Bicentenario de la Desaparición de la Humanidad Antigua ya anunció el magno espectáculo
de luz y sonido en memoria de incontables milenios y
del triste final del género humano”. Monsiváis ya fue y
regresó del fin de los tiempos, donde nosotros no podemos llegar ni llegaremos. Monsi está en todo.
1
Carlos Monsiváis, “Tomás Segovia, Zamora bajo los astros”,
La Palabra y el Hombre, núm. 13, pp. 173-174, UV, Xalapa, 1960, y “Brillantez metafórica en José Carlos Becerra”, La Palabra y el Hombre,
núm. 140, p. 111, UV, Xalapa, 2006.
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