MISCELÁNEA
Sergio Pitol: Una autobiografía soterrada
(ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones)**
Luz Fernández de Alba*
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Marius de Zayas. Foto: Paul Burty Haviland |
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Es para mí un gran honor estar en la Universidad
Veracruzana para presentar el más reciente libro de
Sergio Pitol, cuyo texto, como lo sugiere su título, fue
sacado de debajo de la tierra por la editorial Almadía
para darnos a conocer esta autobiografía que nuestro
Sergio tenía soterrada en algún sótano de su memoria
En ella, mi querido maestro ha tenido a bien dedicar-
me una parte cuyo título, de entrada –debo decirles–,
no me gustó: “La coronación, el destronamiento y la
paliza final”. ¿Cómo que una paliza para mí? A la segunda lectura entendí claramente el guiño amistoso,
ya que ese título salió de Bajtín. Y Bajtín tiene un significado memorable tanto para Sergio como para mí.
Hace más de veinte años, cuando apenas había
decidido que el tema de mi tesis sería la novelística de
Sergio Pitol, después de la clase de Literatura Comparada que el maestro Pitol nos daba en la Facultad de
Filosofía y Letras de la UNAM, le comenté mi proyecto
y él me dijo: “¿Por qué no vas mañana a mi casa y platicamos?”
Llena de inquietudes y preguntas llegué una tarde
de abril a la Plaza de la Conchita en Coyoacán. Entrar
a la casa del escritor que yo pensaba hacer objeto de
mi investigación me pareció una manera privilegiada
de introducirme al tema. No quería perderme detalle
y, todavía en el umbral, empecé a observar lo que había a mi alrededor cuando un perrazo –y yo les temo
hasta a los más pequeños– me ladró con energía y me
saludó echándoseme encima. Entre muerta de miedo
y muy apenada por ser incapaz de corresponder a las fiestas que Sacho me hacía brincando a mi alrededor,
me sentí totalmente fuera de lugar. Con mimos y caricias, el maestro convenció al animal para que me dejara pasar y al registrar este nuevo tono en la voz de mi
escritor, de inmediato me pregunté: “¿Debería incluir
esta observación en la tesis o no?”
Sergio me ofreció un té de toronjil y un asiento
en su amplísima sala. Mientras él fue a la cocina, yo
continué mirándolo todo. No en balde había leído en La casa de la tribu que mi maestro aprendió más sobre
la literatura rusa del XIX visitando la casa de Tolstoi
que en cualquier tratado histórico o literario que hubiera consultado. Y pensé: “Si eso mismo me ocurriera
a mí tan sólo por estar en la casa de Sergio Pitol, pues
entonces ya podía comenzar a escribir la tesis”. No debía perder detalle: las cómodas panzonas, los vasos
de cristal rojo de Bohemia, los cuadros de Olga Costa
y un santo estofado al pie de la escalera que sube al
segundo piso de la biblioteca, me hicieron sentir que
con cada mirada aprendía yo algo del tema de mi tesis. Lo que más me llamó la atención fue la biblioteca
que ocupaba un enorme espacio de dos pisos al fondo
del salón: era abierta, con corredor y barandal en la
segunda planta.
El maestro apareció entonces con el té, se sentó frente a mí y me preguntó si ya había leído La cultura popular a finales de la Edad Media y principios del Renacimiento, de Mijaíl Bajtín. Hasta ese momento yo no había dicho palabra, y ahora menos, porque no tenía la
menor idea de quién era Bajtín. El maestro continuó diciendo que juzgaba esa lectura como indispensable
para la elaboración de mi tesis, y ante mi expresión
azorada, subió ágilmente al segundo piso de su biblioteca y, sin dudar ni un solo instante acerca de su colocación, sacó el libro de Bajtín, que en un abrir y cerrar
de ojos puso en mis manos. Repitió la misma rutina
con otros dos libros que también debería leer para mi
tesis. Yo no podía dejar de sorprenderme. Más tarde
me enteré de que él es la única persona que arregla su
biblioteca, clasificándola y removiendo o añadiendo
nuevos títulos, según sus necesidades.
Estaba tan fascinada de encontrarme junto al autor real que me olvidé de preguntarle al autor implícito todo lo que necesitaba saber de su escritura. Me
limité a escucharlo y, apenas ahora, soy consciente de
mi atrevimiento, de lo poco que entonces sabía yo de su
obra, de lo escasos que eran mis conocimientos teóricos, de la pobreza de mis lecturas. Tardé varios meses
y muchas páginas para darme cuenta de que lo que
hay de juego, extravagancia, fantasía, risa y liberación
del lenguaje en las novelas de Sergio Pitol provenía del
lado paródico y carnavalesco al que Bajtín dio tanta
relevancia y que, en la literatura de Pitol, se caracteriza por la antisolemnidad y el humor.
* Maestra en Letras por la UNAM, actualmente es profesora en
la Facultad de Filosofía y Letras.
** Texto leído en la Universidad Veracruzana el 3 de junio de
2010.
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