La idea de desacralizar las instituciones, las costumbres, las ideas, los libros y hasta las películas que
tomamos como intocables es una misión que Sergio
Pitol aceptó desde que se encontró con quien ha sido
el amigo de toda su vida: Carlos Monsiváis. Ambos
eran muy jóvenes, Monsi un poco más que Pitol, y
desde que se conocieron en 1954 no han dejado de
dar la batalla contra la hipocresía, contra los políticos
deshonestos y, en general, contra la solemnidad. Sergio Pitol ha transformado en literatura carnavalesca
“todo lo que tuviera aspiraciones a la sacralización,
solemnidad y autocomplacencia” (p. 90).
Por último, quisiera contarles que, en una ocasión, una feminista a ultranza me preguntó por qué Sergio Pitol no quería a las mujeres. Yo le respondí que, en primer lugar, a la colección de mujeres insufribles como Marieta Karapetiz, Billie Upward, la Falsa
Tortuga, Ida Werfel o Jacqueline Cascorró, le corresponde el mismo número de mamarrachos masculinos
que son sus maridos, novios, amantes o lo que sea, y
que, en segundo lugar, yo siempre me he sentido muy
querida por Sergio. Podremos ser mujeres “sufridas”,
si ustedes quieren, pero insufribles, jamás. Gracias
por tu amistad, querido Sergio, y por haberme dejado
entrar a tu maravilloso libro de la mano de Bajtín.
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