MISCELÁNEA
Mario Vargas Llosa
Premio Nobel de Literatura 2010
Premio Internacional Alfonso Reyes 2010
Doctor honoris causa por la UNAM
Omar González*
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Mario Vargas Llosa. Dibujo: St. Dälfour |
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El jueves 23 de septiembre de 2010, en el Palacio de
Minería de la capital del país –sede de la tradicional
y homónima Feria Internacional del Libro–, el escritor peruano-español Mario Vargas Llosa (Arequipa,
marzo 28 de 1936) fue investido (entre 14 intelectuales presentes y dos ausentes) doctor honoris causa por
la centenaria UNAM (en 2005 lo hizo la Universidad
Autónoma de San Luis Potosí); y el viernes 24, allí en
la Ciudad de México, le fue notificado que se le concedió el Premio Internacional Alfonso Reyes 2010, el
cual (diploma y 600 mil pesos) le entregarían a inicios
de diciembre, en Monterrey. Pero el siguiente jueves
7 de octubre, muy de madrugada, cuando el escritor
estaba en Nueva York preparándose para dar clases en
la Universidad de Princeton y por ende releía El reino
de este mundo de Alejo Carpentier, la Academia Sueca
le comunicó telefónicamente y anunció desde Europa 14 minutos después de la llamada –y se propagó
por los cuatro pestíferos vientos de la alharaquienta
aldea global– que le habían otorgado el Premio Nobel
de Literatura 2010, cuya ceremonia de entrega en Estocolmo (medalla, diploma y 10 millones de coronas
suecas), además de efectuarse a principios de diciembre (se sucedió el viernes 10 y él dijo el discurso de recepción “Elogio de la lectura y la ficción” el martes 7),
relegó a un segundo plano la presea alfonsina. Segundo plano que, no obstante, no es ninguna bagatela. El Premio Alfonso Reyes lo obtuvo por primera vez, en
1973, el argentino Jorge Luis Borges; el cubano Alejo Carpentier en 1975; Carlos Fuentes en 1979; José
Luis Martínez en 1982; el veracruzano Rubén Bonifaz Nuño en 1984; Octavio Paz en 1985; Adolfo Bioy
Casares en 1990; Juan José Arreola en 1995; Miguel
León-Portilla en 2001; José Emilio Pacheco en 2004;
y Ernesto de la Peña en 2008, por citar varios (obviamente falta Sergio Pitol), cuyas obras, a su vez, dignifican a tal reconocimiento.
Mario Vargas Llosa reúne, en una sola persona,
varias cualidades que, desde hace un buen número de
años, lo distinguen sobremanera en todo el globo terráqueo: narrador de primer orden (traducido a más
de treinta idiomas), dramaturgo, ensayista literario, políglota, académico con una sólida formación académica (desde 1994 es miembro de la Real Academia Española), coleccionista de premios y doctorados honoris
causa, hacedor de reportajes periodísticos en zonas
conflictivas, articulista misceláneo, analista y crítico
político, político profesional durante su campaña por
la presidencia del Perú (entre octubre de 1987 y junio
de 1990) y con una notable habilidad para la oratoria
y la conferencia, todo lo cual lo hacía y lo hizo idóneo
para dictar en el Instituto Tecnológico y de Estudios
Superiores de Monterrey (ITESM), en mayo de 2000, la Cátedra Alfonso Reyes con el tema “Literatura y política: dos visiones del mundo”.
Mario Vargas Llosa expuso su conferencia, ante
un público heterogéneo, de modo oral; pero esta fue
transcrita y coeditada en 2001 por el ITESM y el Fondo de Cultura Económica en la serie Cuadernos de la
Cátedra Alfonso Reyes del Tecnológico de Monterrey.
Y la abrió con un entremés donde recuerda que en su
temprana juventud, en Lima, leyó Visión de Anáhuac,
de Alfonso Reyes; que a lo largo de su vida ha cultivado la lectura de sus libros; y entre sus preliminares
elogios certifica lo que tantas veces certificó Borges:
“la extraordinaria belleza de su prosa, una de las más
limpias, elegantes, cultas y al mismo tiempo asequibles de nuestra vieja y rica lengua”.
¿Qué decir, de un modo sintético y laudatorio, de
Vargas Llosa y su obra, a veces tan polémica y denostada (ya por su intríngulis, ya por su ideología), pero
ahora distinguida con el Premio Nobel de Literatura
2010? Quizá lo que él dice, allí en su conferencia, del
polígrafo regiomontano, sólo eliminando la palabra
“poemas” (o tal vez no, si ajustamos, como anillo al
dedo, aquello que dijo Pasolini, “la prosa es la poesía
que la poesía no es”):
Hay muchas cosas que admirar en Alfonso Reyes;
la primera, su manera universal de ser latinoamericano. Pocos intelectuales han vivido con una curiosidad tan abierta que los haya llevado a explorar
prácticamente todas las culturas y a cruzar las barreras del tiempo hasta convertirse en verdaderos
ciudadanos universales. Y pocos han tenido, como
él, esa capacidad de convocar en sus escritos, ensayos, poemas, artículos o notas periodísticas, tal
riqueza de ideas, enseñanzas y creaciones.
* Autor del libro de cuentos Café de nadie (Editorial Ariadna,
2009). Crítico y reportero de libros en el bisemanario xalapeño
Punto y Aparte. En Radio UV produce y conduce el programa El barco
de papel.
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