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Es posible que idealice y mitifique la experiencia
social y humana que condujo a la mal llamada huelga
de Río Blanco. Es posible que la mirada que eche sobre
este periodo de nuestra historia chica vaya cargada
de romanticismo y de nostalgia. No puedo ocultar
mi sorpresa, sin embargo, ante el curso que siguieron los acontecimientos desde la instauración de las fábricas de Río Blanco y Santa Rosa hasta los trágicos
acontecimientos de los primeros días de enero de
1907. Ahí, en una región poco tiempo atrás inhabitada
y en el espacio de poco menos de quince años, tuvo
lugar un proceso clásico de conformación de capital,
constitución de las dos grandes clases que acompañan
a esta formación histórica y abierta lucha entre ellas.
Con todas las especificidades del caso, el capital vio
recorrer su ciclo lo mismo en el terreno estrictamente
económico que en el terreno social. Al riesgo de caer
en frivolidades, creo, incluso, que por sus alcances y
proyecciones sociales y humanas, los acontecimientos
de Río Blanco bien pueden ser objeto de un tratamiento
novelístico o de un enfoque cinematográfico.
No deja de sorprenderme, de igual forma, el señalamiento
de John Womack en el sentido de que los
acontecimientos de Río Blanco formaron parte de una
verdadera oleada de guerras, huelgas, revueltas, ensayos
revolucionarios y represiones que entre 1903 y
1910 se sucedieron a lo largo y ancho de prácticamente
el mundo entero: Estados Unidos, Rusia, Alemania,
Francia, Chile, Inglaterra, India, Argentina, España,
Suecia, Gales… Si bien Womack no lo menciona, no
hay que olvidar, por lo demás, que al final de ese breve
periodo estalló la Revolución Mexicana y que siete
años más tarde dio inicio la Revolución Rusa. Hay
que tener presente, en ese sentido y de igual forma,
los estudios de la economía política (entre los que destacan
los de Ernest Mandel) que establecen que, en
promedio y a nivel mundial, cada veinticinco años el
capital conoce fases de ascenso y fases de descenso. ¿Anunciaron o formaron parte los acontecimientos de
Río Blanco de una fase de descenso del capital que
encontró en la revolución bolchevique su inmejorable
expresión? Todo parece indicar que así fue.
¿Qué queda de los acontecimientos de Río Blanco,
de la clase obrera que los protagonizó, de los aires radicales
y libertarios que en la primera década del siglo
xx recorrieron la Pluviosilla? Sin lugar a dudas, queda
el recuerdo de un proletariado emergente que pagó
con sangre su interés de obtener mejores condiciones
de vida, que desbrozó el camino para posteriores luchas
obreras y para el estallido mismo de la Revolución
Mexicana, y que inscribió su actuar en una respuesta
mundial de los trabajadores al avance del capital. De
ahí en fuera, creo yo, aquella clase obrera ha sido, si no
borrada del mapa, sí transformada radicalmente en su
fisonomía, su composición e, incluso, su papel. El cambio
en las formas y los métodos de trabajo, la constante
recomposición del capital, el cambiante papel que uno
u otro sector del mismo juegan, los avances de la ciencia
y la tecnología y, por supuesto, las derrotas que la
propia clase obrera ha sufrido en su enfrentamiento
con el capital han puesto sobre el escenario mundial a
otra clase obrera. Según economistas contemporáneos
como Michel Husson, Salva Torres y Sergio Rodríguez
Lazcano, a partir de los años ochenta del siglo
xx entró en funciones una nueva forma de organización
del trabajo, una especie de desregulación del proceso
productivo que trae aparejada una dinámica de
desconcentración del capital y de los grandes centros
de producción. El rostro de la clase obrera, necesariamente,
es otro. Dos datos pueden darnos una idea de
este cambio: según un estudio de la fundación Alliance
Capital Management, entre 1995 y 2002 se perdieron
31 millones de puestos de trabajo en las fábricas de
las 20 economías más fuertes del mundo; hoy en día,
por otra parte, 170 millones de trabajadores migrantes
viven en las 45 ciudades más desarrolladas del mundo.
En todo caso, si algo puede hermanar a la clase obrera
de fines del siglo xix y a la clase obrera de principios
del xxi es el afán de justicia.
Por ello mismo, precisamente, es que se valoran
y agradecen libros como el que hoy nos congrega, La
huelga del Río Blanco. Se valora y agradece, en primer
lugar, el interés de rememorar y traer de nueva cuenta
a colación uno de los hechos capitales en la historia
de la clase obrera del siglo xx. Se valora y agradece,
igualmente, la visión que anima a este trabajo: ofrecernos
un panorama lo más amplio y variado posible
de todo ese conjunto de decisiones y hechos que,
encadenados, dieron lugar a lo que hoy conocemos
como la huelga de Río Blanco. Se valora y agradece,
en tercer lugar, el hecho de haber reunido en un solo
título textos de los más diversos orígenes, lo mismo
por la lengua en que fueron escritos que por el enfoque
a partir del cual fueron elaborados. Se valora y
agradece, asimismo, haber contemplado toda esa serie
de acontecimientos en su especificidad; al hacerlo,
nos los han ofrecido en su universalidad. Se valora y
agradece, finalmente, el habernos entregado una edición
limpia y atractiva, que termina de hacer de este
título un excelente ejemplo de historia regional. Felicito
sincera y sentidamente a todas aquellas personas e
instituciones que hicieron posible la aparición de este
libro, comenzando, por supuesto, por su editor, Bernardo
García Díaz.
Me vienen ahora a la memoria unas palabras de
Walter Benjamin: debemos persistir en nuestra idea
de cambiar el mundo; pero debemos hacerlo no en
función de nuestros pequeños hijos liberados, sino en
memoria de nuestros ancestros avasallados. Yo no sé si
a estas alturas de la batalla haya alguien que persista
en su idea de cambiar el mundo. Pero si lo hay, en el
libro que hoy nos congrega encontrará un buen motivo
para persistir en ello… en memoria de nuestros
ancestros avasallados.
* Escritor y editor
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