En tales circunstancias, las elites políticas recurren
al ejército para conducir tal reforma, sin un plan
preciso y sin logros significativos en la integración
policiaca, en la coordinación con los jueces ni en la
reducción de las tasas delictivas, lo cual ha incrementado
en los ciudadanos el sentimiento de inseguridad.
El debate institucional y civil acerca de las policías
mexicanas ha sido intenso sólo a partir de la segunda
mitad de los años noventa. En los años ochenta se
temía a la policía por violenta y corrupta, ahora los
mexicanos tenemos una conmiseración por tal oficio y
manifestamos que no nos contrataríamos como tales.
Los políticos y policías han sostenido que la
delincuencia ha disminuido mediante “cruzadas”,
“combates”, “guerras”, mientras que los medios de
comunicación, aunque menos interesados ahora en la
producción de programas de nota roja como lo estuvieron
en años recientes, insisten en que los delitos se
incrementaron sin ningún tipo de control efectivo.
Por infortunio, no existe aún en el país un procedimiento único de registro de delitos ni se han logrado
avances significativos en la cultura de la legalidad
y la denuncia, por lo cual la cifra de victimación sigue
siendo alta. La delincuencia y la violencia que se
observan en la vida diaria y en los medios, son una
evidencia de que la lenta construcción de una nueva
sociedad regulada por el libre-mercado y la reforma
estatal neoliberal es un proceso complejo inacabado
que enfrenta fuertes resistencias sociales. La inseguridad
y las altas tasas delictivas se han incrementado
en el país durante los últimos tres sexenios, a pesar de
que éstos han hecho esfuerzos evidentes para controlar
las tasas delictivas.
En 1998 un experto decía: “en el resto de la república
la delincuencia del orden común ha crecido a
un ritmo igualmente violento: 17.4% en 1994; 38.5%
el año siguiente; y 16.2% en 1996”. La tendencia se
incrementó hasta 2000 con una ligera tendencia a la
baja desde 1998. Respecto de lo anterior, otro analista
comenta: “A escala nacional los delitos en aumento
son despojo, fraude y amenazas […] Como se aprecia,
la incidencia delictiva en el ámbito nacional se
ha incrementado en los últimos años”. (Ruiz Harrell,
1998; Zepeda Lecuona, 2004; Ramos García, 2006).
Los datos de Genaro García Luna, actual secretario
de Seguridad Pública de Felipe Calderón Hinojosa
(2006-2012) confirman que la tendencia se mantiene
a la alta hasta el 2006 (García Luna, 2007).
Las altas tasas delictivas, los crímenes políticos y
la violencia política contra-institucional de los zapatistas
construyeron un entorno complejo que el sistema
policiaco militarizado no ha logrado controlar institu-cionalmente hasta ahora. La inseguridad aumentó y
la delincuencia se expandió.
Del conjunto de los delitos que se han registrado
en los tres últimos gobiernos federales, el narcotráfico
es el que más capta la atención de los medios y respecto
del cual los ciudadanos asumen, paradójicamente,
actitudes de temor y entusiasmo.
El narcotráfico es uno de los motivos más frecuentes
del miedo, pero, al mismo tiempo, es una actividad
aplaudida por algunos estratos de clase baja. El narcotráfico
en México se ha convertido en el tema principal
de los medios y a pesar de ello poco se ha logrado
en la opinión pública para la explicación de las causas
del proceso. En efecto, tanto el narcotráfico como la
delincuencia son tratados en los medios como actos
que se explican por la naturaleza maldita de algunas
personas inciviles. La delincuencia es presentada y
construida públicamente como un juego sucio que se
opone a la construcción de una sociedad de libre mercado
regulada por “un Estado eficiente”.
Este argumento es falso. La delincuencia no puede
reducirse al narcotráfico; asimismo, el tráfico de
drogas debería entenderse como una empresa racional,
con circuitos de producción y mercado, y lo que
realmente importa de ella, como en toda empresa
legal, es quiénes son los ganadores. Los productores
y conductores de noticias están lejos de imaginar el
contexto y los mecanismos de funcionamiento de la
delincuencia y especialmente del narcotráfico. En
una sociedad desigual como la nuestra, el mercado
no tiene un lugar público para la venta de drogas; las
ganancias infladas por la persecución institucional se
reparten por medios pacíficos o violentos y se utiliza
el problema para la construcción de la aceptación pública
de los gobernantes.
En este contexto, el nuevo presidente panista ha
recurrido al ejército para controlar a los narcotraficantes
y los delitos en el país mediante operativos en
el marco del programa “México seguro”, creado por
el expresidente Vicente Fox Quezada (2000-2006). La
decisión de enfrentar con el ejército al narcotráfico no
es propia del presidente actual, pero sí la espectacularidad
con la cual se habla de sus operativos. El uso
del ejército en actividades antidrogas se decidió como
resultado de los cambios regionales en la seguridad
latinoamericana y como parte de un proceso de reforma
policiaca que no logró institucionalizarse ni ha logrado
los resultados esperados. El presidente utiliza al
ejército para lograr una cuota de legitimidad que no
ha podido ganar con las elecciones ni en los primeros
cien días de gobierno. En general, los logros del ejército
en tareas de seguridad pública han sido magros
mientras que la respuesta de los narcotraficantes ha
sido puntual y amenaza con una escalada mayor.
El reposicionamiento de los narcotraficantes ha
generado entre columnistas y expertos en el tema la
idea de que hay un nuevo cártel protegido por las autoridades.
En realidad existen hasta ahora pocos datos
empíricos para sostener tal idea. Las redes de protección
político-policíaca son más complejas y difusas. La
protección activa o inactiva del narcotráfico, es decir,
la protección o la no violencia policiaca es más bien
local y si aparece a nivel nacional como una decisión
única es sólo porque es el resultado de múltiples alianzas
y negociaciones locales. La verdad es que los operativos
militares se han implantado en las principales
plazas del narcotráfico en el país como Michoacán,
Baja California Norte, Tamaulipas, Guerrero, Tabasco
y Veracruz y que se han multiplicado los enfrentamientos
entre los mismos narcotraficantes.
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