Aconsejo a mis estudiantes leer a Freud y a Jung,
pues creo que les son más útiles que los tratados de
composición dramática.
Algo que quisiera considerar en cuanto a la redacción
de un diario: quien quiere aprender a expresarse
por medio de la palabra escrita debe practicar la escritura
con alguna constancia y debe aprender a disfrutarla.
Si no se disfruta el hecho de redactar ideas, no
hay posibilidad de emprender una carrera literaria; el
mejor premio de escribir es escribir. Y los gozos también
se aprenden. Hay muchos tratados de escritura
dramática, desde la Poética de Aristóteles, en los que el
estudiante busca la receta de lo que debe hacer. Es necesario
recordar que todos los tratados buenos son el
comentario a una obra ya hecha, los procedimientos
de cómo se hizo. No son recetas para inventar nuevas
obras. Éstas nacerán proponiendo sus propias leyes y ésas hay que descubrirlas y obedecerlas.
Un escritor no puede, simultáneamente, ser su
propio crítico, ni estar pensando: “¿de qué género
será lo que estoy escribiendo?”, ni otras cosas por el
estilo. La teoría es algo que se aplica en general, la
creación es algo altamente individual.
¿Quiero decir que el autor debe ser ignorante de
teorías? Para nada. Creo que debe repasar teorías
y aceptar las que concuerdan con su propia visión,
las que vayan acomodándose para juzgar su propio
trabajo después de que fue hecho. La crítica puede
empezar después. Y debe empezar después, porque
no es agradable aquel autor que babea de adoración
ante su propia obra y pregunta ante el espejo: “¿quién
es el autor más precioso?” Ya sabemos la respuesta,
y el resultado no puede ser otro que terribles ataques
de envidia infernal cuando hay alguien, como Blanca
Nieves, que resulta ser tantito mejor, o simplemente
que recibe más aplausos. La competitividad en el arte
suele dañar los talentos; lo que en el deporte es un
método de medir, en arte es una falacia: una buena
obra es tan buena y valiosa como otra buena obra y
no hay demasiados niveles. No debemos olvidar que
el verdadero peso e importancia de los productos artísticos
se averigua con el paso del tiempo, y, claro, los
autores se enteran en el otro mundo…, si es que allá
siguen interesándoles estas cosas.
La artesanía de las obras es algo que necesitamos
distinguir de su inefable sustancia esencial, la artística.
Una buena artesanía se aprende, se refi na, se pule. El
arte es gratis y no es fácil de expresar sin una buena
artesanía. Si queremos tener al Fénix en casa, hay que
construirle una casa ad hoc, hay que construirle un espacio
que le parezca cómodo y a su medida, para que
esté contento. Claro, si lo encerramos en una pequeña
jaula puede ser que termine ardiendo en su propio
fuego y nos consuma con él, teniendo en cuenta que
nosotros no renaceremos de las cenizas.¿Y el teatro engagé, comprometido con causas sociales,
políticas? Se trata del teatro que distribuye mensajes
a manos llenas y nos dice cómo portarnos con la sociedad
para mejorarla, cuándo lanzarnos a la lucha.
Pienso aquí que el comprometido es el ciudadano
y no el autor. El ciudadano que además escribe literatura
y que alberga al autor de carne y hueso. Imposible
escribir contra lo que creemos y somos. Decimos
nuestro propio credo vital. A Sartre se le daba la honradez
y escribía con una ética profunda, y se atrevía
a hacer Las manos sucias aunque se revolcara de rabia
todo el Partido Comunista; el ciudadano Sartre era una de las mejores inteligencias del siglo, además
de una de las personasmás honradas y profundas.
A Brecht le daban más trabajo los mensajes; él quería
ser comunista ortodoxo; en realidad, era un poeta
excepcional, lírico y dramático, y luego las obras lo
traicionaban. Escribió tres veces Madre Courage, para
que uno estuviera contra Ana, la comerciante de guerra,
y resulta que uno está con ella, sufriendo con ella,
queriéndola. “Un hombre es un hombre” es una frase
inequívoca, pero todos odiamos los ejércitos…, o
casi todos. El ciudadano Brecht era un pícaro de los
siglos de oro, hijo de predicador; inventó un maravilloso
teatro que retomaba los recursos de los géneros
medievales y renacentistas, pero le fue muy mal como
hombre de compromiso. Si uno cree en su causa, la
historia que la expresa surgirá sola; si uno decide un
tema social y arrastra por las patas una trama para
que lo formule, fácil será que la obra diga lo contrario
de lo que proponíamos decir. Porque la obra viene de
las zonas profundas del ser, no de la voluntad ni de la
proposición oportunista, periodística.
Hay un buen número de teorías sobre el drama.
Si las repasamos, veremos la coincidencia de varias en
los puntos básicos. Así como Aldous Huxley recogió
el pensamiento de múltiples religiones, sus puntos de
coincidencia en La fi losofía perenne, alguien podría reunir
los puntos de vista convergentes de las poéticas,
en una especie de “Poética perenne”. Ahí estarían sin
duda Aristóteles, Lessing, Lope de Vega y algo de Durrenmatt
y T. S. Eliot. Al autor le sirve repasar esos
textos para encontrar, como si fueran espejos: “esto es
lo que estoy haciendo”, que no es lo mismo que “esto
es lo que debo hacer”. Lo malo de leer recetarios antes
de escribir es que el autor puede tomárselos en
serio y tratar de seguirlos. No hay nada más desaconsejable.
Siempre recuerdo el cuento del ciempiés que
cuenta Gustav Meynrik, y que se llama “la maldición
del sapo”.
¿Qué hacer entonces, si queremos una guía para
nuestra dramaturgia personal? ¿Cómo mejorar lo
que hacemos? ¿Cómo escribir cosas signifi cativas,
de alcance humano, de sentido universal? Aconsejo
a los jóvenes varias recetas no arduas. La primera:
hacer retratos de familia, de crisis domésticas que
hayan visto de cerca. Claro, esto tiene la ventaja de
que los parientes se enojen con ellos de una nueva
vez, o los adoren por ocuparse de ellos, de una buena
vez. El retrato de familia nos ayuda a poner distancia
y objetividad en algo que es una zona de nosotros
mismos.
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