Es otro de los entornos. Son tus sueños. Cuando
tú llegas de visita y ves las cascadas, dices “Aquí
es donde me tocó vivir”, como dice Cristina Pacheco.
Entonces ahí llegas y pones tus chunches. Era un
cuartito que ha ido creciendo hasta que sea el museo
taller donde la gente vaya los domingos y pase a ver
la parte del museo. Quiero crear un lugar, porque no
hay muchos museos. Entonces si ya construí en medio
de un cafetal el taller, vendo y construyo. Cuando viene
el coleccionista digo: “Este es para mi galerón uno,
para el galerón dos”. Y va a ser muy bonito que tú
vayas los domingos con tu ser amado, con tus hijos…
y les digas, “vengan vamos a visitar. Está abierto de 11
a… 2 de la tarde”.
Acerca de la influencia oriental que muchos han creído ver
en su trabajo, manifi esta sobre todo en el trazo suave y fi rme a
la vez, él matiza:
Yo no sé de dónde sale pero creo que son influencias,
como en la literatura. Cuando doy un curso en la
Universidad de Valencia, en España, los primeros materiales
que me hago llegar son una especie de maletín
donde adentro van los colores, los temples, las témperas,
toda esa cocina para preparar esos platillos que
son mis cuadros; y los pinceles, pero el papel que es el
soporte son unos papeles japoneses hechos de arroz.
Incluso la exposición [que presento entonces] se llama
Papel de arroz.
El mismo papel, las mismas brochas,
te obligan a crear un estilo que no oriental, porque yo
soy occidental, pero la técnica oriental se me da de
una manera tan deliciosa. Empiezo a crear unas cosas
como las palmeras de 5 metros que están aquí, con
unos pinceles japoneses, y con la misma respiración.
Yo no he aprendido zen y nunca he sabido lo que es
el yoga, incluso en España me regalaron libros sobre
el arte plástico zen pensando que yo era también de
esa onda. He visto pintores que sí tienen una influencia
japonesa, como Raúl Herrera, pero es abstracto
totalmente, y yo no.
Yo utilizo la técnica como los japoneses
antiguos que mientras sobaban la piedra de
color en la vasija del agua, porque hay que tallarle con
agua, tantita, tantita, hasta que se va obscureciendo
la tinta, pero ya en la mente están pensando en un
gran camarón. Cuando meten el pincel en la tinta y el
camarón lo tienen en la mente, con cuatro o cinco trazos,
zum, zum, zum, zum, realizan esa maravilla que
es un estilo pero… de siglos, y que los buenos alumnos
de los alumnos de los alumnos no han perdido, y que
se ha ido depurando pero sin dejar ese estilo tan maravilloso
como es la escritura, como es la pintura. Yo
no pretendo ninguno de los dos casos, solamente hago
uso de la técnica, de cómo se usa el pincel.
Su relación con lo escrito, con textos de diversos géneros,
data de tiempo atrás y es productiva. Ha ilustrado una antología
de la poesía tabasqueña, algunos títulos de la colección de poesía Cuadernos del Caballo Verde, poesía mística de Rubén Darío
y Octavio Paz, incluso diversos números de La Palabra y el
Hombre…
Cuando el escritor español Emilio Prados me pidió
que ilustrara su libro de poesía Jardín cerrado, fue
muy bonito empezar a crear imágenes a través de la
poesía, que no las imágenes que miro ahora, que te
vas a la playa, que te vas al mar, que te vas a las dunas.
Y de pronto es diferente de cuando traduces las
imágenes de una lectura, de un poeta. Como lo que
hice recientemente con El reino vegetal de Pierre Gascar
[Ficción, UV, 2007], me dan los cuentos y entonces
invento a través de su imagen literaria mis propios árboles,
como el árbol chino, el pen t’sao.
En una ocasión le hice unas ilustraciones a Becerra,
a Carlos Pellicer, ilustré el libro de la poesía
tabasqueña en 1962. Y cuando me dio Pellicer los originales
me dijo: “No quiero que vayas a hacer como
en las películas mexicanas donde dicen: ‘Compadre,
vámonos a la pulquería’, y enseguida se hace un corte
y se ve la toma de una casa con un letrero que dice: ‘Pulquería La cajera coja’, la cámara baja y entran
los compadres a la pulquería. Tú inventa a través de
la poesía de nosotros tu propio lenguaje”.
He trabajado mucho, en El Búho [de Excélsior],
con poetas; les he ilustrado: a Otto-Raúl González,
Carlos Illescas, Octavio Paz. Tenía como una obligación
semanaria de hacer un retrato, una obra plástica,
pero todo se vuelve escenarios, todo se vuelve palmeras,
todo se vuelve el mar.
Poeta del pincel, Pepe Maya desconfía por naturaleza de
los críticos de arte y, en cambio, cree más en la intuición de quien
escribe por empatía:
Yo confío más en el poeta, en el escritor que haga
un texto sobre mi obra, que en el crítico de arte. El
crítico es un escéptico. El crítico ya tiene estructuras
y formas de aceptar tal o cual corriente plástica. Tú
no lo llenas. El poeta descubre, se descubre. Y si ves
cómo escribe José Bergamín sobre la música callada de
los toros a través de la tauromaquia de Pablo Picasso,
Bergamín repite y repite los dibujos con una serie de
textos de una ruptura, de una poética que es evidentemente
el cordón umbilical entre el poeta y el artista.
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