Núm. 5 Tercera Época
 
   
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ARTES

La presencia colonial en Xalapa: los retablos del monasterio de San Francisco
Estela Castillo Hernández

Estela Castillo Hernández es maestra en Literatura Mexicana
por el Instituto de Investigaciones Lingüístico-Literarias de la UV.
Ha sido becaria del SNI y publicado en Contrapunto.

Entre las antigüedades de la ciudad de Xalapa podemos encontrar tres obras que nos remiten al periodo colonial, específicamente, a los siglos XVII y XVIII. Dichas obras son tres retablos pertenecientes al ex monasterio de San Francisco; actualmente, estos altares dorados se alojan en la capilla de Santiago Apóstol, ubicada en la calle de Úrsulo Galván, y en la parroquia de Nuestro Señor de El Calvario, localizada entre las calles Revolución y Libertad.

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Santiago Apóstol. S. XVII. Foto: Tatiana Suárez Turriza

 

Xallapan, traducido como “manantial en la arena”, fue el nombre que recibió nuestra ciudad durante la época precolombina; en este lugar se hallaban cuatro barrios indígenas: al norte, Xallitic; al sur, Tehuanapan; al este, Techacapan, y, al oeste, Tlalmecapan. Cuando los españoles arribaron a estos territorios, en 1519, la distribución de los barrios no cambió, sólo se modificó el mote de cada uno de ellos. Con el tiempo, éstos adoptaron el gentilicio de los templos doctrinales que se iban erigiendo en su zona. De esta manera, Tehuanapan comenzó a llamarse Santa María de la Concepción, por haberse erigido en ese lugar una parroquia con este título; Techacapan pasó a ser el barrio de San José de la Laguna, por establecerse ahí una iglesia bajo la protección de este personaje; Tlalmecapan adoptó el apelativo de Santiago, por crearse en este sitio una ermita para socorrer a los indios; posteriormente, se levantó el templo de El Calvario y el poblado conocido como Xallitic empezó a llamarse con el título del santuario recién fundado.

Durante la época colonial, en el barrio de Tehuanapan, hoy conocido como la zona centro de Xalapa, se erigió el monasterio de San Francisco, precisamente en la explanada del actual Parque Juárez. La construcción se inició hacia 1531, bajo el mando de Fray Alonso de Santiago, pero un temblor la destruyó en 1546; posteriormente se comenzó otro edifi cio, el cual terminó de erigirse en 1556. En el siglo XVII, el monasterio tuvo su mayor auge, mejorando su aspecto; a finales de ese siglo y mediados del XVIII se elaboraron los tres retablos que aún se conservan.

El inmueble franciscano sostuvo con posterioridad una serie de controversias legales, sobre todo al entrar en vigor la Ley Lerdo y la Desamortización de los Bienes del Clero: por disposición federal los bienes del templo habían sido transferidos a la nación e incorporados al patrimonio del Ayuntamiento de Xalapa.Las autoridades de gobierno iniciaron un debate para decidir el futuro del edifi cio; debido a la situación decadente y en ruinas del monasterio, se optó por la demolición y en su lugar se levantaría un mercado, idea que no prosperó. Sería hasta la administración del gobernador Juan de la Luz Enríquez cuando se edificaría sobre sus cimientos, en vez de un mercado, un parque, el cual retomaría el apellido de Benito Juárez Juárez. La demolición del templo franciscano comenzó en 1888 y continuaría hasta 1890.

Dentro de los bienes del monasterio se encontraban los retablos, los cuales pasaron a formar parte de otras iglesias: el altar más antiguo se destinó a la capilla de Santiago, y los otros dos se alojaron en El Calvario. Ambos templos tienen sus antecedentes en la época colonial; se fundaron en los centros de los barrios indígenas de Xallapan con la finalidad de evangelizar a los nativos.

Los franciscanos, siendo la primera orden religiosa que arribó a la Nueva España, buscaron los elementos necesarios para adoctrinar a los americanos: los retablos se convirtieron así en instrumentos no sólo ornamentales, sino didácticos. Su colocación al frente de los feligreses estaba orientada hacia la mirada de los fieles, quienes al contemplarlos avivaban su fe durante las celebraciones. Asimismo, en dichos altares se concentraban diversos signifi cados, pues los valores esenciales del dogma cristiano se plasmaban en cada una de las imágenes, de las esculturas y de las figuras decorativas del retablo.

El origen del término “retablo” proviene de las voces latinas retro, detrás, y tabula, mesa o altar. Retrotábula se utilizó para designar a los pequeños cuadros que se colocaban en la parte posterior del altar de las primitivas basílicas cristianas; esta costumbre se inició a partir del siglo V, cuando los sacerdotes dejaron de celebrar la misa de frente y comenzaron a dar la espalda al pueblo. Estos cuadros eran transportables y en su interior se guardaban las reliquias de los mártires y santos. Más tarde, al aumentar su tamaño, acrecentar sus decorados y albergar contenidos religiosos, se convirtieron en verdaderos íconos; estas imágenes pronto auxiliaron a los religiosos en la tarea de adoctrinar. A partir del siglo XIII los retablos se incorporaron a la arquitectura de las iglesias y en su elaboración se requirió la participación de otras artes: la escultura y la pintura, primordialmente.

 
 
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