|
|
|
|
Retablo de San Francisco de Asís. Parroquia de El Calvario. S. XVIII.
Foto: Miguel Fematt |
|
Los primeros retablos se construyeron con marfil, mármol y madera, entre otros materiales; también
se decoraron siguiendo un estilo renacentista:
sus espacios se vieron cubiertos de centauros, ninfas y
tritones. Después, surgieron los retablos dorados, llamados
barrocos, los cuales fueron ricamente bañados
con láminas de oro. Los tres retablos del monasterio
de San Francisco corresponden a esta tendencia; están
construidos con madera recubierta con el metal
precioso. Al utilizar este material tienen la intención
de producir asombro, admiración y extenuación en el
espectador, en el alma del creyente; de tal forma, que
originan una atmósfera idílica, proporcionándonos un
atisbo del Paraíso. El oro, por su color, brillo, pureza y
resistencia, se volvió el símbolo de la luz celestial, del
resplandor del sol, de la entereza y la fortaleza divina:
lo superior, lo eterno, lo sublime forman parte esencial
de este metal.
El retablo más antiguo del monasterio de San
Francisco corresponde al siglo XVII; pertenece a una
primera modalidad del Barroco, la cual se inicia hacia
1650 y concluye, aproximadamente, en 1740. Se
le conoce como Barroco salomónico y se caracteriza
por tener en su construcción columnas helicoides, es
decir, en forma de espiral, enroscadas en sí mismas y
que reproducen el modelo de los pilares de la Basílica
de San Pedro en Roma, los cuales formaron parte del
Templo de Salomón.
El altar dorado de la capilla de Santiago posee
seis pilastras salomónicas que concluyen en un capitel
corintio. En la parte inferior del retablo se encuentra
una custodia que también es resguardada por cuatro
columnas salomónicas, las cuales simbolizan a los cuatro
evangelistas: San Marcos, San Mateo, San Lucas
y San Juan.
El retablo está dividido en tres calles –franjas verticales–
y en dos cuerpos –divisiones horizontales–.
En el altar existen seis nichos: dentro del cuerpo superior
hay tres y en el inferior, la misma cantidad. La
parte superior conserva aún sus esculturas originales,
mientras que la inferior ha sido suplantada por otras
fi guras: a la derecha, un Cristo; al centro, la Virgen Inmaculada
de la Concepción, y a la izquierda, el Niño
Jesús. Regularmente, los retablos son leídos de la parte
superior a la inferior y de la derecha a la izquierda. De
esta manera, el primer nicho del altar está destinado
a San Pedro, la piedra de la Iglesia Católica; el segunco do, lo ocupa Santiago Apóstol, personaje primordial
en la evangelización de los indios, pues es el luchador
contra la herejía: en su caballo blanco y empuñando
una espada arrasa con los infi eles; en el tercero, se
halla San Pablo, el primer teólogo del cristianismo.
Las esculturas de los tres apóstoles ya mencionados
son las originales, las otras desgraciadamente no se
conservaron.
La ornamentación del retablo se compone de hojarascas,
flores, algunas plantas, y abajo de la custodia
se encuentra tallada la imagen de un cordero. Los contornos
que sirven de marco a las esculturas mantienen
líneas ondulares y adornos protuberantes: en el Barroco
existía la necesidad de apropiarse de los espacios; de
ahí la gran cantidad de adornos. La capilla de Santiago
alberga un altar en buenas condiciones; esto se debe
al programa “Adopte una obra de arte”, el cual se ha
encargado de restaurar numerosos objetos artísticos alrededor
de todo el país. Desgraciadamente, los otros
dos retablos del monasterio de San Francisco necesitan
una restauración para poder verse con la misma luminosidad
que el perteneciente al siglo XVII.
El templo de El Calvario posee una planta cuya
forma es de cruz latina; en sus dos alas aloja a los retablos
del monasterio franciscano: en el lado derecho
se localiza uno dedicado a San Francisco de Asís y en
la sección izquierda se ubica otro consagrado a San
Juan Nepomuceno. Ambos altares son de filiación barroca,
pero corresponden a la segunda modalidad que
adoptó esta tendencia: el llamado Barroco estípite, el
cual tiene sus inicios hacia 1740 y fi naliza alrededor
de 1790. Este estilo se caracteriza, como su nombre
lo indica, por poseer en su construcción columnas
estípites: éstas consisten en una base sobre la que se
eleva una pirámide invertida; encima de la pirámide
se colocan algunas molduras, adornos sobresalientes;
después, se asienta una figura cúbica, la cual, regularmente,
se ornamenta con santos, ángeles, flores u
otros motivos; finalmente, se siguen poniendo otras
molduras que concluyen, frecuentemente, en un capitel
corintio.
La pilastra estípite, este nuevo elemento arquitectónico,
tiene un origen antiguo: el término estípite
proviene de stipo, cuyo signifi cado es estaca; dicha pirámide
invertida sirvió de pedestal para las estatuas y
bustos de los griegos y romanos. En la Nueva España
fue introducido este elemento por el sevillano Jerónimo
de Balbás, precisamente cuando él realizaba el retablo
de los Reyes de la catedral metropolitana. Esta
obra se construyó en siete años (1718-1725) y a partir
de ella empezaron a construirse en todo el territorio
novohispano retablos estípites; no sólo se decoró con
esta figura los altares, sino también se extendió su uso
a las fachadas de las iglesias.
La columna estípite representa la síntesis geométrica
del cuerpo humano: la base corresponde a los
pies; el stipo, pirámide invertida, a las piernas; la parte
angosta que sigue al stipo, a la cintura; el cubo que se
asienta sobre dicho angostamiento viene a ser el tórax;
sobre la figura cuadrangular se levanta otro angostamiento
que es el cuello y, finalmente, encima de este
último se apoya un capitel, el cual simula la cabeza.
Los retablos virreinales que utilizan la pilastra estípite
también han sido llamados churriguerescos, por parte
de los especialistas; sin embargo, esta acepción no corresponde
por completo al estilo churrigueresco que
se presentó en la península, pues el inventor de esta
tendencia, José Benito Churriguera, además de utilizar
la columna estípite, usó otros elementos que caracterizaron
su estética.
|