Núm. 5 Tercera Época
 
   
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Leticia Tarragó
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Hay otras obras en las que los personajes, normalmente mujeres, tienen que asirse a los mismos hilos y atreverse a entrar en mundos desconocidos, a veces espantosos, para encontrar la libertad y por ende la felicidad. En Las cartas de Mozart, la joven Margarita se encuentra en un mundo rígido de fórmulas de cortesía y códigos sociales. A pesar del miedo que tiene de escoger su destino y de dejar atrás la seguridad de las cuatro paredes que la rodean, Margarita decide gastar su herencia en unas cartas de Mozart y lanzarse al mundo misterioso e inseguro, el que empieza en el parque de la Alameda y termina con la promesa de un viaje a Viena con el Joven/Mozart. Con este muchacho, quien podría ser Mozart o un pobre músico callejero, Margarita descubre el poder de la voluntad. Como explica el Joven: “Nacer y morir no son decisión nuestra. Lo que está en medio sí”. A través de personajes como Margarita, Carballido nos enseña que si no nos atrevemos a dar ese primer paso, nos condenamos a la repetición diaria y nos perdemos toda la maravilla del viaje.carballido

Aunque el mundo de la imaginación siempre abre la puerta al viaje, hay otras obras de molde más realista en las que los personajes buscan la libertad y la felicidad de manera más concreta. En Las estatuas de marfil (1960), el director/dramaturgo César (es decir, Carballido) llega a un pueblo veracruzano para liberarse de las expectativas del público y los críticos defeños y realizar libremente sus deseos creativos. En La danza que sueña la tortuga –una de las obras que Carballido escribió durante ese año de renacimiento personal y artístico en Xalapa– la combinación de un ambiente patriarcal y exageradamente reprimido con una serie de malentendidos cómicos y enternecedores lleva a las dos hermanas solteronas a tomar la decisión de salir de Córdoba y de la “protección” tiránica de su hermano y mudarse al Distrito Federal con su sobrino Carlos. El mismo sobrino, indudablemente basado en el joven Carballido, es el protagonista de la secuela Un vals sin fin sobre el planeta. No será casualidad que el protagonista tenga catorce años ni que se encuentre en Córdoba, el mismo lugar adonde fue Carballido a esa edad para pasar un año con su padre, con quien conoció el tren, el mar y la selva: “A los catorce años me voy a Córdoba; allí resucité al conocer Veracruz, el trópico, la infl uencia de mi padre, la libertad” (70 años de Carballido, 52). Es en esta comedia donde más se destaca el tema del viaje como vehículo sine qua non a la libertad. Desde el principio se escucha el silbato del tren, en el que llegan Consuelo y Gabriel, quienes dicen ser hermanos cuando es obvio que comparten otro tipo de relación. En el transcurso de un solo día ponen la casa patas arriba a pesar del control autoritario de Víctor, la misma figura patriarcal de La danza. Este par misterioso de vendedores ambulantes le despierta al adolescente Carlos no sólo los primeros deseos sexuales sino también el deseo de recorrer el mundo y tener aventuras. En una escena que recuerda la magnífica imagen fotográfica de Fotografía en la playa, se detiene el tiempo mientras todos los personajes se entrecruzan, sonámbulos, soñando con los viajes y con la libertad que éstos conllevan. Víctor, que bien podría ser el mismo padre ferrocarrilero de Carballido, decide que es hora de hablarle a su hijo sobre “la vida” de los hombres: “tú ves, vamos pasando, vamos yéndonos juntos en esta casa, nos vamos alejando unos de otros, ¿y qué sabemos, en realidad? Una verdad es este movimiento, esta especie de tren sin fin en que vamos todos, estos carros que a veces cambian de vía”. Uno no sabe cuándo el carro en el que viaja va a cambiar de vía, pero como explica Víctor, lo importante es experimentar el movimiento del viaje mismo y no tenerle miedo a lo que viene. Esta misma filosofía existencial la resume Fifí en la última escena de Orinoco (1979), cuando dice las ya famosas palabras: “falta lo más hermoso todavía”. De hecho, se podría decir que Fifí es la encarnación femenina de Carballido; igual que el maestro, Fifí nunca pierde la capacidad para transformar lo feo y sórdido en algo bello y maravilloso. Pues, aun cuando no nos podía ofrecer otro mundo más libre y más feliz, Carballido nunca dejó de ofrecernos la risa, aunque fuera fugaz, como ruta de escape.

Te juro Juana...
 
 

Te juro, Juana, que tengo ganas. Foto: Archivo Candileja

 

Toda la vida de Emilio Carballido ha sido un viaje, empezando con un recorrido en tren desde Veracruz hasta el Distrito Federal. Este viaje de toda una vida se resume en una hermosa frase de Conversación entre las ruinas: “Mi pueblo, mi tren, mi gente, mi viaje amado, mi ruta de la magia, de las revelaciones”. Compartir el viaje con Emilio, fuera por un país extranjero o simplemente por una obra suya, era compartir su entusiasmo, su alegría, su optimismo y su fe en el ser humano y en el próximo tramo. No obstante la tristeza que nos da pensar que ya no habrá más viajes con Emilio, podemos anticipar con placer la publicación póstuma de algunas obras inéditas y al mismo tiempo releer las ya publicadas como si fueran un álbum de fotos de familia, y así reemprender el viaje por la ruta de la magia. Aunque no sabemos a dónde vamos a llegar, gracias a Emilio sabemos que lo importante no es el destino fi nal, sino este movimiento constante que es la vida. En fin, nos podemos consolar de su última partida, sabiendo que Emilio ahora tiene visa perenne y pasaporte “con estrellas” y sin vencimiento para seguir viajando y “valsando un vals sin fin sobre el planeta”. Por lo tanto, no le diremos “adiós” sino “buen viaje”.bull

 

 
 
 
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