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Hay otras obras en las que los personajes, normalmente
mujeres, tienen que asirse a los mismos
hilos y atreverse a entrar en mundos desconocidos,
a veces espantosos, para encontrar la libertad y por
ende la felicidad. En Las cartas de Mozart, la joven Margarita
se encuentra en un mundo rígido de fórmulas
de cortesía y códigos sociales. A pesar del miedo que
tiene de escoger su destino y de dejar atrás la seguridad
de las cuatro paredes que la rodean, Margarita
decide gastar su herencia en unas cartas de Mozart y
lanzarse al mundo misterioso e inseguro, el que empieza
en el parque de la Alameda y termina con la
promesa de un viaje a Viena con el Joven/Mozart.
Con este muchacho, quien podría ser Mozart o un
pobre músico callejero, Margarita descubre el poder
de la voluntad. Como explica el Joven: “Nacer y morir
no son decisión nuestra. Lo que está en medio sí”. A
través de personajes como Margarita, Carballido nos
enseña que si no nos atrevemos a dar ese primer paso,
nos condenamos a la repetición diaria y nos perdemos
toda la maravilla del viaje.
Aunque el mundo de la imaginación siempre abre
la puerta al viaje, hay otras obras de molde más realista
en las que los personajes buscan la libertad y la felicidad
de manera más concreta. En Las estatuas de marfil (1960), el director/dramaturgo César (es decir, Carballido)
llega a un pueblo veracruzano para liberarse
de las expectativas del público y los críticos defeños y
realizar libremente sus deseos creativos. En La danza
que sueña la tortuga –una de las obras que Carballido
escribió durante ese año de renacimiento personal y
artístico en Xalapa– la combinación de un ambiente
patriarcal y exageradamente reprimido con una serie
de malentendidos cómicos y enternecedores lleva
a las dos hermanas solteronas a tomar la decisión de
salir de Córdoba y de la “protección” tiránica de su
hermano y mudarse al Distrito Federal con su sobrino Carlos. El mismo sobrino, indudablemente basado en
el joven Carballido, es el protagonista de la secuela
Un vals sin fin sobre el planeta. No será casualidad que el
protagonista tenga catorce años ni que se encuentre
en Córdoba, el mismo lugar adonde fue Carballido a
esa edad para pasar un año con su padre, con quien
conoció el tren, el mar y la selva: “A los catorce años
me voy a Córdoba; allí resucité al conocer Veracruz,
el trópico, la infl uencia de mi padre, la libertad” (70
años de Carballido, 52). Es en esta comedia donde más
se destaca el tema del viaje como vehículo sine qua non a la libertad. Desde el principio se escucha el silbato
del tren, en el que llegan Consuelo y Gabriel, quienes
dicen ser hermanos cuando es obvio que comparten
otro tipo de relación. En el transcurso de un solo día
ponen la casa patas arriba a pesar del control autoritario
de Víctor, la misma figura patriarcal de La danza.
Este par misterioso de vendedores ambulantes le
despierta al adolescente Carlos no sólo los primeros
deseos sexuales sino también el deseo de recorrer el
mundo y tener aventuras. En una escena que recuerda
la magnífica imagen fotográfica de Fotografía en la
playa, se detiene el tiempo mientras todos los personajes
se entrecruzan, sonámbulos, soñando con los
viajes y con la libertad que éstos conllevan. Víctor,
que bien podría ser el mismo padre ferrocarrilero de
Carballido, decide que es hora de hablarle a su hijo
sobre “la vida” de los hombres: “tú ves, vamos pasando,
vamos yéndonos juntos en esta casa, nos vamos
alejando unos de otros, ¿y qué sabemos, en realidad?
Una verdad es este movimiento, esta especie de tren
sin fin en que vamos todos, estos carros que a veces
cambian de vía”. Uno no sabe cuándo el carro en el
que viaja va a cambiar de vía, pero como explica Víctor,
lo importante es experimentar el movimiento del
viaje mismo y no tenerle miedo a lo que viene. Esta
misma filosofía existencial la resume Fifí en la última
escena de Orinoco (1979), cuando dice las ya famosas
palabras: “falta lo más hermoso todavía”. De hecho,
se podría decir que Fifí es la encarnación femenina de
Carballido; igual que el maestro, Fifí nunca pierde la
capacidad para transformar lo feo y sórdido en algo
bello y maravilloso. Pues, aun cuando no nos podía
ofrecer otro mundo más libre y más feliz, Carballido
nunca dejó de ofrecernos la risa, aunque fuera fugaz,
como ruta de escape.
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Te juro, Juana, que tengo ganas. Foto: Archivo Candileja |
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Toda la vida de Emilio Carballido ha sido un viaje,
empezando con un recorrido en tren desde Veracruz
hasta el Distrito Federal. Este viaje de toda una vida
se resume en una hermosa frase de Conversación entre las
ruinas: “Mi pueblo, mi tren, mi gente, mi viaje amado,
mi ruta de la magia, de las revelaciones”. Compartir
el viaje con Emilio, fuera por un país extranjero
o simplemente por una obra suya, era compartir su
entusiasmo, su alegría, su optimismo y su fe en el ser
humano y en el próximo tramo. No obstante la tristeza
que nos da pensar que ya no habrá más viajes con
Emilio, podemos anticipar con placer la publicación
póstuma de algunas obras inéditas y al mismo tiempo
releer las ya publicadas como si fueran un álbum
de fotos de familia, y así reemprender el viaje por la
ruta de la magia. Aunque no sabemos a dónde vamos
a llegar, gracias a Emilio sabemos que lo importante
no es el destino fi nal, sino este movimiento constante
que es la vida. En fin, nos podemos consolar de su última partida, sabiendo que Emilio ahora tiene visa
perenne y pasaporte “con estrellas” y sin vencimiento
para seguir viajando y “valsando un vals sin fin sobre
el planeta”. Por lo tanto, no le diremos “adiós” sino “buen viaje”.
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