Su labor como promotor cultural se intensificó
con la organización del Segundo Simposio de Escultores,
cuyo objetivo fue involucrar a los estudiantes
con escultores reconocidos a través de un proyecto
común que los entusiasmara.
El maestro Villar aceptó la dirección del Jardín de
las Esculturas en 2004. Ante tanta actividad organizativa,
sorprende la creciente obra personal y monumental desarrollada en su escaso tiempo libre.
Recientemente se erigió una escultura urbana de
grandes dimensiones, de color amarillo, en el entronque
del circuito Presidentes y la carretera a Coatepec,
en contraesquina al Museo del Transporte, en la ciudad
de Xalapa. Es la escultura Cinco Cerros, de Rafael
Villar, alusiva al origen de Xalapa. Su gestión tomó
siete años: “…finalmente, y con el solidario apoyo del
doctor Arturo Jaramillo Palomino, el presidente municipal
Ricardo Ahued decidió hacerla. Se discutió el
material y el color. Yo había propuesto que fuera amarilla
antes de que el rojo fuera el color de moda. Cuando
me solicitaron que cambiara el amarillo por rojo,
me opuse. El presidente municipal fue muy respetuoso
y se quedó como estaba planeada, pero nunca se inauguró.
Hacer este trabajo me da mucho ánimo porque
creo que Xalapa presenta las condiciones para realizar
estas estructuras monumentales, lo que puede significar una gran inversión cultural para la ciudad. Podría
erigirse una en la entrada a la ciudad por El Castillo,
otra por donde se llega de la Ciudad de México y una
más en la llegada de San Andrés Tlalnehuayocan”.
Raquel Tibol ha afirmado que el impulso experimental
que caracteriza a Rafael Villar se revelaprincipalmente como “notable tallador de madera”.
Desde sus inicios como alumno del japonés Kiyoshi
Takahashi, el arte abstracto se ha mantenido como
una de sus preferencias. Sus sensuales esculturas han
ido acuñando un gran puñado de formas que simbolizan,
como motivo constante, el cuerpo humano y la
fi gura de la mujer. La perfección formal, el corte preciso,
la textura altamente simbólica de una madera
dura y la exactitud del vacío entregan al espectador
no sólo una rica experiencia estética, sino un reto: ¿cómo esos volúmenes, pequeños o grandes, logran
su equilibrio? La respuesta es racional y, no obstante,
altamente emocional. Si miramos Ave de mar (2002),
talla en madera de chicozapote que descansa sobre
una base de piedra, notamos un sutil balance, que se
sostiene y suspende en la parte central y frontal, precisamente
donde confl uyen las vetas de la madera. El
efecto es de gran impacto visual, pues apela, por el
título, a imaginar un ave que suavemente acaba de
posarse en sus débiles patas o que está a punto de iniciar
el vuelo con sus alas abiertas. ¿Pero por qué no se
cae? El enigma es resolver el descreimiento que la ley
de gravedad sugiere mientras nos seduce su voluptuosa
forma.
En sus famosos Puntales notamos el lúdico crecimiento
de un volumen que reproduce una variante
de sí mismo encima. En su crecimiento hacia arriba
nos entrega otra forma con una marcada distribución
geométrica cobijada por plataformas curvas que
generan una fuerza magnética de visión. Al mismo
tiempo, su intrincada composición contrasta con las
capas rústicas de madera que le otorgan al conjunto
una intimidad parecida a la de pinturas de gran color
de Mark Rothko. Es fácil perderse en el sinuoso camino
de una veta y crear no sólo volúmenes reales sino
imaginarios.
“What you see is what you see, solía decir Frank Stella a
propósito de sus pinturas minimalistas o sus primeros
intentos escultóricos que rayaban en la abstracción
geométrica con el objetivo de evitar cualquier referencia
a su mundo real. Pero a mí me parece que lo que
vemos, parecido a la concavidad azul del cielo, sólo
nos impulsa a descifrar lo que nos imaginamos en ese
conjunto de volumen y vacíos, y esta paradoja nos sitúa
en el delicioso encanto posmoderno de la ilusión,
referencial o no, lo cual es otra manera de decir que
todo arte tiene una peligrosa forma de multiplicar sus
signifi- cados. El trabajo escultórico del maestro Villar
nos invita a sentir la vida hecha de formas y a romper
esa seductora prisión formal con la cerebral técnica
de su resolución.
”Mi obra tiene algo de sensualidad; a pesar de ser
cerebral no gana lo cerebral. Nunca trato de hacer
calcos, aunque reconozco mis influencias. Nunca me
quedo en lo mismo, y si regreso es porque me motiva
una preocupación pendiente que deseo resolver, a veces
opuesta a la anterior. Contradictorio, sin remordimiento,
me siento muy a gusto con la madera, aunque
no es mi único material, pero la madera tiene mucho
carácter y fuerza. Me gustan mucho las herramientas
para trabajarla. Y recuerdo siempre mis estancias en
Japón, donde existe un uso milenario de herramientas
específicas para cada actividad, variedad de serruchos,
por ejemplo. Japón tiene una fuerte tradición
que no ha logrado cambiar Occidente. Siempre he
pensado que la influencia de Takahashi en mí es, más
que formal, su manera de pensar. Yo trabajo en varias
piezas a la vez y hay muchas cosas que me motivan.
Al final, mi trabajo no tiene un compromiso más que
consigo mismo y con lo que, emotiva o intelectualmente,
me atrae en un momento dado. Al tratar de
darle forma y solucionar los retos que presenta, invento
mi lenguaje. Por ejemplo, cuando hacía grabado,
me atraía el color. Luego, en mi trabajo escultórico el
color desaparece. Hoy estoy tratando de meter color a
mi trabajo escultórico; ese es mi reto, experimentar y
ver qué pasa, qué soluciones encuentro”.
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