DOSSIER (artes plásticas)
Una instantánea de Rafael Villar
Leticia Mora Perdomo
Leticia Mora Perdomo es doctora en Filosofía, opción
Literatura Hispanoamericana, por la Universidad
de Texas en Austin. Es investigadora del Instituto de
Investigaciones Lingüístico-Literarias de la Universidad
Veracruzana y coordina la maestría en Literatura
Mexicana de la misma universidad..
En el desarrollo de la escultura en Xalapa durante
los últimos cincuenta años, el nombre del tlacotalpeño
Rafael Villar Aguirre (1945) es ineludible.
Desde 1963, cuando llegó a Xalapa siendo un
joven estudiante, hasta hoy, como coordinador de proyectos
de escultura urbana del IVEC, la vida del maestro
ha girado alrededor de las actividades artísticas, ya
sea como creador, docente o promotor de la plástica.
Así pues, el perfi l de Rafael Villar no es común. Pocos
artistas roban horas valiosas a su proceso creativo
en aras de un trabajo tantas veces árido como es el de
la gestión y la promoción cultural.
Para celebrar su destacada trayectoria dentro de
la escultura mexicana contemporánea, La Palabra y el
Hombre publica un dossier acompañado de esta entrevista
reciente que el artista nos concedió en su casa.
* * *
“En 1963 me inscribí en el recién fundado Taller de
Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana. El primer
día de clases me senté en la banqueta de Roa
Bárcena. Por ahí estaban Ramón Alva de la Canal,
Norberto Martínez, Mario Orozco Rivera y Kiyoshi
Takahashi; esperábamos que abriesen la puerta
del taller cuando se sentó junto a mí otra persona a
quien no conocía: era Fernando Vilchis. Enseguida se
dispuso a platicar conmigo y me invitó a su taller de
grabado. Ese año, Vilchis fue maestro de tres alumnos:
Sergio García Senil, Juan Sánchez y yo. Un año
después, cuando Vilchis se marchó a Polonia, me recomendó
con Kiyoshi Takahashi por dos razones: Vilchis
me dijo que yo tenía habilidad para las cuestiones
tridimensionales; además pensaba que Takahashi no
era nada tonto. Yo tenía 18 años. Al año, Vilchis regresó
y me buscó para que le ayudase en su taller. Al
parecer pensó que podría ayudarlo a sacar copias.
Poco después se dio cuenta de que yo no servía para
eso, pero que me gustaba mucho hacer experimentos.
Como a él le encantaba experimentar, desarrollamos
una empatía muy profunda.
”Marco el 63 como mi entrada formal a estudiar
la plástica, aunque antes, en la secundaria, había tenido
en Tlacotalpan a un querido maestro, Gastón
Silva. También acompañaba a mi tío, pintor y acuarelista,
Esteban Aguirre Beltrán, a pintar las calles cada
vez que iba a Tlacotalpan. Pero mis años formativos
fueron con Kiyoshi y Vilchis. A fi nales de los sesenta
y principios de los setenta, Vilchis era un grabador
muy reconocido por sus innovaciones. También por
esos años tuve mi primera exposición como grabador.
Los mediados de los sesenta eran ricos, creativos y
contestatarios. Norberto [Martínez] y Mario [Orozco Rivera] eran artistas jóvenes que criticaban a los viejos
muralistas como Alva de la Canal, aunque éste ya
no pintara mucho. Y este roce se recrudecía hacia los
que simpatizábamos con la generación de La ruptura,
entre quienes se contaba a Kiyoshi y Vilchis. En 1968
Kiyoshi regresa a Japón y nos quedamos como desprotegidos.
Unos cuantos alumnos nos reunimos con
el japonés Goro Kakei, el maestro que toma el lugar
de Kiyoshi, para seguir trabajando en el taller. En esa época gané dos premios en Aguascalientes.”
En efecto, desde muy temprano la creatividad del
maestro Rafael Villar fue reconocida con dos de los
más importantes premios a jóvenes creadores: el Premio
de Escultura en el II Concurso Nacional para Estudiantes
de Artes Plásticas, en 1967, y el Premio de
Grabado en el V Concurso Nacional para Estudiantes
de Artes Plásticas, en 1970.
“En 1972, Kiyoshi me invitó a estudiar en la Escuela
de Bellas Artes de Kanasawa, Japón. Me casé con la
güerita, Leonor Anaya, y mi tío, Gonzalo Aguirre Beltrán,
que estaba de subsecretario en la SEP y quien era
además mi padrino de bautizo, me pagó de su bolsa
el boleto para ir a Japón. Firmé un convenio de beca
con la Universidad Veracruzana, que me obligaba a
regresar y trabajar como profesor por lo menos un
tiempo igual al que duraba la beca. Ese boleto de ida
y vuelta lo convertí en dos de ida para que la güerita
se fuera conmigo. Ya en Japón, me encuentro con la
formalidad japonesa en nuestro primer día: Takahashi
con un traje gris impecable y Reiko con un kimono;
en cambio, la güerita con un abrigo de potro, imagínate
un abrigo de potro negro con una solapa y un
sombrero de leopardo. Hacía mucho frío. Yo vestía un
saco verde de gamuza. Parecía como si nos hubiésemos
disfrazado de artistas, pero de la farándula. El recibimiento
en la universidad fue espectacular. Yo era
el primer extranjero que pisaba esa escuela. El rector,
los profesores y los alumnos fueron muy amables y todos
querían invitarnos una copita de sake y conocernos.
Vivir en Japón fue una experiencia muy emocionante
y enriquecedora. Especialmente en el trabajo
sentí una fuerte confrontación con todo lo que sucedía
a mi alrededor, pero nunca me sentí inseguro o desprotegido,
todo lo contrario: tuve la oportunidad de
hacer algunas esculturas, exponer en la universidad y
conocer varios museos, otras universidades, talleres de
pintores, escultores y ceramistas como Yasokichi Hasegawa
y Takamitzu, al mencionado rector Mamorú
Osawa y al famoso grabador Munakata.
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