En 1999 se fundó el Consejo Veracruzano de Arte Popular, que dirigí durante ocho años. Se publicaron dos tomos con las artesanías que se producen en la Huasteca veracruzana y en el Totonacapan, y están en prensa los del Centro y Sur del Estado, además de pequeñas publicaciones con investigaciones sobre temas específicos de la riqueza tradicional.
La creación por parte de la Universidad Veracruzana de cuatro centros de la Universidad Veracruzana Intercultural, repartidos en el estado, constituye la esperanza de que sean los propios indios los que nos eduquen sobre sus costumbres y tradiciones. He insistido en que el director de estos centros no sea un político.
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Roxana Cámara: Parientes. Heliograbado en cobre |
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Hoy los artesanos de Veracruz producen bellos objetos, su creatividad ha aumentado y, lo que es muy importante, cerca de dos mil familias indígenas y mestizas pueden vivir de su trabajo. Acerca de mi labor en Veracruz me siento orgullosa y útil. Mi desacuerdo con el veredicto presidencial de que doña Ernestina Ascencio, la indígena veracruzana de Zongolica, había muerto de gastritis y junto a esta mentira la indignación de la población india porque ella había sido exhumada, haciéndole perder con ello su camino al Mictlán, me hizo renunciar a la Dirección del Consejo, que afortunadamente sigue funcionando de manera espléndida gracias al equipo de su capaz directora, la maestra Ghislaine Bonnot. Me sentí completamente incapaz de penetrar en el mundo indígena, no tengo la preparación. Además creo que son las propias etnias las que deben darnos cuenta de sus tradiciones e historia.
Cuando le entregan a uno un reconocimiento, lo primero que viene a la mente es “¿por qué me lo dan?, ¿lo mereceré?” Y seguramente nada de lo que he contado hasta ahora amerita recibir una medalla como la de Bellas Artes que hoy me entregará la doctora Teresa Franco, a quien agradezco mucho esta distinción.
No cabe duda de que el Instituto Nacional de Bellas Artes ha sido fundamental en el desarrollo artístico y cultural de nuestro país. Sin él, México seguramente sería muy distinto. Bellas Artes ha educado a muchas generaciones, ha formado a los más importantes artistas del país y ha dado a conocer el arte mexicano en el mundo.
Supongo que hoy me dan esta medalla por haber impartido clases de Historia del Arte Moderno y Contemporáneo durante 50 años en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Igualmente, por haber publicado 30 libros sobre arte y cerca de quinientos artículos, así como por haber impartido innumerables conferencias sobre diversos artistas y temas del arte universal y sobre todo mexicano. Tengo la dicha de haber intervenido en la formación de algunos de los más connotados historiadores y críticos de arte, que fueron mis alumnos y que hoy son entrañables amigos.
De los libros que he publicado, La crítica de arte en México en el siglo XIX es al que más aprecio le tengo, porque ha ahorrado horas de investigación a muchos estudiosos de esa época.
Otro libro que me gusta y que en su tiempo recibió severas críticas es Dadá-documentos, en el que colaboró con un excelente texto mi querida Rita Eder. La introducción que hago ahí y los documentos que publico marcan el cambio fundamental que Dadá impuso al arte moderno. En esa obra abandoné el historicismo de mis maestros y comencé a unir arte y sociedad.
En 1976 publiqué en el número 45 de los Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM un artículo titulado “Propuesta para un arte al servicio del pueblo”, que me sigue pareciendo una aportación válida y que en cierta manera resume mi postura ante los problemas de la educación artística que el Estado podría adoptar. Entonces escribí:
Ni la experimentación formal individualista, aun aquella de intenciones revolucionarias y nacionalistas, ni la posibilidad de una mayor divulgación de las obras producidas por la minoría, que traería una extensión del público receptor, lograrían una finalidad satisfactoria, ya que no serían auspiciado-ras de un cambio social que es lo que el Estado debe buscar. El cambio en el arte sólo podría lograrse cuando el control de su producción, su distribución y su consumo recaiga en las mayorías. No se trata, por lo tanto, ni de propiciar el arte individualista ni de que el Estado se convierta en protector de los artistas. Tampoco se trata de fomentar el arte para el pueblo, sino de hacer de la vida de la gente un acto cotidiano de liberación, conocimiento de la realidad y formación de una cultura que exija el cambio hacia la justicia, la igualdad y la alegría desenajenada (pág. 169). |
Los libros que escribí sobre artistas casi siempre me hicieron granjearme su enemistad. El de Herbert Bayer, un concepto de arte total no le gustó a ese creador plástico porque, según me dijo, lo transformé en socialista, régimen que no era de su agrado. A Sebastián le disgustaron las críticas que hice de su obra, y de los increíbles ataques que publicó José Luis Cuevas por mi libro Cuevas y el dibujo mejor no quiero hablar.
Sólo un artista a quien respeto, y de cuya amistad y cariño gozo, Pedro Friedeberg, y los grandes pintores Juan O’Gorman y Luis Nishizawa quedaron a gusto con mis apreciaciones.
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