DOSSIER (artes plásticas)
Taumaturgo del barro
Gustavo Pérez
Celia Álvarez
Celia Álvarez es periodista y gestora cultural. Ha
colaborado en diversos medios escritos locales como los
periódicos Política, La Crónica y Diario de Xalapa, donde
dirigió la sección Cultura. Fue coordinadora de Prensa en
Xalapa del Ivec y actualmente es coordinadora de difusión
de la Editorial de la Universidad Veracruzana.
Modelar una obra maestra partiendo de lo más sencillo parece una labor dificultosa, pero no lo es para Gustavo Pérez (Ciudad de México, 1950), quien alcanza cotidianamente altas cimas de la creatividad en su búsqueda por materializar lo esencial partiendo de lo elemental. La Palabra y el Hombre presenta este texto en conjunción con el montaje de la exposición Obra reciente, que permanecerá del 28 de mayo al 5 de julio en la Sala de Exposiciones Temporales del Museo de Antropología de Xalapa, integrada a la programación del Festival Junio Musical de la Universidad Veracruzana.
El sentido del olfato recibe un fuerte impacto al traspasar el umbral de su taller ubicado en Zoncuantla, cerca de la capital de Veracruz, donde la vista se recrea en el verde tapiz de hayas, liquidámbares, jacarandas, encinos, platanares y cafetales que lo circunda. El efluvio del barro le permitió vislumbrar su destino “más aún que la plasticidad, el fuego u otros aspectos de la cerámica que son más significativos que el olor de la tierra fresca” y recuerda ese aroma como una impresión muy intensa durante su primera visita, en 1971, a la Escuela de Diseño y Artesanías, entonces ubicada en La Ciudadela, en el centro de la Ciudad de México, donde tuvo como maestros a Enrique Rangel, Felipe Bárcenas y Martín Lima.
Fue el inicio de una trayectoria brillante que lo posiciona como el mejor ceramista de México –en palabras de críticos de arte como Raquel Tibol y Teresa del Conde– y uno de los más destacados del mundo, tras perfeccionar su técnica en Ámsterdam, Bruselas, Amberes, Rótterdam y La Haya. Hoy divide su calendario anual entre París y Zoncuantla –donde reside desde 1992–, trabajando a ritmo febril movido por la curiosidad insaciable del principio, un “juego interminable”, como él lo denomina, inspirado por el interés de conocer siempre más y cuyos resultados son los prodigios creativos que impresionan a conocedores de los cinco continentes.
Para Gustavo Pérez, el concepto de arte “es difícil de precisar y, a la vez, algo que intuitivamente se percibe: dónde hay creación, expresión, investigación, riesgo, intención, eso se puede captar de un golpe. Hay una enorme subjetividad y relatividad al respecto, pero uno tiene la impresión de poder sentirlo así. La gente a lo largo de toda la historia ha encontrado placer estético en el arte, motivos de reflexión profunda. Es parte de la existencia y creo que no se puede vivir sin él de una manera plena porque es alimento y conciencia”.
Afirma trabajar para sí mismo. “Existe un impulso individual que determina la actividad. Pensar en un artista que trabaja para la humanidad, para legar algo importante, es una pretensión vana; fundamentalmente es la satisfacción de una necesidad personal. Borges dijo que escribía para él, para sus amigos y para atenuar el curso del tiempo, y yo lo suscribo. No fue pensando en hacerle un legado a la literatura por lo que escribió: él tenía que hacerlo, estaba jugando con la palabra. Cuando trabajo es estrictamente por el placer que me da descubrir, investigar ciertas ideas con el barro, con el fuego, y puede ser que en algunos momentos piense en otros, gente cercana que comprende, que espero que comprenda, y porque en efecto atenúa el curso del tiempo”.
Mirada retrospectiva
Nacido en la colonia Santa María la Ribera, el mayor de seis hermanos, durante la infancia tuvo un gran apoyo de sus padres, Gustavo Pérez Jiménez y Lucía Delgado. Era un niño lleno de curiosidad e interés por todo lo que le rodeaba. Recuerda una percepción de querer más, de estar siempre a la búsqueda de algo. “Desde aquel tiempo era inquietante pensar en la necesidad de insertarse en una manera convencional en el mundo adulto productivo. Mis padres me enviaron a trabajar durante unas vacaciones, cuando tendría unos catorce años, en la bodega de una fábrica y ahí me di cuenta de que no quería tener patrón, trabajar para alguien; entonces supe que la gran mayoría de las actividades remuneradas son para servir a alguien y entendí que eso no podía ser para mí”.
Desde temprana edad mostró interés por las artes. “Paseaba mucho por la Ciudad de México y recuerdo como una impresión muy fuerte el visitar las galerías de arte y descubrir el trabajo de Vicente Rojo cuando yo tendría unos doce o catorce años y estar fascinado por algo que no entendía en absoluto, pero que sentía era muy atractivo, muy importante, quizás por esa radical diferencia con todo lo que había conocido... Tenía una mínima experiencia por libros y de la escuela mexicana de pintura: Diego Rivera, Orozco, y de pronto pude apreciarlo; era el momento en que empezaba a darse en México lo que se llamó la confrontación, ese grupo en el que estaban Rojo, Felguérez, Cuevas, García Ponce, Nissen. Muchos de ellos se volvieron mis amigos muchos años después, colegas en algún sentido, pero en aquellos años yo los veía en las galerías y me llamaban mucho la atención”.
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