Entonces no se vislumbraba como artista. “No pensaba que eso podía ser para mí, sentía que no tenía ningún talento, ninguna capacidad; mi habilidad para dibujar era bastante limitada y recuerdo que con la plastilina, ese material tan cercano al barro, lo único que podía hacer eran unos gusanos larguísimos que de ninguna manera podrían considerarse muestra del menor talento. Nunca pensé en ser artista plástico”.
Llegó el momento de decidir a qué se iba a dedicar. “Al escoger una carrera, me decidí por la Escuela de Ingeniería, en la UNAM, sin saber realmente qué quería, quizás porque allí iban algunos de mis amigos; estuve como año y medio –desde el principio fue un poco insatisfactorio, yo no era para eso– y me cambié a la Facultad de Ciencias para estudiar matemáticas, donde estuve otro año y medio: tampoco era para mí. Después llegué a la Facultad de Filosofía y estuve otros dos años. Pero al entrar a Filosofía ya me había encontrado con la cerámica y comprendido que eso era lo que deseaba hacer. Lo que viví fue una mezcla de reflexiones, de certezas y dudas; hacía falta, por un lado, reconocer el placer que me proporcionaba haber descubierto algo por lo cual sentía un gran interés, y a la vez el enorme compromiso de hacerlo sin la certeza de que eso realmente fuera a ser un camino realista, con perspectivas para llegar a vivir de ello, de ganarme la vida así”. Pronto tendría la certidumbre de haber elegido la senda correcta. “De inmediato casi, dos o tres meses después de empezar a estudiar en la Escuela de Artesanías, descubrí que eso sería mi camino. Lo recuerdo como una sacudida profunda y un compromiso”.
Luego de recibir instrucción durante dos años en la Escuela de Diseño y Artesanías, Gustavo Pérez fue maestro, entre 1973 y 1974, de los alumnos principiantes del mismo taller donde inició su formación. De 1975 a 1979 vivió y trabajó en Querétaro, donde construyó su primer horno, y en 1980 obtuvo una beca para estudiar en la Sint Joost Akademie, en Breda, Holanda. Posteriormente, de 1982 a 1983 trabajó como invitado del taller de Sint Paulus Abdij, en Oosterhout, perteneciente a la provincia de Noord Brabant, en el sur del mismo país. Al retornar a México instaló en 1984 el taller “El Tomate” en el Rancho Dos y Dos, cerca de Xalapa, en el cual trabajó hasta mayo de 1992; un mes después comenzó la actividad en su propio y actual taller de Zoncuantla, en el municipio de Coatepec, a unos siete kilómetros de la capital de Veracruz. En 1997 trabajó como artista residente en el Instituto de Estudios Cerámicos de Shigaraki, Japón. Ha sido invitado en varias ocasiones para dar cursos y dirigir talleres en Alemania, Francia, España y Canadá. Desde 1994 es miembro de la Academia Internacional de la Cerámica y desde 2006, miembro de su Consejo. Trabaja la porcelana en Francia por temporadas, como artista en residencia en la Manufacture Nationale de Sèvres, en París, y también en el taller que comparte con Brigitte Pénicaud en Prissac, Indre.
Los motivos del genio
El connotado ceramista señala que diferentes circunstancias determinan el desarrollo de una idea. “Puede ser esa mirada hacia atrás descubriendo una pieza que no me gusta, pero que la siento como semilla, como tema fértil para un desarrollo más a fondo. Puede haber una determinación práctica como el hecho de que un cierto material no esté disponible, sino otro que no permite realizar eso que quizá desearía hacer, sino otra cosa, y entonces hace falta irse por otro camino y éste abre un camino diferente. En cualquier dirección que uno investigue, cualquier veta que se empiece a explorar va a llevarte a ti mismo, y es posible atender incluso la petición de un nieto que quisiera que hicieras alguna cosa y tomarlo como el principio para desarrollar una idea y pasarte varios meses haciendo algo que tuvo ese origen tan aparentemente sin importancia.
”Tengo la experiencia reciente del trabajo que he estado haciendo en la fábrica de porcelana francesa de Sèvres, donde el material mismo es el que me ha impedido hacer o continuar lo que hacía semanas antes, y volver hacia temas de mi producción de hace seis, ocho, 10 años, y descubrir que con la porcelana es posible desarrollar temas que se habían quedado atrás, que pude considerar cerrados y se vuelven a abrir porque es un tema que no se agota; lo que se puede agotar es la capacidad para escarbar en esa veta, pero el tema mismo, jamás.
”La investigación de casi cuarenta años me demuestra que es posible volver a poner una pella en el torno y empezar haciendo un pequeño o gran cilindro y descubrir algo nuevo. Esa es mi investigación, es la búsqueda de algo muy esencial y que se quiere profundo”. Así resume la esencia de su oficio. Aunque sus talentos incluyen el trabajo gráfico, su prioridad es el barro. “No estoy cerrado a la posibilidad de pintar –manifiesta a pregunta expresa–, pero la cerámica me sigue representando el máximo interés. Las temporadas breves que he dedicado a hacer grabados o serigrafías han sido de gran placer y de la misma sensación de descubrimiento y desarrollo, pero siempre vuelvo a mi torno, al barro...”
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