—Quiero que te vengas, hijo de puta, triple hijo de puta, marrano despreciable.
Esas imprecaciones, que entendí como una forma de suplicarme compasión, me la entregaron inerme. Supe que, demonio o mujer, la tenía en mi poder y me dejé ir.
—¿Qué soy para ti? –dijo jugando con el vello de mi pecho, como recuperando un aire retozón de doncella.
—Un intento fallido de mujer fatal –dije–. Lanzó una carcajada desagradable–: Cómo eres inocente. ¿Has oído hablar del Zohar?
—Muy poco, y todo lo he olvidado, creo que Borges lo menciona con frecuencia.
—Ese tonto –dijo Lilith. Me asombró la coincidencia en juicios literarios–. Barajó dos o tres libros y engañó a millones de snobs que no habían leído las verdaderas fuentes. En el Zohar se habla de mí: soy una hetaira perversa, la madre y maestra de todas las traidoras, actriz insuperable, tengo relación con los demonios lascivos y me acosté con el mismo Salomón y con el rey David. Si lo quisiera, en este mismo instante me mostraría ante ti con mi verdadero aspecto: mitad humana, mitad ave de rapiña. ¿Sabes que he logrado vivir tantos siglos como tiene el hombre sobre la Tierra?
Ya me estaba cansando, quería regresar a casa, cumplir con mi rutina de consultorio, olvidar tanta insensatez. El hecho de que permaneciera impávido en aquella situación del todo inusual me hacía barajar posibilidades del todo distantes. Uno: la mujer estaba loca y yo era un imprudente o un abusivo al usar su cuerpo para mi deleite. Dos: los límites de la realidad habían sido trascendidos en algún momento y ella era de verdad un ente de otro plano. Tres: quien estaba delirando era yo.
Lo que sí era muy claro es que yo aceptaba aquello con una actitud tan deportiva que no lograba entenderme.
Es cierto que la escena anterior había tenido colores brutales, pero no tan fuertes como para espantar a un visitante asiduo de los peores manicomios. He visto a hombres correr, tomar vuelo y lanzarse de cabeza contra el pavimento. Los he visto levantarse sonrientes, bañados en sangre, tomar vuelo y volver a clavar el cráneo en el cemento. Caminar por el fuego o clavarse puñales en el rostro son escenas frecuentes en Oriente. Lo he visto todo. Nada de lo humano me es ajeno.
La criatura parecía no haberse dado cuenta de mi indiferencia.
—He logrado vivir tantos años porque todas las noches me dedico a drenar los fluidos masculinos
–dijo Lilith.
—¡Bah!, aquello ya pasaba al otro lado y llegaba hasta el borde de la insania. La pobre: era una hija aventajada del Quijote. Tanta pornografía le había hecho mierda el sentido de la realidad. “Vade retro, Satanás”, dije cansinamente, para hacerla sentir en casa. Me vestí y la dejé rumiando sus fantasías.
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