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Héctor Vicario. Foto: Adriana Vicario
Adrián Mendieta: Héctor Vicario, fotógrafo
Por mucho tiempo, la ciudad de Xalapa ha sido uno
de los centros culturales de mayor productividad en
el país, aunque no siempre lo aquí producido logre
reconocimiento fuera de los límites del estado. El
surgimiento, la evolución y la desaparición de grupos
musicales, teatrales o de artistas plásticos no han sido
registrados por quienes se han propuesto hacer un recuento de lo que la vida cultural genera. A mediados
de los años setenta del siglo pasado se vivió uno de los
momentos más ricos en la renovación de propuestas visuales; el profundo espíritu de cambio que impulsaba
Carlos Jurado desde las Escuela de Artes Plásticas de
la Universidad Veracruzana contagió a los creadores
profesionales que ya tenían una obra y presencia reconocida y también animó a nuevos creadores que poco
a poco fueron incorporando sus propias visiones.
El tlacotalpeño Héctor Vicario es uno de los personajes que aparecen por esos años. Fotógrafo independiente y autodidacta, Vicario busca interactuar con
maestros y estudiantes y aportar un enfoque personal
a la temática imperante, el documentalismo con un
cierto compromiso social, propagado desde el Consejo Mexicano de Fotografía, mientras que el grupo de
Carlos Jurado se encontraba más interesado en la experimentación y en buscar conexiones entre la foto y
otras disciplinas plásticas y, sin habérselo propuesto de
manera explícita, se convirtió en un frente antagónico a lo que los fotógrafos ya agrupados en el CMF impulsaban desde la Ciudad de México.
Pocos eran los espacios que se dejaban a trabajos
como el de Héctor Vicario que, si bien estaba interesado en documentar su tiempo, lo hacía desde una perspectiva diferente, dándole a lo cotidiano un tratamiento más lírico sin la carga de crítica social explícita. Para medir los alcances de su propuesta, Vicario se animó
a mandar imágenes al concurso nacional convocado
por Kodak en 1978, en el cual ganó siete primeros
lugares a nivel estatal y dos menciones en la versión
internacional. Al mismo tiempo, buscando conocer
más el medio en el que deseaba actuar, participó en
los Coloquios Latinoamericanos y en el Nacional que
se efectuaron en la Ciudad de México, La Habana y
Pachuca, respectivamente.
En esos años, sin publicaciones especializadas, sin
un cuerpo de críticos e historiadores que escribieran
sobre lo que se generaba en la provincia, el panorama
no era muy alentador, y sólo la posibilidad de ver por
primera vez y en directo la obra de algunos de los más
importantes creadores de imágenes, y de sentirse animado a aprender de la riqueza temática y técnica de
sus fotografías le ayudó a darle un carácter propio a
sus imágenes. Así, Vicario estableció su compromiso
con el rigor formal, con una delicada y compleja técnica de impresión y con el hallazgo de la riqueza en
lo documentado; no en la temática sino en su tratamiento, invitando al espectador a mirar detenidamente, a gozar de su solución tonal, de una composición
sin rebuscamientos, justa, equilibrada, dejando que el
contenido trascendiera en el tiempo el instante ahí
capturado y que su vigencia fuera mas allá del momento y sus personajes.
En los años ochenta, participar de las discusiones
y polémicas respecto al papel que debería jugar la fotografía en México, dio ocasión para ser testigos de la
evidente contradicción entre el discurso y el actuar de
quienes, diciéndose fotógrafos comprometidos, abusaron de cuanta oportunidad hubo para difundir lo que
se hacía en nuestro país, obligando a definir una posición y a buscar otras formas de dar salida al trabajo que
se iba acumulando. Junto con otros colegas, Vicario se
dio a la tarea de formar en Xalapa el grupo FotoApertura, que organizó exposiciones con la obra de los productores locales, alternadas con muestras de fotógrafos nacionales e internacionales de importancia, convirtiendo a Veracruz en un centro de creación y difusión,
quizá el más importante después de la capital.
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