Año 4 • No. 149 • agosto 31 de 2004

Xalapa • Veracruz • México
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Psicoanálisis y vida cotidiana
¿Qué lo/cura de amor?
Alejandra Márquez Ramírez
(Miembro Fundador de la Red Analítica Lacaniana)

¿Quién no se ha preguntado qué es el amor? Todos los seres humanos, hombres y mujeres hemos sido tocados alguna vez por éste. Se dice que es la materia prima de los poetas, la sinrazón, el canto o la desdicha de los amantes, el bien común, el alimento del alma, la esencia de la felicidad. Del amor hablan los filósofos y también la ciencia.

Diferentes disciplinas han teorizado acerca del amor y el psicoanálisis no es la excepción. En la clínica psicoanalítica el amor es principio y sustancia. Me refiero al amor de transferencia y ésta, es la condición necesaria para el análisis.
Para Lacan la transferencia es amor que se dirige al saber. Un saber depositado en la persona del analista, quien se supone sabe lo que pasa, pero no responde con su saber, sino con su silencio (lo cuál no quiere decir que no hable). Silencio que da lugar a la palabra del analizante y que posibilita el surgimiento de su verdad reprimida, su propio deseo.

Al análisis entramos para “curarnos”, para aliviar nuestro dolor, dolor que no es físico, pero que a veces encarna en el cuerpo a través de síntomas. En el origen de ese sufrimiento está el amor o el desamor.

¿Por qué amamos, o dejamos de amar, o dejan de amarnos? Sin pretender dar una respuesta, Lacan encara el enigma del amor y lo hace por su sesgo central: la falta y el deseo. Para ello hizo una lectura de El Banquete de Platón y tomó ciertas categorías de este texto para aplicarlas al concepto del amor.

Para Lacan el eje central que alrededor del amor ocupa Platón en El Banquete, es la diferencia entre erastés (el amante) y eromenós (el amado). Ahora bien, entre erastés y eromenós se plantea una dialéctica basada en el desencuentro. El amante desea algo que no tiene y por ello ejerce un papel activo, busca eso que le falta y cree encontrarlo en su amado y éste por su parte, posee algo valioso: el agalma, objeto faltante. Pero lo esencial –y aquí es donde radica el corazón mismo del engaño amoroso– es que el amante no sabe lo que quiere y el amado no sabe lo que tiene.

Si el lugar del amado se constituye por la posesión de algo precioso que lo convierte en objeto de una pasión, no por ello tendría que amar a aquel que lo ama. He aquí el drama del amante: el amor no correspondido.

Para que el amor se produzca es necesario un cambio de posición, de amado a amante, así el amor es el resultado de una sustitución metafórica: la aparición de erastés allí donde era eromenós, es decir de la posición de tener algo a la posición de tener una falta.

Sin embargo, tenemos la ilusión de que amamos por el ser y no por el tener. En este sentido, investimos al objeto amado de una serie de virtudes reales o imaginadas. Así, podemos decir: lo amo porque es bueno, cariñoso, inteligente etcétera. Lo curioso es que estas virtudes, muchas veces, no logran sostener el amor, en cuyo caso el objeto amado pierde su brillo, ese brillo cegador que alguna vez nos deslumbró y que nos permitió creer que efectivamente, habíamos encontrado nuestra otra mitad, el complemento, el otro yo.

Así, en todo caso la función del amor es cubrir la falta. Lacan dijo en 1964: “Persuadiendo al otro que él tiene, eso que puede completarnos nos aseguramos poder continuar desconociendo precisamente eso que nos falta”. El amor es el modelo del éxito del engaño.

En psicoanálisis la falta es constitutiva del sujeto. La falta instaura el deseo. La búsqueda del ser humano a través del amor, el trabajo, la creación, es un intento por cubrir la falta. La medida del éxito en este intento será nuestra capacidad de sobrellevarla o ser abatidos por ella, aún cuando como en el amor, esto no sea para siempre
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