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Réquiem por un sueño
Roberto Ortiz Escobar
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El
Cine Club de la UV programó este mes el ciclo Radiografía
Americana, integrado por cintas donde las propuestas narrativas y
el manejo sensible de las imágenes crean efectos disímbolos
en el espectador, a propósito de problemáticas humanas
que son referente visual neurótico de la sociedad americana:
Niágara, Niágara (1996), Pi- el orden del
caos (1998), 8 Milímetros (1998) y Réquiem
por un sueño (2000).
Esta última pertenece a Darren Aronofsky, cuya opera prima
titulada Pi-el orden del caos (1998) se convirtió
en una película de culto; su fotografía de grano reventado
y movimiento vertiginoso de cámara configuraron atmósferas
desquiciantes en torno a un personaje que parecía encontrar
la clave de la numeración matemática.
Nacido en Nueva York en 1969, Aronofsky tiene un olfato agudo del
lenguaje fílmico, sus atributos tecnológicos y el impacto
de las imágenes en el espectador. En Réquiem por un
sueño (Requiem for a Dream, 2000), su segunda producción,
se reconocieron sus habilidades formales con el otorgamiento de once
premios en diversos festivales.
La historia nos refiere la caída abismal de una madre y su
hijo por el consumo frenético de drogas. En un camino sin regreso,
de angustia y aniquilación macabra, una madre cubre su soledad
con el consumo neurótico de programas televisivos de concurso,
mientras su hijo, en mancuerna con un amigo, pretende comprar droga
barata para distribuirla a mejor precio en mercados ilusorios. Aparece
también una linda chica cuyo noviazgo con el hijo la arrastra
a una experiencia devastadora.
Una trama sencilla de núcleo dramático inmediatamente
identificado, nos remite deliberadamente a la introspección
alucinante de seres enfrentados a un colapso que no admite reparo
de culpas, catarsis liberadora, o salvación existencial. Las
formas hiperrealistas hacen de Réquiem por un sueño
una experiencia de sensaciones viscerales. De ahí que como
buen conocedor de los efectos de las imágenes en las emociones
del público, el director apueste por la truculencia técnica
y el efectismo, aplicados al regusto melodramático de no muy
convincente tufo moralista.
Llama la atención el grado de experimentación de las
nuevas tecnologías visuales en la creación de atmósferas,
colores, ambientes escénicos, rictus faciales y comportamientos
anímicos y psicológicos de personajes alterados por
el consumo de drogas o la enajenación televisiva. La técnica
está en concordancia con las reacciones de personajes atrapados
por el alucine vivencial.
Sobresale la reiteración de la escena de la preparación
y el consumo de la droga; pero sobre todo, el empleo de cámaras
de diversos tipos que al captar las cambiantes intensidades de la
luz natural durante un tiempo determinado, crearon atmósferas
especiales que inciden en las alteraciones gestuales de Sara, interpretada
magistralmente por Ellen Burstyn.
Edición matemática, escenarios claustrofóbicas,
filmación digital y narración hiperrealista, hacen de
Réquiem por un sueño una prueba de fuego, una visión
que atrapa de principio a fin al espectador. La espiral vertiginosa
vivida por los personajes se traduce en vértigo para el público.
Pareciera que el cineasta exploró no sólo el comportamiento
extremo de sus personajes, sino también las reacciones de un
espectador en plena convivencia sádica con imágenes
agresivas y violentas a cuál más. Comentarios: roeamarcord@yahoo.com.mx |
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