Dijo
que es bien sabido que el sindicalismo mexicano ha sido producto
de un corporativismo a ultranza, aliado al Estado y a los partidos,
“así fue construido hace décadas, pero si no
ha cambiado con los nuevos tiempos es porque los intereses políticos
de los dirigentes no lo han permitido, porque de alguna forma es
parte de la estructura del mismo sistema”.
Explicó que como las corporaciones le dan cimiento a todo
el poder del Estado mediante eslabones, los líderes han dedicado
más tiempo a la política que a defender los intereses
de los trabajadores: “Los sindicatos todavía pueden
retomar su posición y liderazgo, sus obligaciones y compromiso
social, pero no parecen estar interesados, pues su poder colectivo
ha sido utilizado por sus líderes para obtener beneficios
personales”.
Exentos de esta descalificación se encuentran, según
el jurista, algunos sindicatos que se autonombran independientes,
entre ellos el Frente Auténtico del Trabajo y el Movimiento
Proletario Independiente, es decir, organizaciones que han superado
el corporativismo dedicando sus esfuerzos a defender los derechos
de los trabajadores.
Aunado a la creciente desconfianza en los sindicatos, la desaparición
de empleos, el aumento de contrataciones eventuales y de trabajos
precarios y las políticas neoliberales han restado fuerza
a las organizaciones sindicales, resultado del movimiento neoliberal
impulsado a partir de la década de los ochenta.
En nombre del progreso, señaló, se ha privilegiado
lo individual sobre lo colectivo y se ha entronizado una serie de
figuras en el derecho laboral para estimular la productividad confundiendo
al trabajador con un discurso falaz: ‘ya no es el sindicato
el que te da beneficios, tú te los ganas por ser productivo’,
que significa en términos reales ‘te los ganas porque
te dejas explotar’.
De acuerdo con el jurista, lo único que ha impulsado esta
corriente es que el trabajador se vaya separando de lo grupal, dejando
atrás la seguridad social, las prestaciones y sus derechos,
incluso el concepto mismo de solidaridad, que los deja cada vez
más desprotegidos.
Este modelo ha empujado en países como el nuestro y en toda
América Latina al empleo informal. De hecho, según
datos de la Secretaría del Trabajo, de los 52 millones de
ocupados 25 millones están en la informalidad, al margen
de todas las leyes, lo que representa un problema social que se
agravará en el futuro, cuando terminen su tiempo de vida
activa y enfrenten la realidad sin pensión, servicios médicos
y ninguna seguridad social.
Este panorama es resultado de la concertación social pues,
al margen de las leyes positivas, en las últimas décadas
se firmaron acuerdos de solidaridad, de estabilidad, de competitividad,
de crecimiento y, finalmente, de Alianza para el bienestar (con
Zedillo), que hicieron a un lado el derecho social –sin derogar
ni abrogar las leyes–, simplemente dejándolo de aplicar
por mutuo acuerdo.
En 1999, la Suprema Corte de Justicia llevó al absurdo esta
trasgresión cuando, precipitadamente, emitió un criterio
que puso a los tratados internacionales por encima de las leyes
federales, pues había la exigencia de modificar 30 leyes
mexicanas, “así salió del paso, pero dejó
nuestros derechos a expensas de los intereses internacionales”.
“Ningún país permite ni ha permitido esta clase
de transgresiones”, subrayó, pues si bien los tratados
los firma el Presidente (como representante del poder ejecutivo),
y los ratifica el Senado (que representa a los estados), lo que
emana de la Cámara de Diputados y del Congreso de la Unión
es producto de la soberanía popular, teóricamente,
la voluntad del pueblo.
Incluso dio como ejemplo el rechazo a la Constitución Europea,
pues los franceses argumentaron que ningún tratado podía
estar por encima de las constituciones federales que son producto
del acto soberano del pueblo: “Aquí lo hicimos al revés,
pusimos por encima de nuestra Constitución los tratados internacionales,
y ahora cuando el congreso legisla tiene que ver primero afuera
para ver si no trasgrede alguno, es decir, estamos sometidos jurídicamente
a la globalización”.
No obstante, reconoció que las leyes no resuelven por sí
solas el problema laboral en México, pues reformar un texto
no cambia la realidad social: “Alguna vez me preguntó
un secretario de Trabajo si yo estaba de acuerdo en que se reformara
la Ley del Trabajo y le dije que no, porque una ley como ésta
va dirigida a quienes tienen trabajo, pero no se ocupa de los desempleados”.
Lastra aseguró que una ley nueva no va a recuperar los puestos
de empleo que ni los últimos gobiernos en el país
han procurado rescatar, pues ni siquiera se han propuesto alternativas
para sacar al trabajo de la clandestinidad, para convencer a los
25 millones de trabajadores informales que las condiciones laborales
en la formalidad les darán más beneficios.
Propuso entonces promover el empleo al estimular la contratación
y disminuir impuestos al empresario que contrate por tiempo fijo:
“Es sencillo, porque un trabajador que tiene empleo paga impuestos,
seguridad social, paga todo, pero eso no lo ha podido ver nuestro
sistema político”.
Por último, criticó a la Secretaría de Hacienda
que, sin ceder un ápice, busca recaudar impuestos de donde
se pueda. Se refirió cómo el año pasado se
llegó al absurdo de gravar las prestaciones, propuesta que
fue aprobada por los diputados, y abrogada después por las
mismas presiones sindicales: “ahí vemos claramente
el poder de la fuerza colectiva, eso es lo que los sindicatos deben
aprovechar, y no usar a las organizaciones como plataformas para
el poder”. |