
Estela
En el patio del jardín de niños “Carlos
A. Carrillo” de Coatepec se encuentra esta pieza monumental
tallada en piedra. Su geometrismo evoca las estelas prehispánicas,
que en esta ocasión son reinterpretadas en una pieza abstracta.

Árbol
del desierto
Piedra de Xaltocan de cinco metros de altura ubicada
en la loma de la Rectoría de la UV, en Xalapa. De formas
libres, esta escultura se inspira en las formas vegetales de los
cactos de la Altiplanicie de México y en los tótems
de los indios del norte del continente americano.

Pensador
Pensador es un adolescente con escala
un poco mayor que la natural. Desnudo y de pie, con la mano derecha
se toca el mentón. En este bronce, la textura deja de ser
accidental y se vuelve la esencia de la figura.

Busto
de Clavijero
Busto de Francisco Javier Clavijero para la Facultad
de Filosofía. Pieza figurativa, suficientemente realista
para poder reconocerla. A partir de un óleo del siglo XVIII,
el escultor logró una figura serena y tranquila, pero a
la vez llena de fuerza interna.
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La
escultura del siglo XX, de acuerdo a su condición posmoderna,
es una fusión que no puede definirse como un estilo único,
sino como la suma de influencias, reminiscencias de periodos anteriores,
así como francos diálogos entre vanguardia, cubismo,
minimalismo y pop. Los materiales son tan variados como las propias
líneas, dejando atrás el purismo de las formas clásicas
y aventurándose hacia lo novedoso, lo desconocido y la conquista
de su libertad.
En este contexto se sitúa la obra del japonés Kiyoshi
Takahashi, pieza clave en la historia de la escultura mexicana hacia
la segunda mitad del XX. Poseedor de un carácter de universalidad,
su sello bien podría ser el exquisito entrecruce de las formas
suaves heredas de su cultura milenaria con las representaciones prehispánicas
que lo fascinaron – e influyeron– tras su llegada a México.
Siendo aún muy joven, hacia la década de los 60 llega
a Xalapa buscando nuevos horizontes creativos. Atraído por
la escultura antigua de nuestro país y gracias al premio Sensei-Saku
–otorgado al más destacado artista joven del Japón–,
va poco a poco haciéndose de un nombre y estilo propios. Al
escudriñar en nuestro pasado, literalmente esculpió
una senda que recorrieron más tarde otros maestros.
Lejanas en tiempo y geografía, las esculturas de Takahashi
son un reflejo de su época, un periodo donde la única
constante es el movimiento. Así lo percibieron sus discípulos
hoy también maestros, como Rafael Villar y Adalberto Bonilla
quienes compartieron muy de cerca con él y han transmitido
esta influencia a noveles escultores, principalmente en la Facultad
de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana.
En su larga carrera como escultor, Takahashi se mantuvo en una constante
búsqueda, incesante pesquisa por las nuevas formas. El sensei
aprovechó todo lo que lo rodeaba, absorbiendo así cada
rostro, cada línea, cada figura, para reinterpretarla en piedra,
bronce o madera y sacar, de cada material, lo mejor de si.
Kiyoshi no se repite, sino que muta –a veces de pieza en pieza–
y transita de manera natural entre lo figurativo y lo abstracto, acepta
cada una de las posibilidades que el material le va revelando, así
sea el camino más largo. No se trata de un escultor que se
autocomplace, sino más bien de un humilde servidor de las formas
que luego de cobrar vida, ya no le pertenecen más.
Es la obra realizada por Takahashi en Xalapa la que reflejan la madurez
del artista alcanzada en México. Con talento propio, supo influir
a su vez en quienes lo siguieron. Fue en tierras veracruzanas donde
dejó numerosas pruebas de su fructífero andar; estelas,
bustos o retablos todos tienen su sello propio, basten unos ejemplos
para conocer –muy someramente– el talento de Kiyoshi Takahashi.
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