Año 6 • No. 207 • enero 16 de 2006
Xalapa • Veracruz • México
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Takahashi,
constructor de una identidad

Gina Sotelo

Estela
En el patio del jardín de niños “Carlos A. Carrillo” de Coatepec se encuentra esta pieza monumental tallada en piedra. Su geometrismo evoca las estelas prehispánicas, que en esta ocasión son reinterpretadas en una pieza abstracta.



Árbol del desierto
Piedra de Xaltocan de cinco metros de altura ubicada en la loma de la Rectoría de la UV, en Xalapa. De formas libres, esta escultura se inspira en las formas vegetales de los cactos de la Altiplanicie de México y en los tótems de los indios del norte del continente americano.

Pensador
Pensador es un adolescente con escala un poco mayor que la natural. Desnudo y de pie, con la mano derecha se toca el mentón. En este bronce, la textura deja de ser accidental y se vuelve la esencia de la figura.


Busto de Clavijero
Busto de Francisco Javier Clavijero para la Facultad de Filosofía. Pieza figurativa, suficientemente realista para poder reconocerla. A partir de un óleo del siglo XVIII, el escultor logró una figura serena y tranquila, pero a la vez llena de fuerza interna.


La escultura del siglo XX, de acuerdo a su condición posmoderna, es una fusión que no puede definirse como un estilo único, sino como la suma de influencias, reminiscencias de periodos anteriores, así como francos diálogos entre vanguardia, cubismo, minimalismo y pop. Los materiales son tan variados como las propias líneas, dejando atrás el purismo de las formas clásicas y aventurándose hacia lo novedoso, lo desconocido y la conquista de su libertad.

En este contexto se sitúa la obra del japonés Kiyoshi Takahashi, pieza clave en la historia de la escultura mexicana hacia la segunda mitad del XX. Poseedor de un carácter de universalidad, su sello bien podría ser el exquisito entrecruce de las formas suaves heredas de su cultura milenaria con las representaciones prehispánicas que lo fascinaron – e influyeron– tras su llegada a México.

Siendo aún muy joven, hacia la década de los 60 llega a Xalapa buscando nuevos horizontes creativos. Atraído por la escultura antigua de nuestro país y gracias al premio Sensei-Saku –otorgado al más destacado artista joven del Japón–, va poco a poco haciéndose de un nombre y estilo propios. Al escudriñar en nuestro pasado, literalmente esculpió una senda que recorrieron más tarde otros maestros.

Lejanas en tiempo y geografía, las esculturas de Takahashi son un reflejo de su época, un periodo donde la única constante es el movimiento. Así lo percibieron sus discípulos hoy también maestros, como Rafael Villar y Adalberto Bonilla quienes compartieron muy de cerca con él y han transmitido esta influencia a noveles escultores, principalmente en la Facultad de Artes Plásticas de la Universidad Veracruzana.

En su larga carrera como escultor, Takahashi se mantuvo en una constante búsqueda, incesante pesquisa por las nuevas formas. El sensei aprovechó todo lo que lo rodeaba, absorbiendo así cada rostro, cada línea, cada figura, para reinterpretarla en piedra, bronce o madera y sacar, de cada material, lo mejor de si.

Kiyoshi no se repite, sino que muta –a veces de pieza en pieza– y transita de manera natural entre lo figurativo y lo abstracto, acepta cada una de las posibilidades que el material le va revelando, así sea el camino más largo. No se trata de un escultor que se autocomplace, sino más bien de un humilde servidor de las formas que luego de cobrar vida, ya no le pertenecen más.

Es la obra realizada por Takahashi en Xalapa la que reflejan la madurez del artista alcanzada en México. Con talento propio, supo influir a su vez en quienes lo siguieron. Fue en tierras veracruzanas donde dejó numerosas pruebas de su fructífero andar; estelas, bustos o retablos todos tienen su sello propio, basten unos ejemplos para conocer –muy someramente– el talento de Kiyoshi Takahashi.