Veracruz,
Ver.- De cada 100 mexicanos víctimas de un desastre de cualquier
tipo, tres o cuadro desarrollan síndrome de estrés
postraumático y, de éstos, entre siete y 15 del tipo
incapacitante. De acuerdo con el experto Benjamín Domínguez
Trejo, el porcentaje de incapacidad humana a causa del síndrome
de estrés postraumático es muy elevado en México,
sobre todo porque la mayor parte de los sobrevivientes de experiencias
traumáticas no son atendidos ni oportuna y ni adecuadamente.
Durante la conferencia magistral que impartió en el XXXIII
Congreso del Consejo Nacional para la Enseñanza e Investigación
en Psicología (CNEIP), y el V Congreso de la Confederación
Iberoamericana de Asociaciones de Psicología, celebrados
en el puerto de Veracruz y organizados por el Instituto de Investigaciones
Psicológicas de la Universidad Veracruzana (UV), Domínguez
Trejo señaló que en un país como el nuestro,
donde lo desastres naturales, en especial los causados por huracanes,
se presentan con regularidad, detectar a quienes serán víctimas
del estrés postraumático es de mucha importancia porque
ahorra tiempo y costos.
El académico destacó que la orientación mundial
indica que después de experiencias traumáticas en
una población es crucial determinar rápidamente quienes
van a requerir atención psicológica y quienes no.
“En un país donde no hay suficientes especialistas
para su evaluación y tratamiento ni en el campo de la medicina
ni en el de la psicología, determinar con anterioridad quien
lo padecerá resulta en enormes beneficios emocionales y económicos”,
expuso Benjamín Domínguez Trejo, experto en estrés
postraumático.
Dijo que a partir del terremoto de 1985 en México la enfermedad
se reconoce como un cuadro incapacitante que puede llegar a ser
de larga duración, que demanda atención psicológica
especializada e incluso su costo, que podría ser muy elevado
en pérdidas familiares y laborales, es absorbido ya por las
grandes compañías de gastos médicos.
El estrés
postraumático:
Los desastres naturales son la primera causa de estrés postraumático
luego de los secuestros. En ambos, la experiencia puede afectar
también a los familiares, quienes llegan a presentar también
características del síndrome. La labor profesional
del psicólogo es documentar en las personas que han vivido
desastres la presencia e intensidad de los síntomas, clasificados
en tres grupos: activación fisiológica, tendencia
al aislamiento y trastornos del pensamiento. Los últimos
incluyen ansiedad, estrés, dificultad para concentrarse y
alteraciones en el ciclo del sueño-vigilia, entre otros;
y los fisiológicos palpitaciones, sudoración en las
más manos, resequedad de la boca y endurecimiento de los
músculos.
Entre las psicológicas destaca también la presencia
de recuerdos invasivos de la situación traumática,
la persona rememora y todo lo refiere a lo sucedido, con la consecuente
ansiedad: “Es muy desgastante y acaba con su energía,
hasta que requiere atención médica y psicológica”.
El especialista en estrés postraumático y dolor crónico,
asevera que si las alteraciones no son atendidas a tiempo, pueden
ser la pauta para el posterior desarrollo de enfermedades crónico-degenerativas
o incapacitantes, porque los afectados no se recuperan y viven con
ataques de pánico y ansiedad extrema.
La presencia de inmunoglobulina A en la saliva de las víctimas
de un desastre a los pocos minutos de ocurrido, es un indicador
de si presentará síndrome de estrés postraumático
o podrá manejar adecuadamente la situación con sus
propios recursos internos. Fisiológicamente lo normal después
de vivir un desastre es que la inmunoglobulina disminuya, pero en
un lapso de seis horas debe volver a sus niveles normales, si tarda
muchas horas más y la persona posee además un perfil
de vulnerabilidad al estrés, el psicólogo puede detectar
quienes la padecerán e intervenir oportunamente.
Ahora, el reto para los psicólogos es “profundizar
más en el tema y en los instrumentos de evaluación
y detección oportuna, desde los tradicionales como la entrevista
y la evaluación clínica hasta estudios en el campo
de la inmunología, que han permitido detectar a futuros pacientes
a través del nivel de inmunoglobulina “A” o también
por la medición de niveles de alfa milasa en saliva.
Después de una evaluación adecuada, la intervención
incluye una diversidad de técnicas, entre ellas la relajación
para inducir estados de serenidad y tranquilidad; la escritura emocional
auto-reflexiva, y entre las de reciente avance resalta la retroalimentación
biológica “que consiste en utilizar equipos electrónicos
portátiles que permiten mostrarle al paciente cómo
su cuerpo responde en el momento en que recuerda el trauma: las
alteraciones en la frecuencia cardíaca, la temperatura y
el ritmo respiratorio, para que aprenda a modificar esos cambios
autonómicos, buscando que logren reducir la actividad simpática:
el estrés y el nerviosismo, principalmente.
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