Año 6 • No. 228 • Junio 26 de 2006 Xalapa • Veracruz • México
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José Kozer: la poesía del otro lado del espejo
Germán Martínez Aceves
Hay poesías simples, llanas, emotivas.
Amorosas, profundas, emotivas.
Épicas, nostálgicas, humanistas. Las hay pequeñas, como perfumes finos invaluables o extensas, de gran aliento. Pero pocas veces podemos encontrarnos con obras poéticas que hacen del lenguaje una búsqueda de imágenes distintas, raras, densas, especiales. Es el caso de José Kozer, un poeta que transforma en maestría el uso de palabras que se impregnan de estética y sentidos lúdicos.
El carillón de los muertos, editado por la Universidad Veracruzana, es un libro de 33 poemas con una eclosión de sonidos diversos, a veces extraños, pero que forman voces con expresiones inusitadas.

José Kozer nació en La Habana, Cuba, en 1940. Su descendencia es judía formada por las nacionalidades polaca y checoslovaca. Como sucedió con algunos habitantes de la isla caribeña, con la llegada de la Revolución prefirió emigrar a los Estados Unidos en 1960 donde enseñó lengua y literatura en el Queens College de Nueva York.

Creador de poesías cortas y largas, es buscador de palabras tal vez inusuales en el habla cotidiana, pero existentes para la construcción del idioma español. Incansable, tiene fama de escribir poemas a diario, a cada momento, para crear poesía en continuo movimiento. La crítica literaria ha clasificado su obra como “neobarroca”.

Veamos un ejemplo: Epitafio “Suplantó/ el error de la insularidad con la variable opulencia del/lenguaje/ Dos, tres palabras (hilván) la mano a la garganta./ Resonaron/ sus bruces en la habitación: sílabas/y hormigas”.

Kozer es representante de la poesía hispanoamericana contemporánea, es un autor incansable que tiene el hábito de hacer poemas como borbotones donde surgen la nostalgia, el recuerdo de sus padres o la vida cotidiana.

Lector consumado escribió lo siguiente en la revista brasileña de cultura Aghula, publicada el 15 agosto de 2001: “Aquél que lee vive inmerso, carece de la enajenante noción del tiempo devastador: vive entregado. Monje o monja de la modernidad. Leer es existir en vulnerabilidad y riesgo continuos: un padecer dichoso, una fruición reparadora. Lleno mayor. El júbilo de la entrega; una fe civil. Aquél que lee canturrea entrelíneas, se exalta, se remansa: vive. El cuerpo en la calle es una intensidad pero el cuerpo inmerso en el libro es también una intensidad: no más, no menos. Otro aspecto del privilegio de haber nacido”.

Hay en su memoria histórica la cicatriz del holocausto judío que aparece como referencia en diversas composiciones: “Oh, Israel: tus pobres hijos./ Dios es Dios y Adoni un asterisco: la yegua, la yegua/ se ha sentado a la boca del horno sólo se asoma / de ojos yegua borrica sin sueño/ De qué hablas./ Colinas de oro de glándulas sebáceas las lámparas de/ aceite de cuero cabelludo, repujadas: las colinas/ de aceite las glándulas de oro, Aminadab./ Como de prójimos, somos.”

El carillón de los muertos salió publicado por primera vez en Buenos Aires, Argentina, en 1988 bajo el sello Último Reino y forma parte de una extensa creación de José Kozer entre la que se encuentran los libros, Este judío de números y letras (Tenerife, 1975), Trazas del lirondo (Casa del Tiempo, México, 1993), Dípticos (Bartleby Editores, Madrid, 1998), Ánima (Fondo de Cultura Económica, México), No buscan reflejarse (Letras Cubanas, La Habana) y Carece de causa (Tsé-Tsé, Buenos Aires), entre otros.

La mirada de Kozer convierte en poesía lo que observa y vuelve importante lo que pareciera insignificante a través de imágenes que capta como fotógrafo y transforma en palabras, como podemos observar en el fragmento de Belle Époque “Su pulsera de cobre (talismán contra el reumatismo)/ diseño a mano sobre un fondo rosa (pétalos/ y geometría) quedó sobre la mesa de pino rojo/ sin estrenar./ La silla (1840) sin estrenar hacía juego con la tulipa en/ forma de hongo de la lámpara de noche (1929) Arte Deco.”

La poesía kozeriana es especial y en ocasiones adquiere tintes escatológicos, a veces impúdicos como en el Rebaño de ancianas: “Pecas la piel ni un solo verdugón de amores./ Judías calentonas de ultramar, corazonzuelas/ de bisutería. Ostentan/ aún el lujo beige de sus pezones que algún ángel/ castaño, soba: dormirán/ siesta/ y en los dobleces de una carne amarilla olerán a/ ciruelas maduras/ y antídoto, la corza/ corretea: dos horas de boudoir lentísimo y aguardar de/ cinco a nueve el paso retozón del serafín que/ ceba su péndulo de huso y jarcias visionarias/ en la decrepitud/ del ano rosa de una anciana.../
A ello habrá que agregar la desacralización que expresa en poemas y la constante de “arroyitos” verbales que resalta en paréntesis para que confluyan en el mismo caudal poético como en Ofertorio: “Yo soy Lázaro que me duelen las postillas a fósforo,/ llagas blanca./ Meado./ En la época del año en que florecen los sanguiñuelos, se/ me horadó la carne: siempre estaba/ tranquilo (un gran misterio). La mosca/ (en senectud) me cagoteó las carnes/ (ábranse) flor de intemperies./ Brotes, de mostacilla (mis carnes)./ De entre vendajes, cagoteada: y aún, no sé. Mejor antes,/ que estuve en Caná (de blanco). Vedme,/ bajo el pórtico: ella, de cinc; yo de latón/ (sólo el gallo era carne)./ ¿Será verdad que hemos muerto?/.

En este carillón poético hay campanas de distintos tamaños con sonidos diversos que repiquetean no sólo para que los muertos habiten las páginas, sino para que los humanos, los objetos y las palabras, vivan y revivan en el arte literario de José Kozer con su neobarroquismo y su “paparrucha del lenguaje” que nos ubican del otro lado del espejo.

El carillón de los muertos es de la colección Ficción y se puede adquirir en el Servicio Bibliográfico Universitario, Xalapeños Ilustres 37; en las USBI’s que se encuentran en el estado o en la Dirección General Editorial, Juan de la Barrera 209. Comentarios a esta reseña favor de enviar a gemartinez@uv.mx