El
carillón de los muertos, editado por la Universidad Veracruzana,
es un libro de 33 poemas con una eclosión de sonidos diversos,
a veces extraños, pero que forman voces con expresiones inusitadas.
José Kozer nació en La Habana, Cuba, en 1940. Su descendencia
es judía formada por las nacionalidades polaca y checoslovaca.
Como sucedió con algunos habitantes de la isla caribeña,
con la llegada de la Revolución prefirió emigrar a
los Estados Unidos en 1960 donde enseñó lengua y literatura
en el Queens College de Nueva York.
Creador de poesías cortas y largas, es buscador de palabras
tal vez inusuales en el habla cotidiana, pero existentes para la
construcción del idioma español. Incansable, tiene
fama de escribir poemas a diario, a cada momento, para crear poesía
en continuo movimiento. La crítica literaria ha clasificado
su obra como “neobarroca”.
Veamos un ejemplo: Epitafio “Suplantó/ el error de
la insularidad con la variable opulencia del/lenguaje/ Dos, tres
palabras (hilván) la mano a la garganta./ Resonaron/ sus
bruces en la habitación: sílabas/y hormigas”.
Kozer es representante de la poesía hispanoamericana contemporánea,
es un autor incansable que tiene el hábito de hacer poemas
como borbotones donde surgen la nostalgia, el recuerdo de sus padres
o la vida cotidiana.
Lector consumado escribió lo siguiente en la revista brasileña
de cultura Aghula, publicada el 15 agosto de 2001: “Aquél
que lee vive inmerso, carece de la enajenante noción del
tiempo devastador: vive entregado. Monje o monja de la modernidad.
Leer es existir en vulnerabilidad y riesgo continuos: un padecer
dichoso, una fruición reparadora. Lleno mayor. El júbilo
de la entrega; una fe civil. Aquél que lee canturrea entrelíneas,
se exalta, se remansa: vive. El cuerpo en la calle es una intensidad
pero el cuerpo inmerso en el libro es también una intensidad:
no más, no menos. Otro aspecto del privilegio de haber nacido”.
Hay en su memoria histórica la cicatriz del holocausto judío
que aparece como referencia en diversas composiciones: “Oh,
Israel: tus pobres hijos./ Dios es Dios y Adoni un asterisco: la
yegua, la yegua/ se ha sentado a la boca del horno sólo se
asoma / de ojos yegua borrica sin sueño/ De qué hablas./
Colinas de oro de glándulas sebáceas las lámparas
de/ aceite de cuero cabelludo, repujadas: las colinas/ de aceite
las glándulas de oro, Aminadab./ Como de prójimos,
somos.”
El carillón de los muertos salió publicado por primera
vez en Buenos Aires, Argentina, en 1988 bajo el sello Último
Reino y forma parte de una extensa creación de José
Kozer entre la que se encuentran los libros, Este judío de
números y letras (Tenerife, 1975), Trazas del lirondo (Casa
del Tiempo, México, 1993), Dípticos (Bartleby Editores,
Madrid, 1998), Ánima (Fondo de Cultura Económica,
México), No buscan reflejarse (Letras Cubanas, La Habana)
y Carece de causa (Tsé-Tsé, Buenos Aires), entre otros.
La mirada de Kozer convierte en poesía lo que observa y vuelve
importante lo que pareciera insignificante a través de imágenes
que capta como fotógrafo y transforma en palabras, como podemos
observar en el fragmento de Belle Époque “Su pulsera
de cobre (talismán contra el reumatismo)/ diseño a
mano sobre un fondo rosa (pétalos/ y geometría) quedó
sobre la mesa de pino rojo/ sin estrenar./ La silla (1840) sin estrenar
hacía juego con la tulipa en/ forma de hongo de la lámpara
de noche (1929) Arte Deco.”
La poesía kozeriana es especial y en ocasiones adquiere tintes
escatológicos, a veces impúdicos como en el Rebaño
de ancianas: “Pecas la piel ni un solo verdugón de
amores./ Judías calentonas de ultramar, corazonzuelas/ de
bisutería. Ostentan/ aún el lujo beige de sus pezones
que algún ángel/ castaño, soba: dormirán/
siesta/ y en los dobleces de una carne amarilla olerán a/
ciruelas maduras/ y antídoto, la corza/ corretea: dos horas
de boudoir lentísimo y aguardar de/ cinco a nueve el paso
retozón del serafín que/ ceba su péndulo de
huso y jarcias visionarias/ en la decrepitud/ del ano rosa de una
anciana.../
A ello habrá que agregar la desacralización que expresa
en poemas y la constante de “arroyitos” verbales que
resalta en paréntesis para que confluyan en el mismo caudal
poético como en Ofertorio: “Yo soy Lázaro que
me duelen las postillas a fósforo,/ llagas blanca./ Meado./
En la época del año en que florecen los sanguiñuelos,
se/ me horadó la carne: siempre estaba/ tranquilo (un gran
misterio). La mosca/ (en senectud) me cagoteó las carnes/
(ábranse) flor de intemperies./ Brotes, de mostacilla (mis
carnes)./ De entre vendajes, cagoteada: y aún, no sé.
Mejor antes,/ que estuve en Caná (de blanco). Vedme,/ bajo
el pórtico: ella, de cinc; yo de latón/ (sólo
el gallo era carne)./ ¿Será verdad que hemos muerto?/.
En este carillón poético hay campanas de distintos
tamaños con sonidos diversos que repiquetean no sólo
para que los muertos habiten las páginas, sino para que los
humanos, los objetos y las palabras, vivan y revivan en el arte
literario de José Kozer con su neobarroquismo y su “paparrucha
del lenguaje” que nos ubican del otro lado del espejo.
El carillón de los muertos es de la colección Ficción
y se puede adquirir en el Servicio Bibliográfico Universitario,
Xalapeños Ilustres 37; en las USBI’s que se encuentran
en el estado o en la Dirección General Editorial, Juan de
la Barrera 209. Comentarios a esta reseña favor de enviar
a gemartinez@uv.mx
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